“Si él viene con usted, puede pasar”
Como otras veces, no pocas, mi gran amigo Arnaldo toma la iniciativa de la conversación que nos sirve de pretexto para encontrarnos todos los domingos.
—Me hablas entonces del inolvidable Eduardo Robreño… —le dije, complacido, cuando me contó de su reciente lectura (ambos somos inveterados lectores) — entonces, eso me da pie para recordar algo que el doctor dejó plasmado en su libro Del pasado que fue.
—Espero, pues, que se trate de una de sus tantas vivencias.
— Y esta no tiene desperdicio, porque tiene que ver con otro inolvidable conversador. Te hablo de Enrique Núñez Rodríguez, aquel gran escritor de costumbres, también de radio, televisión y cabaret.
—¡Entonces, cuenta, porque, con esos nombres, ya estoy ansioso por conocer esa historia!
— Ahí te va, pues. Esto sucedió cuando se estrenó la comedia de Núñez Rodríguez Dios te salve, comisario, en el teatro Martí de La Habana. Por esos días de los años sesenta, Robreño era el director literario del Grupo Jorge Anckermann, que representó la obra. Sucedió que Núñez Rodríguez se sintió tan presionado durante los últimos días previos al estreno, que estuvo dos días enteros, cuarenta y ocho horas, sin comer absolutamente nada.
—¡Pues estaría al punto del desmayo!
— Eso mismo comprendió Robreño, cuando Núñez se le acercó para confesárselo. Y entonces, Robreño, feliz de hacer algo por el amigo, le dijo muy confiado: “¡Ven conmigo, que yo te resuelvo ese problema!”
—Gaspar, dime una cosa: ¿eso fue después del estreno?
— Ansina mismitrico, como diría el otro.
—¡Pero sería tardísimo! ¿Cuál fue la idea de Robreño?
— Fíjate que era ya la una de la madrugada. La pregunta era, claro, dónde comer a esa hora. Robreño se acordó de un amigo suyo que era portero del restaurante Polinesio, en los bajos del hotel Habana Libre, y allá fueron. Pero, cuando llegaron, aquel amigo no estaba y no había nadie en la puerta. En fin, Robreño decidió entrar, con Núñez detrás. Y, en eso, aparece un atleta de levantamiento de pesas vestido de portero y, con su mano a la altura del pecho de Robreño, lo para en seco: “¿A dónde va usted?”
— Ahí mismo se acabó la comida…
— ¡Que te crees tú eso! Ya cuando Robreño trataba de salvar ese obstáculo, se da cuenta de que el atlético portero dirige su vista detrás de Robreño y dice: “Señor Núñez Rodríguez, bienvenido a esta casa…” Y lo hizo pasar. Pero, claro, Núñez no dejaría a Robreño a la puerta. Insistió ante el portero en que lo dejara pasar y entonces el deportista frustrado contestó, humillante: “Bueno, si el señor viene con usted, puede pasar”.
Mientras Enrique Núñez Rodríguez consumió un bisté a la milanesa, Robreño, tan hambriento como Núñez, sólo probó un jugo de tomate y decidió de no invitar jamás a Núñez a ninguno de los restaurantes que en el mundo han sido.
“…Amigos, suficiente por hoy”.
No te pierdas nada. Únete al canal en WhatsApp de Radio Sancti Spíritus.