Salustiano y los fantasmas

Salustiano y los fantasmas

—Gaspar… —cuando mi amigo me llama de ese modo, quedo en alerta: ¡cualquiera sabe cuál es el asunto que trae! — ¿Tú crees en los fantasmas?

—Compadre, ¿usted viene con esa bola a estas alturas del campeonato?

—Bueno… es que, claro, los fantasmas no existen… pero…

Impresionado el hombre: ¿qué película habrá visto?

—Tranquilo, Arnaldo, tranquilo (perdón, Juan Luis Guerra), voy a recordar una historia de las que publicó Guillermo Lagarde en Desapolillando archivos.

—Eso quiere decir que… ¿ocurrió de verdad?

—Como oído habéis. Y, si no lo sabéis, os lo digo para que lo conozcáis.

—Te quedó bien eso, Gaspar. Pero explícate, anda:

—Vamos al asunto. En otra de sus crónicas, Guillermo Lagarde recuerda algo que pasó, hace muchos años, en La Habana, en la Víbora. Por cierto, barrio en el que yo nací, hace…

—¿Cuántos años hace, ¿eh? ¿Cuántos? —Pregunta mi buen amigo con la insistencia de quien quiere arrancar una confesión ajena. Lo complazco… a medias:

—Ticinco años…

—Contigo no se puede, Gaspar. Haz la historia:

—Pues, mi caro amigo, esto sucedió en la calle de Patrocinio. Hace muchísimo tiempo, en una cuadra de la calle se escuchaban lamentos, gritos y alaridos terroríficos.

—¡¿Y eso?! ¿De dónde?

—Pues desde una casa misteriosa, siempre a las doce de la noche. Por la mañana, los vecinos no hacían más que hablar de eso: decían que eran espíritus, fantasmas, almas en pena…

—¿Y no hubo nadie que tratara de enterarse de lo que pasaba en esa casa, Gaspar?

—Sí que lo hubo: Un gallego. Tú sabes que así le decimos en Cuba a cualquier español, aunque no haya nacido en Galicia. El gallego se llamaba Salustiano.

—Valiente el hombre…

—¡Ja! Una noche se decidió y resolvió resolver el misterio. Muerto de miedo, a la una de la madrugada llegó a la casa de Patrocinio 56. Ya estaban en su apogeo esos gritos fantasmagóricos. Tocó a la puerta y, en medio de los alaridos, oyó una voz de ultratumba que le contestó: ¡¡Aquíiii no hay naaaadie, galleeeego!!

—Mira, Gaspar…, si eso me pasa a mí…

—Nada, harías lo mismo que hizo Salustiano: se fue de allí a millón.

—Entonces… ¿eso se quedó así? —pregunta Arnaldo, mi amigo, al borde de la decepción.

—Pues resultó que ese lugar era una casa de dementes. Allí mal vivían más de más de veinte orates. El periódico de la mañana explicó que la casa la había alquilado el señor Pepe P., sin el permiso legal para eso.

—¿Pepe P.? ¿Así?

—Así mismo: Pepe P. Al final, los locos fueron a parar a Mazorra.

—Gaspar, ¿y qué pasó con el gallego Salustiano?

—¡Muchacho! Salustiano se indignó: Fue el único que se atrevió a entrar en aquella casa… ¡y ni siquiera lo mencionaron en el periódico!

“…Amigos, suficiente por hoy”.

#

Lo que por ahí se cuenta

Deja un comentario

Aún no hay comentarios. Sé el primero en realizar uno.

También te sugerimos

Programación en vivo
Sigue a Radio Sancti Spíritus