Vivo y muero dentro de la fábrica

Vivo y muero dentro de la fábrica Maritza: “No trabajo para que me den una medalla”. Foto: Arelys García.

Ilumina, ilumina con luz propia; no como la Luna, que alumbra y crece, más o menos, según los caprichos del Sol y la Tierra. Al tabaco le sabe un mundo. Al tabaco torcido, quise decir. Asida al pantalón de su padre, Luis Rodríguez, entró por primera vez a la fábrica Bauzá, un inmenso caserón, cobijado de tejas árabes, a metros del Paseo de Cabaiguán. “Vivo y muero dentro de esta fábrica”, se adelanta en decir.

Y mientras en la cocina de la tabaquería, el papá sofreía los frijoles negros con cebolla y ají, que quedaban de rechupete —comentaban luego los torcedores—, la niña se llegaba a las galeras. Allí le bailaban los ojos al ver cómo las manos diligentes de mujeres y hombres convertían aquellas hojas carmelitosas en tabacos, “parejitos, parejitos”. A la muchacha, la mataba la curiosidad.

Pocos dudarían por qué cuando Maritza Rodríguez Valdivia espigó y escuchó hablar en 1975 de que Irenio, una cátedra en el mundo de torcer tabaco, impartiría un curso, movió cielo y tierra. Al saberse en la lista de las 75 aspirantes a torcedoras, respiró. Lo acota sin exageración. Tenía 18 años. Y aunque nadie le había leído las cartas, a ella le asaltaba una certeza: su destino no era permanecer encerrada las 24 horas del día entre las cuatro paredes de la casa.

—Mi sangre no es para estar quieta en un lugar.

Lo advirtieron los reporteros de Escambray a escasos minutos de iniciada la plática en la oficina donde llevan la vida y milagro de las producciones y la economía de la Empresa Filial Alfredo López Brito, conocida como Bauzá, cuyos ingresos financieros vinieron de menos a más durante el pasado año.

Cuando el diálogo con Maritza no había rebasado quizá, la media hora, seguimos sus pasos hasta el salón climatizado, donde los tabaqueros fabricaban los puros esa mañana. Desde hace rato no les tiraba un vistazo a los 63 torcedores a su cargo. En su actual condición de jefa de Torcido, al final del día la dirección de la entidad le pedirá cuentas por la calidad, producción y disciplina de los trabajadores de la galera.

—¿Usted es extremista?

—No soy extremista. Ser extremista no da resultado. No recuerdo la primera persona que me haya mirado atravesá.

A la brava, ni siquiera se llega a la esquina; lo certifica esta mujer de 66 años, quien con anterioridad, mientras asumió las funciones de jefa de brigada, también exigía como ahora.

“Hay que saber trabajar con el tabaquero. Toda una vida he exigido, pero lo he hecho explicándole, diciéndole: Pipo, esto se hace así. De Pipo y todo —refiere con acento distendido—. Uno le dice: Fíjate bien, tienes mal pasada la capa, o tienes que doblar más las hojas.

“Al tabaquero hay que tratarlo con cariño —insiste—; ver si tiene una situación personal, o es problema de la materia prima; porque algo está claro: si no vendemos con calidad, no tenemos resultados, no tenemos utilidades”. Lo asevera Maritza Rodríguez Valdivia, cuya historia de vida tiene otras páginas que merecen contarse.

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