No soy extremista

No soy extremista

En la escalera, de cedro viejo, crece aún el latido de las pisadas del campanero Cuco Pasamontes. Al conjuro de sus huellas, María Antonieta Jiménez, o mejor, Ñeñeca, y yo rematamos la torre de la Parroquial Mayor. Ante la llegada de los intrusos, una bandada de totíes sale en estampida. Cruzo los dedos. Debajo, la villa alimenta su mañana.

El aire devuelve el aliento, regala confesiones. En 2006 esta mujer fue nombrada Historiadora de la Ciudad. “Después de Catalina, solo está el patrimonio”. Habla de su hija, licenciada en Derecho. Cuando ella nació, ante la incertidumbre de un diagnóstico inicial, Ñeñeca acudió a un hospital capitalino. “Su niña padece de un enanismo acondroplásico”, le esclareció el médico. “¿Y usted no se impresiona?”, añadió asombrado el doctor. “Yo pedí tener un hijo, no lo pedí tenerlo de seis pies y tres pulgadas”, respondió la mamá.

¿Por qué la Historia y no la Medicina o el Derecho en su carrera profesional?

A pesar de que en mi familia existen varios profesionales del Derecho y de la Medicina, me incliné hacia la Historia, pues tenía unos tíos que me enseñaron siempre a quererla; ellos amaban en gran medida la parte histórica de Sancti Spíritus. Me crié en ese ambiente, y cuando tenía ocho años, el esposo de una tía me regaló el libro de Manuel Martínez-Moles Epítome de la historia de Sancti Spíritus.

¿Qué justifica su afinidad hacia la figura de José Miguel Gómez?

Será porque nací en la casa natal de él; ahí estaba la cooperativa médica espirituana. Adoro su figura por guapo, por lo que hizo en El Jíbaro. Cuando lo tomó en 1898 y se enfrentó a los estadounidenses que izaron la bandera americana, él hizo que la quitaran e izó la cubana.

¿Qué le aportó su formación religiosa en la vida?

Muchísimo, yo aprendí principios éticos muy buenos en el colegio de las monjas; esas cosas que me enseñaron de no robar, de no matar…; también adoro la figura de Cristo, por lo del amor a los pobres, a los principios.

¿En qué medida el hecho de proceder de una familia acomodada, antes del triunfo de la Revolución, alimentó los prejuicios y las incomprensiones hacia usted?

¡Imagínate!, por esa razón para unos yo era una niña bitonga; para otros, una comunista desnaturalizada que no quería a mi familia. Fíjate cuántas cosas jugaron allí, y en realidad defendía mis principios y los defiendo, con respeto hacia todo el mundo.

Algunos la tildan de extremista en cuanto a la defensa que hace de la política de conservación y restauración.

Yo no soy extremista. Respeto, sobre todo, las cosas sagradas del patrimonio. Quien me diga que va a hacer algo contra la Iglesia Mayor me ripio con él a capa y espada, lo mismo que a los altos de la Plaza del Mercado, con ese techo morisco tan fabuloso que tiene. Ahora, si me dicen que en la parte de atrás de la plaza, por donde están las casillas de vender, van a hacer un techo de hormigón inclinado, cubierto de tejas, estoy dispuesta a debatir eso, con una comisión de Monumento.

¿Cuántas trifulcas, para decirlo eufemísticamente —rollos, diría el cubano—, se ha buscado en defensa del patrimonio?

Unas cuantas. Incluso, hay personas que eran muy amigas mías y ahora son menos amigas porque les dije que determinadas construcciones no las podían cambiar. Tampoco han faltado discusiones con autoridades locales. No obstante, prefiero el diálogo, y según he tenido trifulcas, también he tenido muchos éxitos, de gente que al fin ha entendido la necesidad de preservar los inmuebles.

¿Cuándo se ha dicho al final del día: ¡caramba!, hoy me equivoqué?

Muchísimas veces lo he dicho y he tratado de no hacerlo igual y después he caído en lo mismo. Para mí no es una cosa fácil rectificar errores; en este caso ayudándome a rectificar errores está mi hija, y cuando ella no había nacido, su papá. Me hace falta siempre una persona que me ayude a no impulsarme tanto.

– II –

Altanero, el campanario parroquial seduce. Tejados y aleros quizás hoy gocen la lluvia de junio. En la calle, la gente animosa; un coche, con el rótulo de El chacal, desafía las leyes del tránsito. Con una palangana de pañales en el horcón de su cintura, una vecina se asoma al balcón de rejas. La ciudad vive otro jueves de sus 510 años.

Antes de morir, una figura autorizada, Carlos Joaquín Zerquera, entonces historiador de la ciudad de Trinidad, echó leña al fuego de la polémica, al plantear que el Padre de las Casas no acompañó a Diego Velázquez en la fundación de Sancti Spíritus ni dictó aquí el famoso Sermón del Arrepentimiento. ¿Concuerda o discrepa con su colega?

En este caso no concuerdo con él. Ahí están los estudios de Hortensia Pichardo que reafirman que sí estuvo. Y aunque diré que mi amigo Carlos Joaquín Zerquera era una autoridad mucho más competente que yo, soy de los piensan que en base a documentos que sí, que el Padre de las Casas sí estuvo en Sancti Spíritus y dictó su Sermón del Arrepentimiento.

– III –

Ñeñeca pide un alto. Alguien se aproxima escalera arriba. Faltan apenas 5 minutos para el mediodía. Apuro el diálogo.

¿Cuándo llegará el día en que Ñeñeca deponga las armas, siempre a favor de la conservación de la villa?

Cuando esté en Kilo-12, es decir, en el cementerio (ríe). La verdad es que mientras viva no voy a deponer las armas.

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