¡Pariente!!!!!

¡Pariente!!!!!

Hoy René de la Cruz celebraría su cumpleaños 93.

Como es de suponer no hablaré del René de la Cruz actor. Sobran personas y criterios especializados para referirse a esta faceta de su vida.

Lo conocí hace muchos años: Yo era un adolescente, estudiante de una escuela de arte  y él uno de los mejores actores de Cuba.

Lo conocí por su hijo Renecito, estudiábamos juntos y pronto hicimos amistad, hasta el punto de que yo, guajiro espirituano, recién llegado a la capital, encontré en la casa habanera de los Cruz cariño y cobija.

René de la Cruz padre era mi coterráneo y en las noches de tertulia familiar yo asistía maravillado a sus historias de un Sancti Spiritus desconocido para mí, donde él había sido planchador y un buscavidas al que no le pasaba por la mente llegar a convertirse en una figura pública, respetada y querida.

René profesaba lecciones de humildad, era un actor natural que hacía con facilidad cualquier personaje, con economía de recursos, sin aspavientos ni trucos de farándula.

No sé cuando estudiaba, cómo preparaba un personaje…tanto no sé… pero,  de solo mirar a la cámara o al público se estaba en presencia de un actor de pies a cabeza, que había aprendido actuando.

Venía de recorrer todos los caminos y sabía vivir con autenticidad, sentarse en una acera, saludar amistoso, tomarse un trago y más de uno, hacer un chiste sobrellevando el asedio de sus admiradores como algo inmerecido, casi con timidez.

La frase con que se anunciaba: “Parieeeeente” -que hizo famoso su personaje Julito el Pescador y que decía con chispa en los ojos y voz estentórea, era como una sonrisa amistosa, una mano cálida que le abría las puertas de la confianza.

Siempre amó a Sancti Spiritus y volvía regularmente a recorrer sus calles con su inseparable amigo Juan García y con muchos otros a los que permaneció fiel.

Por esos días era el jolgorio, como si mejorase su maltrecha salud mientras adoptaba un aire feliz que contagiaba a todos.

En cada mes de julio, como si viajase a la semilla, asistía al Santiago Espirituano. Era su gran fiesta y la fiesta de todos lo que le queríamos. Desandaba las calles de la ciudad y era un personaje más, de los que animaban las noches y las madrugadas. Veía el amanecer agasajado por la música de los tríos y su barrio, donde vivió, se vestía de gala para recibirlo.

Anécdotas hay cientos; porque René es también una leyenda: Desenfadado prefería la invitación de un amigo, el plato sencillo, el ron más modesto y sincero a los protocolos oficiales, los homenajes y las lisonjas.

Los que lo conocimos nos acostumbramos a sus exabruptos, su verbo descarnado y su cariño, que a veces no lo parecía, por esa lengua dura, como si se defendiera, como si no se entregara totalmente, como si marchara a contracorriente de su corazón y sus sentimientos.

Pienso que esa misma entrega con que actuó debe haberla empleado alisando pantalones. Con René de la Cruz no había medias tintas: Se entregaba en cuerpo y alma a todo lo que hacía.

Vivió con intensidad como si tuviese la premonición de que los grandes nos abandonan pronto, dejando su recuerdo.

Por allí anda su imagen, en el celuloide  y la de carne y hueso que no se borrará nunca, vive aún en la piel de sus personajes: de pescador, de guajiro del Escambray, de Matías Pérez, de cubano dicharachero y jodedor. Todavía en nosotros resuena el eco de su voz cálida: “Parieeeeente”….

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