Primeras elecciones en Cuba

Primeras elecciones en Cuba Tomás Estrada Palma, primer presidente de la República de Cuba, en 1902. Foto: Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.Tomás Estrada Palma, primer presidente de la República de Cuba, en 1902. Foto: Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.

En las primeras elecciones que se celebraron en Cuba luego del cese de la dominación española votó el 7% de la población. Se celebraron el 16 de junio de 1900, bajo la égida del Gobierno interventor norteamericano, con el fin de elegir a las autoridades municipales. Del total de 1 572 797 habitantes que tenía entonces el país, se empadronaron 150 648, y de ellos 110 816 concurrieron a las urnas.

Y no es que la gente no quisiera votar, sino que a la mayoría se lo impedía la ley. Porque en aquellos comicios solo pudieron ejercer su derecho al sufragio —así lo estipuló la legislación que se aprobó al efecto— los mayores de 21 años que supieran leer y escribir y pudieran demostrar bienes no menores a 250 pesos. De esa forma se privaba de acudir a las urnas a miles de cubanos pobres, blancos y negros, que carecían instrucción y fortuna. Y tampoco podían votar las mujeres. Sí podían hacerlo los que pertenecieron al Ejército Libertador. Resultaba demasiado escandaloso privar de ese derecho a los que hicieron la patria.

El Partido Revolucionario Cubano, fundado por José Martí y que alentó y sostuvo la Guerra de Independencia, había quedado disuelto. Tres organizaciones políticas participarían entonces en el ruedo electoral: el Partido Republicano, de Las Villas, que agrupaba a los que con más calor propugnaban la independencia; el Partido Nacional Cubano, de La Habana, que proclamaba el mismo ideal, pero con tibieza, y el Partido Unión Democrática, que nucleaba en su seno tanto a independentistas como a elementos que simpatizaron con España durante la guerra y aun a los partidarios de la anexión a Estados Unidos, y por el que se suponía que votaran muchos de los españoles que tenían ya la ciudadanía cubana. Contendería, además, el Partido Republicano de La Habana, que nada tenía que ver con el villareño.

Las simpatías del interventor Leonardo Wood se inclinaban hacia la Unión Democrática. Pero era tal su indigencia en lo que al número de afiliados se refería que ese partido decidió no concurrir a los comicios. Wood lamentó su retirada, pero no desistió por ello de imponer, con uso y abuso de su autoridad, a los candidatos de su preferencia.

Sufragio universal

Bajo las mismas restricciones en cuanto a instrucción y fortuna, tuvieron lugar el tercer sábado de septiembre de 1900 las elecciones para elegir a los delegados a la asamblea que dotaría a la República de su primera Constitución.

El Partido Nacional incluyó en su candidatura a Máximo Gómez, general en jefe del Ejército Libertador, seguro de que el prestigio de su nombre constituiría de por si un factor de éxito, pero el viejo guerrero no aceptó la nominación. Fue en esos comicios donde tuvo lugar en el país la primera coalición de partidos, cuando por instinto de conservación se unieron los republicanos habaneros y los demócratas ante la certeza de que el Partido Nacional los barrería si concurrían por separado a las elecciones. Aun así, los nacionales coparon la capital y los republicanos lo hicieron en Las Villas y Matanzas, en tanto que agrupaciones locales triunfaban en otras provincias.

Hubo problemas a pesar de todo, porque en La Habana las elecciones fueron tan fraudulentas que Juan Gualberto Gómez, que resultó electo por Oriente, impugnó en su primer discurso ante la Asamblea Constituyente las actas de los delegados habaneros; impugnación que a la postre fue rechazada.

Un punto conflictivo en aquella Asamblea que dio cuerpo a la Constitución de 1901 fue el del sufragio. Se conocía la opinión de Wood favorable al voto limitado o restringido por razones de instrucción y fortuna, pero uno de los delegados se opuso y sacó a votación el sufragio universal. Otro se opuso, pero saltó a la palestra Manuel Sanguily para decir que no concebía que pudiera existir un solo constituyente que se opusiera a que alguno de sus compatriotas pudiera ejercer ese derecho. Los hombres mayores de 21 años; no las mujeres. Y la Asamblea aprobó la propuesta y la consignó en el texto constitucional.

Retraimiento de Masó

Llegaron después las elecciones presidenciales del 31 de diciembre de 1901. Ante la voluntad indeclinable del mayor general Máximo Gómez de no aspirar a la primera magistratura, otro general independentista, Bartolomé Masó, se perfiló como candidato indiscutible. Había sido un combatiente de primera línea en las dos guerras y era diáfana su postura ante la intervención militar norteamericana, a la que siempre condenó. No gozaba, por supuesto, del apoyo de Wood por más que el interventor asegurara que era absolutamente imparcial en lo que a los candidatos a la Presidencia se refería. Fue entonces, para oponerla a la de Masó, que se lanzó la candidatura de Tomás Estrada Palma.

El pueblo se inclinaba por Masó porque encarnaba el espíritu separatista y era resueltamente contrario a la Enmienda Platt. El pueblo desconfiaba de Estrada Palma, ya que era el candidato de los norteamericanos y porque no podía hacerse una idea clara de aquel hombre que llevaba 25 años en el destierro y que había vivido sus últimos 20 años en Estados Unidos, donde residía para entonces.

Fue así que Máximo Gómez viajó a Norteamérica para encontrarse con el solitario maestro de Central Valley y le dio su adhesión. Se la dieron también los republicanos de Las Villas y algunas altas personalidades de la vida nacional, y Estrada Palma tuvo la Presidencia prácticamente en el bolsillo.

Aun así había que asegurársela, y para ello Wood no incluyó a ningún masoísta en la Junta Central de Escrutinio. Protestó Masó, primero ante el interventor y luego ante Washington, pero se desoyó su queja y todo cambio fue denegado. Ya con pocas posibilidades de triunfo, Masó dirigió un manifiesto a la nación que lo colocó definitivamente frente a la ocupación extranjera.

El alcalde de La Habana, que expresó simpatías por Masó, fue destituido por las autoridades norteamericanas, y a partir de ahí las arbitrariedades se sucedieron, las protestas de los masoístas se hicieron inútiles y se entronizó la ilegalidad. Los partidarios de Masó se vieron en un callejón sin salida y su jefe fue al retraimiento. Estrada Palma concurrió entonces a los comicios sin oponente.

Pese a que don Tomás careció de contrincante y los suyos coparon las mesas de escrutinio, en no pocos lugares se ejerció la coacción y la violencia por parte de las autoridades norteamericanas a fin de evitar que los masoístas se adueñaran siquiera de posiciones secundarias.

Hasta entonces en todas las encuestas realizadas por el diario La Discusión para conocer la voluntad popular con relación al primer presidente de la República, Estrada Palma fue siempre el candidato menos favorecido. La última de esas indagaciones dio 305 puntos a Estrada Palma y 1 529 a su rival.

El sentir del pueblo era uno y la realidad fue otra. Estrada Palma se alzó con la primera magistratura no porque lo apoyaran republicanos y nacionales, sino porque contaba con el espaldarazo de Washington, que lo hizo su candidato.

Deja un comentario

Aún no hay comentarios. Sé el primero en realizar uno.

También te sugerimos

Programación en vivo