Pintores espirituanos: Seis horas con Fidel

Pintores espirituanos: Seis horas con Fidel Uno de los dos murales pintados durante la tribuna abierta del 25 de mayo de 2002.

—Abel, los muralistas mexicanos están en peligro.

Quizás en broma, quizás en serio, Fidel lanzó su comentario ante sus invitados especiales, distantes de ser presidentes, parlamentarios, en aquella cena en la sede del Consejo de Estado, en La Habana. Los convidados por el estadista ejercían, en su mayoría, otro ministerio: el de domeñar los colores a punta de pinceles.

Delante de las mesas permanecían los artistas, de ellos más de una decena de pintores, entre espirituanos y habaneros, en su casi totalidad participantes en la Tribuna Abierta desarrollada el día anterior (25 de mayo del 2002) en Sancti Spíritus, donde se condenó el terrorismo y demandó la excarcelación de los Cinco cubanos, presos por ese tiempo en penitenciarías estadounidenses.

Invitado a la cena y asistente, además, al acto en suelo yayabero, el entonces ministro de Cultura, Abel Prieto Jiménez, sabía que la comparación de Fidel con los muralistas aztecas —protagonistas de un movimiento nacido en la década de los años 20 del siglo anterior con voz raigal y auténtica— pretendía reconocer a los artistas de la isla, quienes dejaban la tranquilidad de sus talleres y estudios para blandir sus pinceles en cuanta concentración pública fuera convocada a finales de la centuria pasada e inicios de la presente.

La resultante: una inmensa obra pictórica esparcida por toda Cuba, síntesis de una estética que privilegió la defensa de lo justo y de la verdad, sin menoscabo de sus valores estilísticos, en opinión de la notable pintora Alicia Leal Veloz.

Al concluir la tribuna espirituana, Abel Prieto le recomendó a Fidel saludar a los artistas, autores de dos murales; por la tierra de Serafín Sánchez se encontraban Antonio Díaz, Félix Madrigal, Luis García Hourruitiner, Mario Félix Bernal, Iosvanny Suárez Lee e Iván Cepeda García. Desde La Habana llegaron Zaida del Río, Nelson Domínguez, Alicia Leal, Juan Moreira, Diana Balboa y Eduardo Roca (Choco).

—Lástima que tenga tanta prisa. Creo que nos volveremos a ver, se excusó cortésmente el entonces Presidente cubano.

AMBIENTE DISTENDIDO

— ¡Chocolatico!

En jarana, así bautizó Fidel a Iosvanny Suárez, luego de que el Guerrillero del tiempo apareciera por la puerta de uno de los salones del Consejo de Estado y abrazara al joven espirituano en la noche del 26 de mayo. Indudablemente, el sobrenombre puesto por el líder partía del apodo de Eduardo Roca (Choco), un competente pintor y grabador santiaguero, también de raza negra.

“Era el Fidel que tú no lo tenías detrás de la pantalla de un televisor, o lo veías lejos en una tribuna”, comentó Suárez Lee, criterio coincidente con el de Félix Madrigal: “Vimos al ser humano, al hombre risueño. Se creó un clima ameno, coloquial; las formalidades desaparecieron”.

Como anfitrión, Fidel brindó vinos españoles, mientras él degustaba otro líquido en una toronja, gracias a un ambiente, que no por distendido, resultó trivial, y donde se conversó de todo.

Durante aquellas seis horas de diálogo, extendido hasta alrededor de las cuatro de la madrugada del 27 de mayo, intercambiaron acerca de las resonancias del acto político-cultural celebrado en Sancti Spíritus, calificado por el estadista como uno de los mayores de la Batalla de Ideas.

El joven rebelde se refirió a las tradiciones y a la historia de los hijos de la tierra del Mayor General Serafín Sánchez, al puente sobre el río Yayabo, a Trinidad y a sus calles.

LIENZOS IMPROVISADOS

Atrevido émulo de Pablo Picasso —como lo ha admitido—, Nelson Domínguez (Premio Nacional de Artes Plásticas 2009) aventuró esa noche una idea que marcó un punto de giro en la plática dominguera: cada uno de los presentes debía regalarle un dibujo al líder bajo el título Para el Poeta de la Revolución. En un santiamén aparecieron los llamados plumones y unos lienzos improvisados.

Ante la duda de manchar la blanquísima tela, Félix Madrigal encontró aliento en la aclaración de alguien que se percató de su indecisión:

—Sí, sí; a él le gusta coleccionar servilletas.

Por esa época, los coléopteros (insectos) constituían motivo recurrente en la creación pictórica del artista espirituano, quien colmó el paño de escarabajos; el mayor de estos yacía sin vida patas arriba.

—¿Quién es este?, le preguntó Fidel.

El pintor no sabía adónde quería llegar la imaginación de su interlocutor.

Este es Bush, que lo estamos eliminando. Ponme ahí que esta es la causa de Cuba contra todo enemigo, le acotó el propio Fidel, quien en otro momento de la velada lanzó la interrogante:

—¿Quién hizo este otro dibujo?

Pasados los años, Iosvanny Suárez recordó que iba tenso a describirle lo pintado, que tituló El motor que mueve la isla. “Consistía en un miembro del cuerpo humano de un hombre, con la forma de la isla —explicó—. La parte superior era también un cerebro; nuestro país se ha movido a golpe de ideas, a golpe de coraje contra todas las corrientes. El dibujo era atrevido, pero artísticamente llevaba un mensaje profundo”.

—¿Qué hago para ti, que me hiciste este regalo?, inquirió el hombre enfundado en su traje verde olivo.

—Pínteme una palma, le respondió el joven.

Fidel no dibujaba nada desde hacía unos 20 años, confesó a los presentes; mas, se arriesgó a trazar una palma sobre la servilleta, donde escribió: “Intento de palma espirituana para Chocolatico que me ha obligado a extraer de mi imaginación mi supermodesta capacidad de pintor, cuánto envidio a los que son como él (…)”.

Cerca del anfitrión se encontraba Mario Félix Bernal, quien le sugirió pintarle el palmiche; sin embargo, los trazos le salieron imprecisos.

—Me has echado a perder mi obra.

Al rato, cuando el espirituano le pidió una dedicatoria para su hija que retomaría sus estudios en Ciencias Médicas, Fidel le recordó el incidente y probó a Mario Félix:

—¿Para ti qué es lo más importante: lo material o lo espiritual?

—Lo espiritual, claro.

—Está bien, ganaste la pelea.

A seguidas, las palabras corretearon animosamente sobre el paño para instar a la muchacha a que se entregara a sus estudios, condición para convertirse en un buen profesional. Por similar rumbo, anduvo el mensaje a una de las hijas de Félix Madrigal, luego de comentarle al líder cubano las inclinaciones de ella hacia la declamación. “Laurita María: Recibí tu beso y te envío mil. Espero oírte pronto”. Cuando la niña lo leyó no sabía si reír o llorar, relató el padre.

Por su parte, Iván Cepeda se llevó a casa palabras afectuosas dirigidas a la familia, mientras en el texto para Luis García enaltecía el aporte del espirituano no solo a la confección de los murales; sino al éxito de la concentración pública en la plaza de Los Olivos.

En tal escenario, música, danza, versos, pinceles y oradores, incluido el Comandante en Jefe, enunciaron que Cuba no estaba formada por una comunidad de fanáticos, llena de odio hacia el pueblo de Estados Unidos y, menos aún, que destinaba su potencial científico a la producción de armas biológicas, comidilla del gobierno norteamericano de turno (George W. Bush) y de su cortejo de grandes medios de comunicación.

Ese leitmotiv animó la pintura de los dos murales ideados por los artistas de la plástica participantes en el acto, entre ellos Antonio Díaz, quien le sugirió a Fidel que las letras que le dedicara el líder tuvieran un matiz colectivo.

“Para Luis, Mario Félix, Iván, Yosvani, Félix y Antonio, artistas plásticos espirituanos, con los cuales todos los cubanos compartimos la gloria y el orgullo del 25 de mayo, al que todos ellos contribuyeron con su arte”, escribió.

En la sede espirituana de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba se exhibe dicha servilleta, custodiada tras un cristal con celos sin límite.

 

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Cultura

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