Versatilidad sobre la escena

Versatilidad sobre la escena Berta alcanza el Premio Nacional de Teatro en 2002.

Verdadera academia en la dirección escénica —puesta en solfa en Bodas de sangre, de Federico García Lorca—, Berta Martínez, nacida en Yaguajay el 7 de abril de 1931, formó parte de la tríada de los imprescindibles del teatro cubano en los años 80, junto a Vicente Revuelta y Roberto Blanco.

“Como directora, Berta era muy creativa. Investigó mucho, y era muy generosa porque nos daba todos esos conocimientos. Nos exigía tremendamente; hasta nos decía sus secretos como actriz. Aprendí mucho de su rigor en el trabajo”, destaca la actriz Eslinda Núñez, Premio Nacional de Cine.

“Yo no trabajé con Berta, pero le debo mucho”, subraya Manuel Herrera, director de películas como Capablanca y Zafiros, locura azul, quien solía acompañar a Eslinda, su esposa, a los ensayos de La casa de Bernarda Alba. “Me sentaba en medio de la oscuridad en lo último de la platea. “Viéndola, aprendí a dirigir actores, y a cómo era la relación de un director con ellos. Era una gran pedagoga”.

Por su capacidad interpretativa, Berta tampoco era segunda de nadie como actriz, cuyo dilatado registro despertó los elogios de Rine Leal, figura cimera de la crítica e investigación teatral en Cuba.

Quizás su clímax sobre el escenario lo alcanzara con su Lala Fundora en Contigo pan y cebolla, de Héctor Quintero, por la pulcritud técnica y la humanidad que desbordó el personaje. Tiempo después relataría que cierto día, cuando actuaba en esta obra, en una escena más cómica que trágica, le asaltaron lágrimas furtivas e incontrolables, no asociadas a la concentración actoral. Aseguran que Berta no perdió el balance y continúo la representación. Los espectadores —quienes se percataron de ello— no supieron por qué lloraba. Mientras ella permanecía ahí, sobre las tablas, la mayor parte de su familia viajaba definitivamente hacia los Estados Unidos por el aeropuerto habanero. Berta no podía dejar a su público con las entradas compradas.

Otros traerán de vuelta a su Catalina, la hija muda de Ana Fierling en Madre Coraje, de Bertolt Brecht. Jamás el silencio expresó tanto. Ojos que hablan, gestos que colman la escena, como el toque incesante del tambor para anunciar la cercanía del ejército y salvar la aldea. El soldado le apunta; le grita que basta. Ella no entiende; mejor, sí entiende. Solo ve el dedo en el gatillo. Sus manos no callan, mejor, callan. Dicen que la muerte es una noche salvaje, y hasta La Martínez está por creerlo.

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