Días de sol, noches de homenajes

Días de sol, noches de homenajes Martí departió con los tabaqueros durante la memorable visita a Tampa a finales de noviembre de 1891.

“Lució el sol, y con él el amor inusitado, los conocimientos súbitos, el deleite de verse juntos en el amanecer de la época nueva, el orgullo de mostrar y de ver la familia dichosa (…) el consejero que va y viene, poniendo bálsamo donde quiera que ve herida”.

En su discurso “Oración de Tampa y Cayo Hueso”, así retrató José Martí su primera visita a esa ciudad de la costa oeste de Florida en noviembre de 1891, que recorrió aquella mañana del día 26, en compañía del espirituano Néstor Leonelo Carbonell y de otros patriotas, quienes lo llevaron a diferentes tabaquerías y al despacho, en la factoría Príncipe de Gales, del valenciano Vicente Martínez Ybor, hombre que no levantó una fábrica de puros en la misma bahía de Tampa por falta tiempo.

—Eso está pensado y hecho, le aseguró el empresario a Martí, y de inmediato se alisó el abundante y blanco bigote que le rebasaba los labios.

No fue el único intercambio del Apóstol con Martínez Ybor, a la postre uno de los emigrados que más aportó financieramente en Florida con miras a la compra de armamento y otros pertrechos para la contienda libertaria, y de ello resultó testigo Carbonell.

En su rol de anfitrión, el espirituano, antes miembro de las fuerzas bajo el mando del general Honorato del Castillo y del general en jefe del Ejército Libertador, Manuel de Quesada, durante la Guerra Grande, invitó a almorzar a Martí con su familia, entre ellos los hijos Eligio y Natividad, devenidos colaboradores del organizador de la contienda en gestación en predios no únicamente de Florida, remarcan los estudiosos.

Pasadas las ocho de la noche de ese día, sobrevino el homenaje a Martí en el Liceo Cubano, donde aconteció la fundación del club Ignacio Agramonte el 16 de mayo de ese propio año y sede de una escuela nocturna, cuyo maestro y director era Néstor Leonelo.

“Niñas allí, con rosas en las manos; mozos, ansiosos; las madres, levantando a sus hijos; los viejos, llorando a hilos, con sus caras curtidas. Iba el alma y venia, como pujante marejada. ¡Patria, la mar se hincha!… La tribuna, avanzada de la libertad, se alzaba de entre las cabezas, orlada por los retratos de los héroes. Rifles que vieron pelea daban guardia al camagüeyano que no muere”, describió después el Maestro la velada.

En esos términos el Maestro fotografió el ambiente del liceo en aquella noche de homenaje, iniciado con las palabras de Carbonell y seguido por las de Ramón Rivero, líder tabaquero y periodista. Y cuando Martí soltó su voz, quizás hasta los niños dejaran de juguetear. Voló, también, sobre el papel la pluma del taquígrafo Francisco González, llegado desde Cayo Hueso por previsión de Carbonell para dejar en blanco y negro cada posible frase martiana.

“Para Cuba que sufre, la primera palabra. (…) no daré gracias egoístas a los que creen ver en mí las virtudes que de mí y de cada cubano desean; ni al cordial Carbonell, ni al bravo Rivero, daré gracias por la hospitalidad magnífica de sus palabras, y el fuego de su cariño generoso; sino que todas las gracias de mi alma les daré, y en ellos a cuantos tienen aquí las manos puestas a la faena de fundar, por este pueblo de amor que han levantado cara a cara del dueño codicioso que nos acecha y nos divide”.

Nunca antes los emigrados cubanos habían escuchado tanto elogio, ni el joven taquígrafo tan fecundo discurso, trascendido a la historia bajo el título de Con todos y para el bien de todos.

En la noche del 27 de noviembre y en el propio liceo, Martí asistió a la velada conmemorativa de los 20 años del fusilamiento de los ocho estudiantes de Medicina. A su puesto volvió, además, el taquígrafo. La voz del Maestro sería arroyo de agua fresca y límpida; en una orilla, los viejos guerreros; en la otra, los nacientes paladines. Empeñado en desdibujar orillas y bandos, Martí pronunció el discurso, conocido luego como Los pinos nuevos.

Esta pieza oratoria y la de la noche precedente, Carbonell las publicó en un folleto titulado Por Cuba y para Cuba. Dos Discursos. Con todos, para el bien de todos y Los pinos nuevos, impreso en Tampa y socializado entre la emigración y en el país caribeño.

 

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