Itinerario del son
—Cueva, Moisés necesita verlo mañana a las tres de la tarde, le anunciaron al músico trinitario Julio Cueva Díaz a un mes aproximadamente de permanecer en La Habana, adonde llegó en diciembre de 1928.
Para la fecha, ya había firmado un contrato, que amparaba sus presentaciones con una orquesta en el teatro Campoamor.
Al día siguiente, a la hora exacta, tenía enfrente a un hombre con cara bonachona. Era el mismísimo Moisés Simons, el creador de El manisero, estrenado hacía pocos meses por Rita Montaner. Ni por un segundo el trinitario vaciló ante la propuesta de integrar la orquesta, liderada por el cubanísimo pianista, del Roof Garden del hotel Plaza, con un tentador contrato.
Allí trabajó durante año y medio, como lo expuso en sus apuntes autobiográficos. Otra grata nueva lo sorprendería: la invitación de Justo Azpiazu de sumarse a su orquesta del Gran Casino Nacional, sueño que había acariciado desde Trinidad.
En marzo de 1931, esa agrupación viajó a Nueva York para actuar en los circuitos Paramount y RKO; ese año se estrenó el Empire State Building —por cuatro décadas el rascacielos más alto del mundo—, y el día de su inauguración tocó la orquesta de don Azpiazu, con Julio Cueva en la trompeta, en el piso 86.
La estancia por ocho meses de la orquesta en el país norteño significó el primer gran momento del son y la música cubana, en general, en los Estados Unidos, en opinión del investigador y escritor Radamés Giro. De retorno a La Habana, regresaron a la escena del Gran Casino Nacional; más tarde, abordaron un buque hacia Europa.
MÁS ALLÁ DEL CONTINENTE VIEJO
- París se embriagaba de tango y jazz, hasta que cierto día el teatro Apolo anunció en cartelera: “Don Azpiazu et son Orchestre Cubain, prometedor de las más encantadoras novedades”. Irrumpía el son en la Ciudad Luz, y protagonista de aquella historia cultural también era Julio Cueva, como lo hizo notar Carpentier en la crónica “El alma de la rumba en el Plantation”.
De Francia, partieron a Bruselas, Bélgica; luego actuaron en Londres. Concluidas las presentaciones en el teatro Lester Square, de la capital británica, don Azpiazu retornó a Cuba; pero el trinitario continuó su travesía europea. En marzo de 1933, volvía a las orillas del Sena e integraría el Snow Fisher and his Harlomarvels, conjunto encabezado por el baterista afronorteamericano Snow Fisher, que actuaría, además, en Berna, Suiza.
Después, hizo las maletas rumbo a España, donde se presentó por extensa temporada, hasta que recibió la oferta de ser la figura central del cabaré La Cueva, llamado así en honor a su nombre, en la capital parisina. De Madrid, se llevó a varios músicos, entre ellos a Eliseo Grenet, para sumarlos al nuevo proyecto.
“El tango ha perdido gran parte de su boga”, apuntó el autor de El reino de este mundo. Pero no solo Carpentier les prodigó elogios. Más de un titular se ganaron las presentaciones de los artistas caribeños, que destilaban cubanía de la primera a la última nota tocada por Julio, quien, una vez finalizado su contrato con el cabaré, formó parte de varios elencos que viajaron a Libia, Túnez, Portugal y El Líbano. Al volver a Francia en 1934, no salió del puerto de Marsella.
—Sigo para Madrid, dijo resueltamente.
Cueva había aceptado un contrato como director de orquesta de un cabaré en la capital española. No pocas venturas y desventuras le aguardaban en tierra ibérica.
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