Fidel y Chávez: el primer encuentro

Fidel y Chávez: el primer encuentro

—¿Quién está ahí esperándonos?”, preguntó el joven teniente coronel Hugo Chávez Frías, mientras alisaba su liquilique verde, de cuello breve. Cámaras, luces, personas… se ceñían al pie de la escalerilla del Boeing que cubrió la ruta Caracas-La Habana.

—El Comandante en Jefe Fidel Castro, le esclareció el funcionario de la cancillería cubana en la puerta de la aeronave que se ha detenido en un sitio inusual del aeropuerto internacional José Martí.

Aunque era su deseo, pensó que no vería al Presidente cubano debido a sus innumerables ocupaciones. “Si no me reciben ni los líderes uruguayos, que no son jefes de Estado todavía; si me sacan el cuerpo los del Partido Comunista de Venezuela, que ni siquiera me dan la palabra en sus reuniones, ¿por qué Fidel tendría que dedicarme una parte de su precioso tiempo?”, reflexionó antes.

Además, su visita demoraría lo que un relámpago; llegaba en la noche del martes 13 de diciembre de 1994 y regresaba a Venezuela en la mañana del jueves. Chávez correspondía con una invitación del Historiador de La Habana, ya fallecido, Eusebio Leal, quien había solicitado en julio al entonces líder del Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200) dictar una conferencia sobre el Libertador en la Casa Simón Bolívar en la capital cubana. Ciertamente, la idea había partido del propio Fidel, aclararía Leal más tarde.

A las 9 y 40 de la noche sobrevino el abrazo con Fidel, que lo traspasó con su mirada; el curtido guerrero tiene ante sí un hombre de ojos indómitos, delgado, rostro con mil horas de sueño de deuda.

Hacía más de ocho meses que había sido excarcelado, gracias al sobreseimiento de la causa seguida contra él por el levantamiento cívico-militar del 4 de febrero de 1992—; cuando volvió a la libertad —narraría luego— se sintió “como cuando le abren la puerta a un toro, que colea y sale disparado: ‘¡a recorrer el país!’”. Y junto a seguidores salió en caravana por las ciudades a vertebrar la nueva épica, montado en una camioneta, bautizada como la burra negra.

—¿Por qué tantos honores para Chávez?, preguntaron a Fidel en el aeropuerto.

—No tiene nada de extraño. Ojalá tuviera muchas oportunidades de recibir a personalidades tan importantes como él”, respondió el líder histórico de la Revolución cubana la interrogante salpicada de segundas intenciones. Estaba a punto de nacer más que una historia de amistad entre Fidel y Chávez.

 

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