Vidas que salvan vidas (+ fotos)
Colectivos reconocidos en el acto provincial por el Día de la Medicina Latinoamericana.
El salón está colmado. Afuera, la mañana deja caer un sol blanco que huele a diciembre. Adentro, la voz del locutor recuerda que hoy se celebra el Día de la Medicina Latinoamericana y del Trabajador de la Salud, pero en realidad el homenaje es mucho más amplio: celebra a mujeres y hombres que sostienen la vida ajena con los hilos de la suya.
Hay aplausos, música, fotos, banderas… Pero lo que pasa en este acto —y lo que ha pasado durante décadas para que exista— está escrito en la historia silenciosa de cada bata blanca. Entre ellas, dos miradas brillan como si por primera vez se reconocieran en un espejo colectivo.
Son la enfermera Margarita Chongo Sánchez, del municipio espirituano de Fomento, y el doctor Rafael Emilio Grau Pino, de La Sierpe. Sus nombres son llamados uno tras otro para recibir la Distinción Manuel «Piti» Fajardo, instaurada por el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Salud en homenaje al mártir del sector. Ellos suben al escenario, pero en realidad llevan años arriba.
EL CORAZÓN BAJO LA COFIA

Margarita Chongo Sánchez lleva 38 años como enfermera en el municipio espirituano de Fomento. Foto Yosdany Morejón.j
En Fomento todos la conocen por Margarita a secas. No necesita más apellidos: su nombre huele a escaleras empinadas en el lomerío, a caminos rotos, a frascos de vacunas y a madrugadas en las que el cansancio nunca pudo más que la vocación: “Yo llevo 38 años como enfermera”, dice sin aspavientos. Pero después se corrige. “No es un número, es una vida”.
Supervisora del Grupo Básico de Trabajo número 3, del Plan Turquino fomentense, se mueve entre comunidades donde el silencio suena a montaña y las parturientas saben que la enfermera siempre llega, aunque el transporte falle, aunque la noche se venga abajo.
A veces, cuando habla del “cero mortalidad infantil” que hoy exhibe su municipio, se le humedecen los ojos. Ha visto demasiado como para olvidar que un número puede ser una victoria o una tragedia. Ese cero es la prueba de que valieron la pena los kilómetros intensos, las reuniones apretadas, las campañas, las noches de guardia, la disciplina férrea, los nervios y la esperanza.
Ella recuerda muchas historias, pero siempre vuelve la del niño que tuvo reacción adversa a una vacuna. El tiempo se hizo pequeño, las miradas se llenaron de pánico. Margarita actuó. Rápido. Instintiva. Exacta. Ese niño está hoy vivo y cada vez que sus padres la ven, la abrazan como si el gesto pudiera recuperar un instante que ya no les pertenece.
“Lo más importante de una enfermera —dice— es el humanismo. Si no se siente al paciente no se está completa”. Y de pronto, con una naturalidad que late más fuerte que cualquier discurso, añade: “Y una enfermera sin cofia no es enfermera”.
En sus varias décadas dentro del Ministerio de Salud Pública —y en los años adicionales que no caben en una medalla— también vivió lejos de Cuba. En Venezuela cumplió dos misiones. En la última, en Caracas, trabajó junto a la Guardia Presidencial y vio de cerca a Nicolás Maduro. Pero cuenta la experiencia sin grandilocuencia porque siempre la ha emocionado más salvar que sobresalir.
Y por eso hoy, cuando recibe la distinción, no parece caminar; parece continuar.
EL MÉDICO QUE SE HIZO HIJO ADOPTIVO DE UN PUEBLO

El doctor Rafael Emilio Grau Pino estuvo de misión en Bolivia durante 30 meses. Foto Yosdany Morejón.
Cuando se menciona a La Sierpe, muchos piensan en distancia. El doctor Rafael Emilio Grau Pino piensa en pertenencia.
Llegó al municipio buscando oportunidades y encontró una familia que no crece por vínculos biológicos, sino por necesidad y entrega. Jefe de sala de Medicina Interna, carga sobre los hombros el peso de ser médico en un territorio pequeño: pocas especialidades, muchos casos complejos, urgencias que no esperan, kilómetros de tensión.
“En La Sierpe uno tiene que estudiar más —afirma— porque las soluciones no siempre están a la mano. Hay que inventar caminos”. Y él los inventó.
Estuvo de misión en Bolivia durante 30 meses, pero siempre que habla de aquello dice “experiencia profesional”, nunca “hazaña”. Su verdadera hazaña, insiste, fue otra.
Durante la pandemia de la COVID-19, cuando las salas ya no podían recibir más, en La Sierpe se habilitó una para pacientes graves.
Rafael asumió la responsabilidad. Formó un equipo de valientes, como él les llama. Sabía que el enemigo era impredecible y que cada error podía ser irreversible. Ingresaron 111 pacientes. Murió uno.
Mientras el mundo entero contaba muertos por miles, La Sierpe tuvo vidas protegidas: “Asumir esta sala del hospital fue lo más difícil y lo más triste —dice con la voz casi quebrada—. Y al mismo tiempo lo más grande de mi carrera”.
Él, nacido en la provincia de Camagüey, dice que ya es hijo adoptivo del municipio. Y los sierpenses aseguran que no sabrían vivir sin su médico. Quizás, en realidad, se adoptaron mutuamente.
LO QUE NO SE VE EN LOS ACTOS
Margarita y Rafael regresan a sus asientos. Apoyan la medalla en el regazo como quien sujeta una foto íntima. En el escenario continúa el homenaje; se reconocen instituciones, se celebran indicadores, se entregan sellos, se habla de internacionalismo, de futuro.
Todo es justo. Todo es necesario.
Pero hay algo que el acto nunca alcanza a mostrar del todo; y es que la mayoría de las veces la Medicina se hace sin público. Se hace cuando nadie aplaude, cuando nadie filma, cuando nadie sabe.
Se hace en la madrugada. En una casa de tablas. En una familia que espera la evolución de un niño. En una sala donde la fiebre no baja. En un policlínico improvisado. En un avión rumbo a otra tierra. En un consultorio intrincado.
Margarita y Rafael lo saben. Y aun así siguen. No necesitan otra razón que la humanidad.
VIDAS QUE CURAN
Cuando el acto termina, la gente se acerca a saludarlos. Se les ve tímidos, como si no se sintieran dueños del protagonismo que acaban de recibir. Pero lo son. No porque hayan subido a un estrado, sino porque asumieron con total dignidad la responsabilidad de salvar al prójimo.
Cada 3 de diciembre, Cuba rinde homenaje al nacimiento de Carlos J. Finlay, el científico que enseñó al mundo que la Medicina es, ante todo, una forma de amor racional. Ese legado vive hoy en profesionales como Margarita y Rafael; la enfermera de cofia que nunca abandona a la montaña; el médico que convirtió un municipio en su casa.
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