El llamado de los tambores
Silencio. Solo el ligero silbar del viento se escucha. Las respiraciones se entrecortan, las miradas buscan, atentas, de un lado a otro.
El tiempo se retuerce, gira, a los nichos del ayer presente.
De repente los tambores rompen la quietud. Son más que el sonido de las manos sobre el cuero caliente. Es más que un ritmo, porque es vida en sí misma.
Entre los gestos y los giros, las raíces africanas despiertan, como esa parte indisoluble de nuestra cultura.
Y una danza infinita se desemboca, con tintes de locura rítmica.
Y vuelan los giros, los gestos, los cuerpos semidesnudos, el sonar de los machetes.
En Cuba y en nuestra cultura, África vive.
Y las miradas, ahora inamovibles, escrutadoras, mientras que el repiquetear de los tambores y los hierros abrazan la brisa y arrastran, hasta allá, hasta aquel lejano cercano, a donde África llegó, se afincó y robusteció las raíces que hoy dan de beber.
Al ritmo de los tambores y los hierros, la historia llega.
Del repiquetear de los hierros llega el llamado, porque África está cerca.
Más que danza, más que tradición, el ritmo negro, de la madre África, abraza.
Desde las raíces, desde el folclor, la nación abraza la vena de África.
La tradición invita.
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