¿Puede la indisciplina restar prioridad a la atención a personas con discapacidad?

¿Puede la indisciplina restar prioridad a la atención a personas con discapacidad?

Durante los últimos tiempos, cuando lamentablemente la crisis económica anda de la mano de la crisis de valores, no pocas veces escuchamos en cualquiera de las tantas colas que marcan la rutina de los espirituanos comentarios airados sobre la prioridad que deben tener o no, en esas filas, las personas con discapacidad.

En este asunto, abunda la tela por dónde cortar.

Que si los discapacitados no son tales y se inventan esa condición para colarse, que en muchos casos no portan un carnet identificativo, hacen uso indebido de este o presentan alguno falso.

Que si le compran a media familia o a casi todo el barrio, o de dónde salen tantos limitados físicos cuando llegan los medicamentos, el gas y las papas a la placita.

Hoy en la provincia aparecen oficialmente registrados alrededor de 3,000 miembros de la Asociación Cubana de Limitados Físicos Motores, aunque el término discapacitado también incluye a los afiliados de las asociaciones del sordo, el ciego y de las personas con limitaciones intelectuales.

Según la presidencia de la ACLIFIM aquí, aunque a muchas de estas personas se les observa a simple vista su limitación.

Además, personas con ataxia, parkinson, esclerosis múltiple, con amputaciones por diversas causas, artritis reumatoidea deformante, entre otros padecimientos invalidantes.

De acuerdo con lo establecido, los discapacitados cuentan con un respaldo legal para garantizar su protección como parte de una obligación del Estado, la sociedad y las familias.

En consonancia con esa política y con sentido práctico, se encuentra establecido que a la hora de las recurrentes colas, compran tres personas sin alguna de estas limitaciones y una en situación de discapacidad, previa presentación de sus carnés de asociados e identidad al vendedor, quien debe verificar la autenticidad de esos documentos.

Pero en la práctica sucede que en muchas ocasiones ni los dependientes ni las administraciones de la mayoría de los centros toman cartas en este asunto y no pocas veces les pasan gato por liebre.

En este asunto vale esclarecer que el carné de discapacitado se entrega de acuerdo con los requisitos y protocolos de cada asociación y sólo faculta el beneficio de su portador, no del resto de la familia, amigos o conocidos.

En estos momentos, la ACLIFIM ha asumido un rol de control con la visita a algunos de estos centros para poner puntos sobre las ies con las administraciones sobre este tema en relación, por ejemplo, con que los encamados y ancianos no clasifican en la categoría de discapacitados, sino como vulnerables, y en esos casos deben colegiar su estatus y prioridad a través de los trabajadores sociales.

Para ordenar el asunto, resulta fundamental el actuar de las administraciones de estos lugares con la exigencia de que cada discapacitado presente sus documentos identificativos para generar organización y disciplina.

Pero tampoco puede pasarse por alto la sensibilidad humana, ya sea con los discapacitados o los vulnerables, en un escenario de envejecimiento poblacional y donde aún falta mucho por ganar en cultura y educación en relación con estos segmentos quienes por su condición más necesitan y merecen todo el respeto.

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