El jonronero

El jonronero

Mi amigo Arnaldo —ya se los presenté, ¿no? — llegó esta mañana muy entusiasmado. En sus manos, un libro cual trofeo de guerra o estandarte de un club de fútbol.

— Mira, Gaspar, lo que acabo de encontrar: un libro de Enrique Núñez Rodríguez. Lo leí en una sentada. ¡A Guasa a garsín! ¿Quieres que te explique lo que quiere decir el título?

Me negué rotundamente: conozco esas correrías del escritor, cuando era joven, e iba, con un grupo de coetáneos, a Sagua la Grande. Tal vez algún día lo explique… a mayores de dieciocho años.

Hice una transición en el aire:

— Recuerdo muy bien cuando Núñez Rodríguez contaba sus anécdotas en una revista nocturna que trasmitía Tele-Rebelde, hace años.

— Yo también me acuerdo de eso —Arnaldo echó mano a su baúl de evocaciones—. La conducía Héctor Rodríguez, ¡tremendo narrador deportivo! Compartí con él muchas veces. Oye, Gaspar, ¡cómo disfrutaba Héctor de las anécdotas de Enrique!

— ¿Y te acuerdas del cuento del jonronero?

— Hmmm, de ese exactamente, no.

— Es muy breve. Núñez Rodríguez quiso aprovechar la dedicación de Héctor por la pelota —como le decimos los cubanos al béisbol, casi de cariño— y le habló del alcalde de su pueblo, Quemado de Güines. Resulta que a aquel hombre le decían el jonronero.

— ¿El jonronero?

— El jonronero, así mismo.

— No puedo imaginar a ese alcalde jugando pelota en la manigua de Quemado de Güines, la verdad.

— ¡Y claro que nunca jugó pelota! —le respondo a mi amigo y queda, como en la pelota, en tres y dos.

— Bueno, pero, si no jugó pelota —pregunta del siempre lógico Arnaldo—, ¿por qué le decían el jonronero?

— Pues al alcalde le decían el jonronero porque, una vez, se llevó la cerca del estadio…

— … ¿De jonrón? —interrumpe mi amigo.

— ¡No, hombre, no! El alcalde se llevó, literalmente, la cerca del estadio, para ponérsela a su finca.

— Ven acá, Gaspar, y ¿cómo reaccionó Héctor?

— Mira, le entró una risa tal que estuvo mudo, también literalmente, unos segundos que parecían una eternidad. Como diría el imprescindible Leonardo Acosta, ¡y eso sí lo vi, no me lo contaron!

Y aquí termino. Amigos, suficiente por hoy

 

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Lo que por ahí se cuenta

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