El cazador de majases

El cazador de majases

— Gaspar, ¿te acuerdas de aquella canción que decía… Ya los majases no tienen cueva, / Felipe Blanco se las tapó… eh? ¿Te acuerdas?

— Indiscutiblemente, amigo mío —respondo con toda solemnidad a Arnaldo—, hace gala usted de una muy buena memoria, a pesar de nuestra edad…

— ¡Será de tu edad! Como decía Chaflán, yo cumplo años, pero no los guardo…

Buen humorista Chaflán. Lástima que aquí, entre nosotros, lo hayamos olvidado tan rápido…

— Vamos al asunto, amigo mío. Esa canción me recuerda a un hombre llamado Floro. Le decían El cazador de majases.

— ¿Y qué tenía de particular ese tal… Floro, si se puede saber? —pregunta mi amigo Arnaldo, ya metido en la jugada— ¿No era un cazador como otro cualquiera?

De eso, nada, monada, y, de lo otro, tampoco.

— No entiendo.

— Lo vas a entender en cuanto cuente el cuento que cuenta Ricardo Riverón Rojas en su libro “El ungüento de la Magdalena”.

— Bueno, te escucho…

— Ahora pregunto yo: ¿tú recuerdas un cuento popular, muy vieeeejo, que explicaba lo que hacía falta para combatir alguna lombriz parásita que viviera en el estómago?

— Mira, yo me acuerdo de un cuento que hablaba de que, para eso, hacían falta tres flautas de pan, dos barras de guayaba y un bate… —de pronto, Arnaldo reacciona, no sin susto—: ¡Oye, pero ese cuento no lo vayas a hacer aquí!

— ¡Hombre, habrase visto, claro que no! —lo tranquilizo—: Lo que pasa es que este Floro cazaba los majases, como se dice por ahí, de una manera algo parecida a esa de las flautas de pan, la guayaba y el bate.

— ¿Cómo lo hacía, Gaspar?

— Tú verás. Floro cazaba los majases como si fuera a pescar.

— ¿A pescar? ¿Cómo si estuviera en el Malecón?

Ezato, como diría el secretario de Montelongo Cañón en San Nicolás del Peladero.

— Entonces… lo hacía con una caña de pescar.

— ¿Tú lo viste?

— ¡No, hombre, no! ¿Qué voy a ver yo? Eres tú el que lo quiere decir…

— Pues así mismo hacía. Floro el cazador agarraba una vara de pescar y ponía como carnada un guayabito vivo.

— ¿Un ratón vivo? ¿Y de dónde los sacaba?

— Ah, yo no sé. El asunto es que los usaba como carnada.

— ¿Y entonces? ¿Cómo hacía? —Arnaldo estaba demasiado intrigado para su gusto.

— Pues Floro, el cazador de majases, buscaba la cueva del majá, metía la vara con el ratón como carnada y, cuando el majá salía, le daba un palo en la cabeza al animal. ¿Viste cómo se parece al del cuento QUE NO PUEDO HACER?

“Amigos, suficiente por hoy”.

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Lo que por ahí se cuenta

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