La caringa a capela
Sin darme tiempo a zafarme del afectuoso abrazo que nos damos siempre que nos vemos, Arnaldo, mi gran amigo, ataca de frente, como decían Los Compadres:
—¿Cómo que La Caringa a capela, Gaspar?
—Ansina mismitrico, amigo mío, como diría el otro: La Caringa a capela.
—Ven acá, ven acá, ven acá… ¿Esa Caringa no es esa música que ponían mucho en las Ensaladas musicales del programa Para bailar?
—Ah, mira, ¡de qué te has acordado!
—¡Cómo no lo voy a recordar! Aquel programa era punto fijo en las casas los domingos. Y qué bien vino, porque, gracias a Para bailar los jóvenes cubanos aprendieron a bailar todos los ritmos. La música cubana casi no se escuchaba sino un torrente de música extranjera. Y, con Para bailar, revivieron el son, el chachachá, el mambo… Y hasta esa Caringa…
—¿Y te acuerdas del estribillo? Baila, baila, baila Caringa, / pa’ los viejos, palo y jeringa…
—¡Claro que sí! —Volvemos al tema—: Oye, pero lo que no sé es cómo se puede bailar esa Caringa a capela. ¿Sin música?
—¡Sin música!, así como te lo cuento. Mejor, como lo contó un testimoniante al autor Ricardo Riverón Rojas para que éste lo incluyera en su libro “El ungüento de la Magdalena”.
—¿Y cómo fue ese fenómeno de la Caringa sin música, Gaspar?
—Escucha esto: En una comunidad de monte adentro, había una viejita muy simpática, de esas que están en el Club de los 120, que bailan y ríen y disfrutan de lo lindo cada día de su vida.
—¡Así como nosotros! ¡Sí, señor!
Reacciono:
—¿Cómo decía Rita Montaner aquello de… mejor que me calle / que no diga nada…?
—Simpático, de verdad… ¡muy simpático!
Arnaldo casi se enoja en serio. Pero no le hago caso y prosigo:
—El caso es que esa viejita era una verdadera experta bailando la Caringa y todos en el pueblo disfrutaban de ese espectáculo de ella con esa música.
—¿Y qué pasó con ella, Gaspar?
—Pues que ella tuvo unas aftas bucales que la tenían loca.
—Eso es muy molesto, la verdad. Y sobre todo nosotros, los profesionales del habla, como los maestros, por ejemplo, pasamos las de Caín con ellas. ¿Y qué le dijeron a la viejita?
—Pues cayó en manos de Pachequito el enfermero… y le dijo que tenía que echarse bicarbonato en esas aftas para que se curara.
—¡¿Bicarbonato?! ¿Y qué pasó?
—Óigame… Dicen los que la vieron que, en cuanto le cayeron los primeros granitos de bicarbonato en las aftas aquellas, la pobre viejita se acordó de como bailaba la Caringa y daba brincos que parecía que le tenían al conjunto campesino para ella sola. ¡Menudo remedio aquel! Ya lo sé, por si me sucede lo mismo.
“…Amigos, suficiente por hoy”.
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