El nieto de Rosa Inés

El nieto de Rosa Inés

El nieto de Rosa Inés, aquella india de la llanura venezolana, nació el 28 de julio de 1954 en Sabaneta. En ese pueblo polvoriento de Barinas, que cabía en la palma de una mano, trenzó sus primeros años aquel muchacho que fue monaguillo. Cuando Hugo Chávez tocaba la campana de la iglesia —escribió García Márquez—, los paisanos sabían que era él. “Realismo mágico”, aclararía Adán, su hermano mayor.

Media cuadra separaba la casa de sus padres Elena y Hugo de la de su abuela Mamá Rosa —como llamaba a su vieja—, donde vivió junto con Adán. “¡Muchacho, te vas a matar, bájate de ahí!”, lo reprendía ella, cuando él, en un acto de emular con el africano Barú, no con Tarzán, se lanzaba a tierra, contra los topochales, desde la copa del árbol más alto, agarrado de los bejucos.

De niño supo perder; entonces, Chávez soñaba con los estadios repletos de las Grandes Ligas. Si algún bateador le disparaba un jonrón, no se abstenía de darle un abrazo. “¡Ah!, pero también aprendí a ganar y a ser humilde en la victoria y aspirar a un adversario que reconozca con honor nuestra victoria”, acotó tiempo después.

¿A qué le temía este hombre que para muchos era la reencarnación del general Maisanta —su bisabuelo Pedro Pérez—, quien a tajo limpio enfrentó a los federales en las sabanas de Guárico, Barinas…?

¿A qué le temía este hombre que dejó atónita a la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas en septiembre de 2006, cuando alertó a los presentes con voz filosa: “Ayer estuvo el Diablo aquí (…). ¡Huele a azufre todavía esta mesa donde me ha tocado hablar! (…). Un psiquiatra no estaría de más para analizar el discurso de ayer del Presidente de los Estados Unidos”?

Espada era su palabra, que se tornaba dócil si no le ofendían la Patria; luz era su palabra, que recordaba lo mismo a Whitman, a Neruda, que a Bolívar, a Andrés Eloy Blanco —poeta insigne de Venezuela.

A todos ellos les pidió prestadas sus voces profundas y célebres; en sus intervenciones públicas conversaba con ellos con la naturalidad del llanero. “Usted parece un político”, le reprochó en 1982 un coronel del regimiento de paracaidistas en Maracay, quien le había solicitado que pronunciara un discurso ante una tropa de más de  mil hombres; para esa fecha era oficial de Inteligencia.

Ese frío mediodía de diciembre citó a Martí; habló de agravios a los 200 años de independencia. Ni un papel ante sus ojos. Todos quedaron absortos, menos el coronel. “Usted está equivocado. Él no es ningún político. Es un capitán de los de ahora, y cuando ustedes oyen lo que él dijo en su discurso se mean en los pantalones”, le reprochó un joven oficial.

Poco después de la ceremonia, se fue a galope con otros capitanes al monte. A la sombra del Samán de Güere, que, según la tradición, era el mítico árbol bajo cuya fronda acampó Simón Bolívar, juró reformar el ejército y construir una nueva República.

No importaron el revés del alzamiento del 4 de febrero de 1992, la cárcel… Toda Revolución es un laberinto, cuya luz solo ven los elegidos. Desde el 6 de diciembre de 1998, la mayoría de los venezolanos lo quiso en la presidencia, y al balcón del Palacio de Miraflores salió, una y otra vez, para confesarse socialista con la Constitución en la mano y la Biblia en el bolsillo de la roja camisa.

Tan roja como la guayabera que donó a la colección espirituana de esta prenda, que vistió por primera vez en octubre de 2009 en su programa Aló presidente; meses después en ese mismo espacio dejó perpleja a la doctora espirituana Beatriz San Pedro, cuando, en un rapto de espontaneidad, la invitó a explicar a la audiencia nacional los rumbos de la misión Barrio Adentro, en su condición de coordinadora en Anzoátegui.

Rara vez Cuba estuvo ausente de sus palabras; en muchas ocasiones él aseguró ser hijo de Fidel. Por ello, cuando el padre apenas conoció de su enfermedad le brindó cobija y los mejores médicos… “Todavía me quedan cosas por hacer por este pueblo, por esta Patria. No me lleves todavía”, le imploró a Cristo.

Cinco de marzo de 2013. La rutina del martes me llevaba de la Redacción a casa. A punto de salir a la calle, el entonces vicepresidente Nicolás Maduro comparecía ante la televisión: “(…) Recibimos la información más dura y trágica que podamos transmitir a nuestro pueblo. A las cuatro y veinticinco de la tarde de hoy…”. El nieto de Rosa Inés había partido nadie sabe a dónde.

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