Esta no es su cartera

Esta no es su cartera

En nuestra etapa juvenil, tanto mi amigo Arnaldo como yo supimos del interés de muchos padres de familia —de aquellas familias que se podían dar ese lujo económico, claro— que les pintaban el panorama académico a sus hijos: médico, o abogado. Tal vez por eso mismo, él me hizo la pregunta:

—Gaspar, ¿has leído sobre algún juez famoso? Porque yo me acuerdo de uno al que le dedicaron un danzón, ¿no?

—Cierto, sí, un abogado americano que hubo en La Habana que en todos los juicios sus sentencias eran de diez dólares de multa o diez días de cárcel.

Y, en medio de ese diálogo, recordé:

—Mira, Arnaldo, te contaré de un juez muy famoso: el doctor Armisén. Esto lo leí en un libro fabuloso: Desapolillando archivos.

—¡Claro! —me dice mi amigo— Esa era la sección que escribía Guillermo Lagarde para el periódico Juventud Rebelde.

—¡Ezato!, como diría un personaje gallego de San Nicolás del Peladero. De eso también te acuerdas, ¿no, Arnaldo?

—Muchacho, ese programa era punto fijo en mi casa los jueves por la noche. En mi casa y en cualquier casa, porque tenía mucha audiencia.

—Pues resulta que aquel doctor Armisén se hizo célebre por sus sentencias, que eran realmente salomónicas. O sea, eran tan justas como sabias.

—Y… ¿recuerdas algún caso en particular?

—Sí, cómo no… Este caso, por ejemplo…

Y le cuento a mi amigo Arnaldo:

—Una vez, un chofer de alquiler se encontró, en el asiento de su fotingo… ¿tú sabes lo que era un fotingo, ¿no?

—Sí, sí, sí, las máquinas, los autos de aquella época.

—Pues el chofer se encontró una cartera. Seguro se le cayó al alguno de sus pasajeros. El chofer revisó la cartera: tenía la identificación del dueño y ciento cincuenta pesos.

—¿Y qué hizo el chofer con la cartera?

—Pues aquel buen hombre se fue hasta la estación de policía y la devolvió. Y entonces… —me interrumpe mi desesperado amigo:

—… Y entonces, el vigilante recibió la identificación, localizó al dueño de la cartera y le avisó para que fuera a la estación a recogerla…

—¿Tú estabas allí?

—¡No, chico, claro que no! Bueno, pero ¿dónde está la rareza del asunto?

—Aquí voy: el caso es que el dueño de la cartera, en vez de agradecerle al chofer que la hubiera devuelto, ¡lo acusó de haberle robado veinte pesos!

—¡Mentira!

—¡Ansina mismitrico! Dijo, simplemente que aquella cartera tenía ciento setenta pesos, veinte menos que la cantidad que apareció.

—Supongo, Gaspar —deduce Arnaldo— que tuvieron que ir a juicio.

—¡Hasta el juzgado no paró la cosa! El juez Armisén dice: “¿Es esta su cartera?” “La misma, señor juez.” “¿Está usted seguro de que contenía ciento setenta pesos en efectivo?” “Absolutamente seguro, Su Señoría”.

— Qué clase de tipo…

—Armisén le preguntó al chofer: “Y usted, chofer, ¿qué dice?” El pobre chofer contestó: “Señor juez, cuando yo encontré esa cartera, nada más que tenía ciento cincuenta pesos, no ciento setenta como alega acá el señor.” Y esta fue la sentencia del doctor Armisén: “Se devuelve la cartera con ciento cincuenta pesos al acusado, es decir, al chofer, ya que, por las declaraciones del demandante, se deduce de manera clara y convincente que esta cartera no es la misma que se le perdió. Se desestima la acusación de hurto contra el chofer de alquiler y se levanta la sesión…”

Y aquí también se levanta la sesión. Amigos, suficiente por hoy…

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Lo que por ahí se cuenta

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