El titán de bronce no bajó su espada en la Protesta de Baraguá

El titán de bronce no bajó su espada en la Protesta de Baraguá

Con palabra encendida y reflexiva, José Martí lo alertó en sus años neoyorquinos. Andaba el Maestro de aquí a allá. Andaba juntando a los viejos guerreros y a los que estaban por nacer. Andaba organizando la Guerra Necesaria, sin dejar mirar hacia atrás.

Por ello, el 10 de octubre de 1890, en su discurso de Hardman Hall, Nueva York, el Apóstol de la independencia, advertía en aquella memorable disección del fracaso de la Guerra Grande y de la firma del Pacto del Zanjón:

“Porque nuestra espada no nos la quitó nadie de la mano, sino que la dejamos caer nosotros mismos”.

Indigna capitulación la del Zanjón; enaltecedora la Protesta de Baraguá, protagonizada por uno de nuestros más lúcidos generales, Antonio Maceo y Grajales. Era el 15 de marzo de 1878.

Bajo aquella arboleda de mangos, se vieron frente a frente el general Arsenio Martínez Campos y el Titán de Bronce. De un lado, España y su afán colonialista; del otro, Cuba y su dignidad; de una parte, el General español, con su verbo ampuloso y su documento pacificador; de la otra, el General Maceo, con su palabra indómita y su intransigencia.

En fin, Martínez Campos tuvo que guardar su documento, y su fama negociadora se desplomó, ante la humilde chamarreta de aquel mulato cubano; ante la hidalguía de Antonio Maceo, el más corajudo de nuestros generales.

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