¿Me voy pa’l pueblo? El dilema de los jóvenes campesinos en Cuba
En los campos de Cuba, donde el amanecer aún se acompaña del canto del gallo y el aroma del café recién colado, una nueva generación de jóvenes se debate entre continuar la vida en su tierra natal o buscar horizontes distintos en las ciudades. Esta tensión entre arraigo y migración ha marcado históricamente a los habitantes de las zonas rurales, pero en el contexto actual de crisis económica y transformaciones sociales, el dilema adquiere nuevas dimensiones.
Según datos del último censo de población, las zonas rurales cubanas han experimentado un éxodo silencioso, pero constante. La falta de oportunidades laborales, el limitado acceso a servicios y la escasez de recursos básicos empujan a muchos jóvenes a buscar en las ciudades una promesa de desarrollo personal y profesional.
No obstante, en medio de esa corriente migratoria, hay quienes eligen nadar contra la corriente, jóvenes que han decidido quedarse en el campo, no por resignación, sino por convicción; y que con talento, creatividad y mucho empeño están construyendo alternativas de vida que merecen ser contadas.
Uno de esos ejemplos es el de Yasniel Rodríguez Hernández, de La Sierpe, quien dirige una finca agroecológica familiar donde cultiva hortalizas, legumbres y frutales mediante técnicas sostenibles, sin uso de pesticidas químicos. Tras estudiar agronomía en el Instituto Politécnico de Ciego de Ávila, decidió regresar a su comunidad para aplicar sus conocimientos en el terreno.
Jóvenes cubanos. Foto: Ismael Francisco/Cubadebate.
Otro caso inspirador es el de Mailín Suárez Gómez, joven emprendedora de 26 años, residente en Topes de Collantes. Con formación en turismo, Mailín creó un pequeño hostal rústico y una cafetería artesanal que prioriza los productos locales. A pesar de las dificultades logísticas y las limitaciones tecnológicas, su negocio ha ganado prestigio entre excursionistas nacionales y extranjeros.
No menos admirable es la historia de Luis Ángel Batista, joven instructor de arte en el municipio de Yaguajay, quien lidera un proyecto cultural para niños y adolescentes en comunidades rurales del norte espirituano. Aunque pudo optar por ejercer en instituciones de mayor visibilidad, eligió quedarse en su terruño: “El arte transforma, dignifica. Aquí no hay grandes teatros, pero sí mucho talento. Con una guitarra, una tabla de pintar y muchas ganas se puede hacer mucho”, asegura Luis Ángel, que ha sido reconocido por la Asociación Hermanos Saíz por su labor sociocultural en zonas de difícil acceso.
Estos ejemplos, aunque todavía escasos frente al panorama migratorio general, demuestran que el campo no tiene por qué ser sinónimo de atraso. Con políticas adecuadas, acceso a tecnologías, redes de apoyo y reconocimiento social, muchos jóvenes estarían dispuestos a impulsar proyectos innovadores en sus comunidades.
La decisión de quedarse en el campo o migrar a la ciudad no es fácil. Implica valorar afectos, aspiraciones, desafíos y oportunidades. Para muchos jóvenes cubanos, especialmente en lugares como Sancti Spíritus donde el campo sigue siendo columna vertebral de la economía, esta elección define no solo su futuro personal, sino también el de sus comunidades.
Jóvenes cubanos. Foto: Ismael Francisco/Cubadebate.
Y aunque la ciudad seduce con su dinamismo, sus luces y sus redes, en el campo late otra forma de progreso, una que se cultiva con paciencia, se riega con esfuerzo y se cosecha en comunidad.
Fuentes: Periódicos Escambray, Granma y Juventud Rebelde
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