Para enfrentar los problemas hay que reconocerlos
En Francia hay mendigos. También en Estados Unidos y, por supuesto, en Cuba, que pertenece a esta aldea global, marcada por polarizaciones sociales.
Asumir esa realidad con todos sus matices, sus nombres y apellidos propios, evitaría que desaciertos de alto nivel como el de la ministra de Trabajo y Seguridad Social ante los parlamentarios cubanos, se repitan.
El propio presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez lo dijo con todas sus letras: Para enfrentar y resolver los problemas hay que reconocerlos. La Revolución no tiene que sentir vergüenza de los problemas porque ha demostrado fehacientemente que tiene una vocación humanista para enfrentarlos y resolverlos”. Fin de las citas
Y los mendigos cubanos existen hace rato. Solo que en los últimos tiempos, en medio de nuestras carencias económicas, la inflación galopante y otras torceduras, han aumentado y se han visibilizado más por obra y gracia de Internet.
¿Cuántos mendigos hay en Cuba? Nadie lo sabe. Primero, porque nunca los hemos contado desde esa perspectiva. Segundo, porque, aliados al eufemismo, los hemos disfrazado bajo otras denominaciones, la más común, la de deambulantes. Tercero, porque ha faltado la sensibilidad institucional, como en el caso que nos ocupa, para mirarlos tal cual son; esa sensibilidad por la que aboga el mandatario cubano
Y no son exactamente lo mismo porque la mendicidad es una condición más abarcadora, al margen de quienes vagan sin rumbo de un lado a otro.
Los mendigos, los nuestros, no son un invento de los enemigos. Existen más allá de la voluntad gubernamental para enfrentar el fenómeno y de las políticas públicas para mitigarlo, porque no todo se resuelve con el Sistema de Atención a la Familia, ni con las ayudas de la Asistencia Social. De otro modo, no se hubiese hecho viral la reacción a las palabras de la ministra. Negarlos como hizo los borra como concepto y parte de la realidad cubana. Reducirlos a difrazados de mendigos, estigmatizarlos como alcohólicos, buscavidas, oportunistas de ocasión… los criminaliza y, mucho peor, los generaliza, como si fuera, siempre, una elección personal.
Si nos asimos al concepto de la Real Academia Española, la mendicidad está asociada a la marginalidad, los limosneros y hasta la pobreza y los necesitados. Entonces, nos debe preocupar no solo la imagen pública de los que pernoctan en calles, paradas, terminales de ómnibus y rincones de cualquier lugar. Esos son apenas los visibles.
Fuera de las calles, hacia dentro de sus hogares, a Cuba le han crecido los mendigos no declarados o, por lo menos, potenciales; los que no piden limosna, pero la reciben bajo el manto de la caridad o la solidaridad del vecino, ese don cubano que mitiga dolores y comparte un pedazo de pan o un plato de comida, no desde el basurero, sino desde la cocina.
Y lo de la pobreza entendida también por mendicidad es preocupante. Más allá de lo que conciben per cápitas oficiales, no es secreto que muchos cubanos viven debajo del umbral de la pobreza, bien porque dependen solo de una baja pensión o porque el salario no cubre las demandas de todos los miembros de la familia, mucho menos cuando hay niños, ancianos, enfermos; ya sea por la pérdida de valor de la moneda nacional acentuada con la dolarización parcial, ya sea por el encarecimiento ascendente de la vida.
No es secreto que no pocos cubanos padecen hambre porque sus ingresos no les permiten enfrentar los precios de la comida, mientras la canasta familiar está lejos de cubrir necesidades de alimentación cotidianas y la mayoría no tiene para gastar más de cien pesos diarios solo en un pan. No es secreto que las familias tienen que ingeniárselas para garantizar todo el componente dietético normal de un ser humano desde desayunos, meriendas, almuerzos, hasta comidas. No es secreto que miles de ancianos quedaron a la deriva ante la emigración de quienes tienen la responsabilidad familiar de atenderlos.
Absolutizar visiones nos hace daño también. No todos los que bucean en los basureros lo hacen para evadir el fisco y no quiero pensar que nuestra política tributaria sea tan frágil que precise hasta de los desperdicios y las latas escachadas. Tampoco creo que lo hagan en busca de comida porque en Cuba por práctica no se bota el alimento que a veces ni siquiera alcanza. Porque los veo de cerca compruebo que buscan un pedazo de lata, una botella vacía, un equipo con desperfecto, una ropa sobreusada, con el propósito, no siempre de tomarse un trago de alcohol, sino de utilizar lo recogido o de buscarse unos quilos para comprar el alimento del día, si lo logra vender.
En medio de todo ello, están los niños, no los que limpian parabrisas, que deben ser menos, sino los que hacen vendutas en las calles, lo mismo aguacate que mamoncillo, lo mismo mango que ciruela para buscarse el dinero que sus padres no pueden darle.
Pero tanto como la existencia de los mendigos preocupa que desde la cartera ministerial que debe enfrentar el fenómeno se niegue su existencia, lo cual crea un problema conceptual: si no lo asumes, no lo atiendes, aunque menos mal que aún en Cuba la política de la Revolución es más grande que la estrechez de un ministerio y, en medio de un férreo bloqueo, ha podido mirar a sus vulnerables extremos.
Algo más preocupa: los aplausos de los diputados ante una declaración fuera de lugar que revolvió con razones a una nación entera, sobre todo porque son ellos los traductores de la realidad nacional, los que representan el sentir de la mayoría y, como tal, deben reaccionar cuando algo lesiona el interés colectivo. Preocupan las falsas unanimidades si también se disfrazan de insensibilidad o no son capaces de discrepar en el momento que ocurre tal desconexión con la realidad nacional, aunque tranquiliza la postura inmediata del Presidente cubano sobre el suceso en particular.
El episodio cerró, desde mi punto de vista, con una salida decorosa: la renuncia de la ministra, quien reconoció su error tras un acto sin precedentes en la historia parlamentaria de la isla, pero no es este el único acto de tal índole en relación con la realidad social de la isla.
Entonces habrá que enfrentar con respuestas concretas el incremento de la mendicidad sin ropaje, tanto como a los insensibles disfrazados de ministros o funcionarios públicos que se alejan del pueblo allí donde no suelen poner ni sus pies ni sus oídos.
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