Se cayó del andamio

Se cayó del andamio

—Mi muy querido amigo Arnaldo… —¡ah, diablos, si parece que estoy escribiendo una carta! — ¿has escuchado alguna vez una frase que dice… se cayó del andamio?

Como también por sus venas corre sangre de artista, ¡y bueno!, Arnaldo asumió una pose que, sin quererlo, me recordó la estatua El pensador, de Rodin:

— ¿Se cayó del andamio…? Hmmm, no, no, no la he escuchado nunca. La que yo sí conozco es esa que dice… se tiró con la guagua andando. Pero esa que tú dices, no.

— Pues sobre esa frase que te digo hablaremos esta vez.

— ¿La de la guagua?

— ¡No, hombre, no!, esa de se cayó del andamio…

— Pero, Gaspar, yo no recuerdo eso, ya te dije. La frase esa ¿es de hace mucho tiempo?

— Bueno… según leí en el libro Desapolillando archivos, de Guillermo Lagarde, eso de se cayó del andamio es una frase de la década de los años treinta, más o menos, o un poco más atrás.

— ¡Con razón no la conocía! Yo no había nacido todavía… (Arnaldito, mi hermano, me vas a decir eso… ¿a mí?… Lo pensé, pero no lo dije…) Y ven acá, Gaspar, ¿sabes si lo del andamio surgió por algún hecho, o algo parecido?

— Mira, el propio Lagarde ignoraba quién fue aquel que, al caerse de un andamio, dio origen a la frase. Pero en su libro, Lagarde menciona a un amigo suyo, Don Pedro, quien le sugirió una tesis.

—Así que una tesis. Eso quiere decir que tampoco la explicación de Don Pedro se puede dar por verdadera.

Tiene toda la razón mi amigo Arnaldo.

— Claro —le respondí—, pero déjame explicarte, para que te des cuenta de que eso de se cayó del andamio bien pudo surgir tal y como el mencionado Don Pedro imaginaba.

— Vamos, cuenta, me tienes intrigado.

— Tú verás: el susodicho Don Pedro sugería que quien se cayó del andamio no podía ser, digamos, un Pérez cualquiera (y que me perdonen los Pérez). Porque, si no, la frase no hubiera trascendido. El caso es que, hace muchísimos años, estuvo en Cuba el pintor francés Juan Bautista Vermay.

— He oído hablar de eso, sí.

— Pues resulta —le explico a mi gran amigo— que Vermay fue el autor de la decoración del Templete, allá en la Plaza de Armas de La Habana. En 1816, Vermay se presentó ante el obispo Espada, porque se enteró de que él buscaba a alguien que continuara pintando cuadros para la catedral de La Habana. Quién sabe si fue así o no. El caso es que, seguramente —decía Don Pedro, aquel amigo de Guillermo Lagarde—, Vermay estuvo, alguna vez, encaramado en las alturas, terminando aquello del Bautismo de San Juan Bautista, cuando, por alguna que otra razón, Vermay se vino abajo desde aquella altura. Y a lo peor, la caída tuviera lugar en medio de una misa.

— Me doy cuenta, ¡claro! —sabia conclusión de mi sabio amigo—, ¿qué otras cosas hubieran dicho los fieles, que no fuera aquello de se cayó del andamio?

— Ya te digo, Arnaldo, nadie sabe si eso fue así o no. Yo, de verdad, coincido con Don Pedro en que quien se cayó del andamio no podía ser cualquiera, sino, tal vez, el mismísimo pintor francés Vermay.

Cuando Arnaldo se despidió, pensé: “¿qué tan grave fue el golpetazo?”

“…Amigos, suficiente por hoy”.

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