Siguaney, el corazón del cemento cubano
En el alma agrícola de Taguasco, la silueta de la Fábrica de Cemento Siguaney emerge como un anacronismo industrial. Sus chimeneas humeantes rompen el paisaje rural espirituano, pero hoy son el único signo vital de una industria nacional en coma: mientras las ubicadas en Mariel, Artemisa, Nuevitas y Santiago de Cuba permanecen paralizadas por averías o inversiones inconclusas, esta planta de equipamiento checoslovaco sostiene la producción de la isla.
A pesar de su tecnología obsoleta la fábrica espirituana no se rinde. Foto Yosdany Morejón.
Dicha responsabilidad cobra sentido en medio de la crisis energética. Cada una de las casi 4 000 toneladas mensuales que salen de sus hornos es destinada prioritariamente a un objetivo: cimentar los Parques Solares Fotovoltaicos (PSF), columna vertebral de la estrategia energética del país para paliar los apagones.
De tecnología húmeda, la planta fue concebida en los años 70 para trabajar originalmente con cuatro hornos con capacidad para 500 toneladas diarias de clínker gris cada uno y, actualmente, se ha convertido en el soporte de la transición hacia energías renovables.
El especialista —y asesor de la dirección de la empresa— Saúl Rodríguez Pérez, con su mirada de halcón curtida en 46 años de lucha cementera, lo resume sin ambages: “Sin nuestro cemento, no hay parque solar que se construya o que resista un ciclón”. Los números revelan la urgencia: cada PSF requiere varias toneladas de hormigón para fundir los pilarotes, cercas perimetrales y edificios técnicos.
Antonio Rodríguez González comenzó a producir cemento desde 1971. Foto Wilber Zada.
“Siguaney multiplica su ritmo en campañas de 15 a 20 días cada mes y para ello explotamos tres canteras simultáneas. De hecho, parar significaría detener la revolución energética”, sentencia Saúl.
El milagro tiene pies de barro y los ladrillos refractarios, agotados hace una década, son reemplazados por los que el especialista llama “obra refractaria”, una mezcla de piezas trituradas, aditivos y arcilla, cocida a presión por los obreros. En mayo pasado, dijo al periódico Escambray: “Lo que hacemos es coger esos ladrillos envejecidos y procesarlos con otros aditivos para crear un hormigón con características similares a los de estos y así poder seguir la producción”.
En otras palabras, reciclan lo inservible para dar nueva vida, aunque la paradoja es evidente: al tiempo que Siguaney alimenta la infraestructura de energía limpia, su propia maquinaria depende de combustibles fósiles.
Cada tonelada de cemento para los PSF consume diésel en camiones que transportan materia prima desde las canteras y electricidad en molinos que devoran megavatios. Aun así, el balance es vital: el cemento producido aquí ya sostiene más de 20 parques solares operativos y otros muchos en construcción desde Pinar del Río hasta Guantánamo.
Cada una de las casi 4 000 toneladas mensuales que salen de sus hornos es destinada, principalmente, a cimentar los Parques Solares Fotovoltaicos del país. Foto Yosdany Morejón.
Pero la fábrica no solo mira al sol. Entre campañas para los PSF, “bombea” cemento para hospitales, escuelas y viviendas. “Un mismo horno fragua el futuro y repara el presente”, agrega. Esta dualidad exige un ballet logístico: “Priorizamos los pedidos para los PSF, pero no abandonamos los demás encargos”, añade.
De igual forma, la fábrica ha implementado un sistema de valorización energética de residuos peligrosos que combina eficiencia productiva con protección ambiental. Según Saúl, esta industria “quema” desechos provenientes de la generación distribuida de energía y la refinación de petróleo y productos farmacéuticos —entre ellos lodos y aceites usados—, lo cual elimina restos dañinos que, de otra forma, pudieran contaminar fuentes hídricas y que, tras ser procesados, alimentan los hornos.
A pesar de su tecnología obsoleta, Siguaney despliega ingenio industrial para compensar las limitaciones: operarios reparan rodamientos, adaptan piezas de otras industrias y mantienen en funcionamiento equipos con medio siglo de servicio. Este esfuerzo tiene un costo visible: las máquinas trabajan al 120 por ciento de su capacidad diseñada, sometidas a jornadas continuas que aceleran su desgaste; aun así, no se rinden.
El horno de la Fábrica de Cemento Siguaney puede superar las 1500 grados Celsius. Foto Wilber Zada.
LOS CEMENTOS ESPECIALES DE SIGUANEY
Aunque la producción en Siguaney lleva años distante de las tiendas de comercio y del alcance del pueblo —divorciada de las 600 000 toneladas para la que fue diseñada—, esta industria ha desarrollado una línea de cementos especiales que responden a desafíos específicos de Cuba. En estrecho vínculo con la Unión CubaPetróleo (CUPET), crearon un cemento para la cimentación de pozos, capaz de resistir altas presiones y corrosión.
Para las zonas costeras y construcciones en entornos marinos, desarrollaron el cemento tipo 4A a petición de la Oficina del Historiador de La Habana e industrias militares. Este material protege estructuras donde la salinidad devora el concreto tradicional.
El especialista —y asesor de la dirección de la empresa— Saúl Rodríguez Pérez, se afana en la producción de cemento desde hace 46 años. Foto Wilber Zada.
La diversificación incluye, además, soluciones para la agricultura y la vivienda. El cemento hidrófugo —que incorpora ceras vegetales para repeler el agua— se usa en silos de biogás y depósitos de granos, mientras el cemento blanco, ha sido clave en restauraciones monumentales.
Por si fuera poco, también fabrican morteros premezclados que aceleran la construcción de viviendas y diversifican las ganancias de la empresa. Y es que, como apunta Saúl, el cemento es el segundo material más usado en el planeta y forma parte de la mitad de todo cuanto nos rodea.
En el horno de esta industria cementera late el corazón de los 400 trabajadores que hoy producen el material que demanda la construcción civil de los parques solares en Cuba. Foto Wilber Zada.jpg
LA RED DE BIENESTAR QUE SOSTIENE LA PRODUCCIÓN
En medio del calor sofocante de los hornos, la Fábrica de Cemento Siguaney ha construido un ecosistema único para sus trabajadores. Mientras sostiene el peso de la producción cementera nacional, la dirección de la empresa ha tejido una red de servicios que transforma la planta en un espacio donde sus obreros pueden adquirir alimentos para el hogar, además de una alimentación balanceada en el comedor.
Saúl Rodríguez lo explica mientras camina hacia la panadería interna: “Si el hombre trabaja duro, debe resolver su vida aquí, sin salir corriendo al terminar su turno”. Esta filosofía se materializa en pan recién horneado a 100 pesos —frente otros precios más elevados en las calles de Sancti Spíritus— y guarapo vendido a 10 pesos, la cuarta parte del precio del mercado informal. “Yo mismo compro dos panes aquí cada tarde y pronto comenzaremos con la venta especializada de jugos, además de la cafetería en la cual vendemos, incluso, helados”, confiesa.
En Siguaney también fabrican morteros premezclados que aceleran la construcción de viviendas y diversifican las ganancias de la empresa. Foto Yosdany Morejón.
Detrás de los silos, cuatro caballerías de tierra florecen como un pulmón verde en medio del paisaje industrial. Este autoconsumo agropecuario abastece más del 80 por ciento del comedor obrero con arroz, frijoles, viandas y hortalizas cosechadas en suelo propio, mientras la crianza de pollos proporciona huevos que también llegan a las manos de los trabajadores a precios muy bajos.
“No somos solo una fábrica, somos una comunidad que siembra lo que consume”, define el especialista. El proyecto avanza ahora hacia la cría de cerdos, con tres naves —una para reproducción y dos para ceba—, que incluirá un sistema de biogás para alimentar las cocinas y las soldaduras de la planta, cerrando un círculo virtuoso de autosuficiencia.
Más allá de la alimentación, Siguaney ofrece soluciones. Un servicio de caja extra permite retirar efectivo sin sufrir las colas interminables que desde hace meses caracterizan a los bancos. “¿Para qué perder tres horas en un banco si puedes resolverlo aquí en 10 minutos?”, razona Saúl frente al pequeño local donde los trabajadores gestionan su dinero.
Esta industria ha desarrollado una línea de cementos especiales que responden a desafíos específicos de Cuba. Foto Wilber Zada.
La llamada Casa de Capacitación completa este entramado social: sus paredes han visto desde cursos de superación, cumpleaños colectivos, hasta talleres infantiles y reuniones sindicales, para transformarse en un espacio donde se tejen vínculos más allá del cemento.
Este modelo de bienestar integrado explica un fenómeno inusual en la Cuba actual: mientras el país enfrenta éxodos laborales significativos, Siguaney mantiene con estabilidad una plantilla cercana a los 400 trabajadores.
Para Saúl, el secreto es simple: “Cuando un muchacho nuevo llega, ve que esto no es solo un lugar de sacrificio, sino donde resuelves parte de tu vida”. En una isla golpeada por limitaciones de todo tipo, la fábrica ha descubierto que la mejor argamasa para sostener la producción no está en los silos, sino en el tejido humano que la alimenta día a día. “Cuando la gente está motivada aporta más”, concluye.
VIDAS MOLDEADAS POR EL CEMENTO
Si el hombre trabaja duro, debe resolver su vida aquí, sin salir corriendo al terminar su turno, explica Saúl Rodríguez Pérez. Foto Wilber Zada.
Saúl Rodríguez Pérez bien pudiera apodarse el Sabio de las Cenizas. Su historia con Siguaney comenzó en 1978, cuando un joven ingeniero eléctrico, recién graduado, llegó “para dos años de servicio social”. Cuatro décadas después, sus manos hojean planos desgastados en una oficina que es santuario de memoria industrial. “Esta fábrica me hizo químico, mecánico, soldador… hasta psicólogo”, confiesa con una sonrisa que ilumina su rostro.
Su rutina revela la filosofía de combate que impregna Siguaney: jubilado técnicamente, regresó por pura vocación. “Me dije: puedo barrer patios o ayudar con mi experiencia, por lo que hoy asesoro a jóvenes ingenieros y obreros en un ejercicio de constante transmisión de conocimientos.
“Antes teníamos repuestos y barcos del campo socialista que cada 5 años llegaban cargados de todo cuanto pudieras necesitar para mantener la fábrica en funcionamiento, pero, en estos momentos, si se rompe algo puede paralizarnos durante meses”.
De tal forma, su mayor orgullo no son las toneladas de cemento producidas, sino el saludo respetuoso de los operarios cuando cruza el taller. “Eso no se compra con dinero. Si volviera a nacer, volvería a ser cementero”.
EL HORNERO QUE DOMÓ EL INFIERNO
Siguaney multiplica su ritmo en campañas de 15 a 20 días cada mes y para ello explotan tres canteras simultáneas. Foto Yosdany Morejón.
Los muchos años de Antonio Rodríguez González pesan menos que su orgullo al señalar el horno y los molinos donde ha trabajado sin parar durante más de medio siglo. “Empecé en 1971, cuando arrancó la fábrica y esto era solo un sueño”, rememora Antonio, cuya piel conserva cicatrices de quemaduras en la Línea 3. “El accidente me dejó marcas, pero nunca miedo”.
Ser hornero en Siguaney exige rango A —la máxima calificación— porque manejar 1 500 °C es una alquimia de precisión y resistencia. “El calor te derrite la camisa si no tienes cuidado y te pegas demasiado al horno, pero yo no tengo miedo”.
Su récord personal —690 000 toneladas anuales en los años 80— es leyenda en toda Cuba, pero hoy enfrenta desafíos mayores: “A estos hierros checos hay que hablarles con cariño, como a una mujer”, bromea mientras acaricia un panel de control.
Recontratado tras jubilarse, desoye los reclamos familiares. “En la casa dicen que ya es hora de descansar, pero el cemento corre por mis venas y he dedicado mi vida a la fábrica”. Su ritual es sagrado: revisa personalmente el clínker obtenido y vigila que los jóvenes no subestimen el peligro. “Esto no perdona errores”.
«No somos héroes», corrige Antonio al despedirse y su sombra se alarga sobre el polvo blanco; mas, en sus palabras late la épica de lo cotidiano: “Todos los días se rompe algo, pero todos los días se arregla”.
Así, mientras Cuba erige parques solares, Siguaney es su cimiento invisible. Cada losa instalada en Sancti Spíritus o Pinar del Río lleva el sudor de estos hombres que convierten carencias en proezas; usan lodos petroleros como combustible alternativo, desarrollan cementos especiales para pozos petroleros o estructuras marinas y hasta planean biogás con excretas de cerdos.
Conozca más sobre la Fábrica de Cemento Siguaney en el siguiente video: https://youtu.be/q2Q6unfHCng
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