Doce Plantas: el peso de vivir juntos
Con doce plantas, 138 apartamentos y cientos de habitantes, el edificio sigue siendo el más alto y simbólico de Sancti Spíritus. Desde 1986, se alza como un barrio vertical donde conviven familias, adultos mayores, jóvenes y niños. Un edificio construido con prisa para las conmemoraciones del 26 de julio, cuando la ciudad asumió la sede de importantes actos nacionales. Fue un logro de su tiempo. Hoy es un espejo de nuestro presente.
Recientemente, una obstrucción en el sistema hidrosanitario sacudió la vida diaria del edificio. Durante días, el desagüe falló. No fue un problema menor. Requirió la intervención de un carro cisterna para destapar la tubería principal. Lo que encontraron no fue solo sedimento natural, sino fragmentos de frazadas de trapeador, pedazos de carbón, arena y residuos que jamás debieron entrar en una red sanitaria. Elementos arrojados por manos que no miden las consecuencias.
Este edificio no se derrumba solo por el paso del tiempo. Se desgasta también por el descuido cotidiano. Sus tuberías de hierro, instaladas hace casi cuarenta años, ya están cansadas. Necesitan mantenimiento. La cisterna y los tanques elevados requieren limpieza periódica. Pero esas tareas, según las normas de convivencia, no dependen solo del Estado: dependen de los vecinos, de turnos organizados, de compromiso colectivo, y esos turnos no existen. Esa organización no funciona.
Rufina Edith Díaz Rojas, administradora del edificio, lo dice con firmeza: esto no se resuelve con maquinaria: se resuelve con conciencia, con la decisión de entender que este edificio no es un conjunto de apartamentos aislados, sino un hogar común. Que lo que sucede en una tubería, en un pasillo, en un patio, afecta a todos.
En los alrededores del edificio, la basura se acumula. Bolsas mal cerradas, papeles volando, excremento de perros. Pequeños actos de indiferencia que, sumados, convierten el entorno en un espacio inhóspito y, sin embargo, basta un gesto sencillo como bajar la basura en una bolsa cerrada, recoger lo que el perro deja, no arrojar nada desde el balcón, para cambiarlo todo.
Aquí viven 92 personas mayores de 60 años. Treinta y dos padecen enfermedades crónicas. Para ellos, el agua limpia, los desagües funcionales, un entorno sin malos olores ni roedores, no son comodidades, sino condiciones mínimas de dignidad. Cada falla en el sistema, cada semana sin ascensor, cada día con basura en el patio, les arrebata tranquilidad, salud, autonomía.
Claro que el Estado tiene responsabilidades y así lo confirma la dirección municipal de la vivienda:debe intervenir, debe reparar, debe garantizar servicios. Pero también es cierto que ninguna institución puede mantener un edificio si quienes lo habitan no colaboran. No se trata de echar culpas. Se trata de asumir que la convivencia no se mantiene sola. Que el orden no nace del vacío. Que la limpieza no es solo tarea del que barre, sino de quien no ensucia.
Cuidar este edificio no empieza con una orden. Empieza con una decisión compartida, con una reunión vecinal, con un plan escrito, con el simple acuerdo de que, aunque cada uno tenga su puerta, el edificio es uno solo. Y si no lo cuidamos entre todos, nadie podrá salvarlo por nosotros.
El Doce Plantas fue un símbolo de progreso; puede seguir siéndolo, pero solo si sus habitantes deciden que el bienestar colectivo también es una prioridad personal porque, cuando el sistema se atasca, no son solo las tuberías las que fallan: es la convivencia la que se pone a prueba. Y de eso, todos somos responsables.
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