De la angustia a la esperanza (+ fotos y video)
Era el 19 de diciembre y el espíritu de la Navidad inundaba la casa de Caridad Elena Blanca González, una diestra doctora con 33 años de experiencia en Otorrinolaringología Pediátrica que, en medio de la preparación para la cena de Nochebuena, recibió la más temida de las llamadas: un niño había ingerido accidentalmente una pieza de reloj y estaba en grave peligro. No había tiempo que perder y atrás quedaron los amigos y las celebraciones.
“Nos llamaron con desesperación porque venía un infante remitido del municipio de Trinidad, tras haber ingerido una pieza de reloj que se había colocado en la boca y la había aspirado de manera accidental”, cuenta la especialista.
El pequeño, de tan solo siete años, llegó al hospital con manifestaciones respiratorias como la tos, aunque, al decir de la doctora González, aparentaba un bienestar que semejaba la calma antes de la tormenta. Ella, que ha visto de todo, como se dice en buen cubano, sabe que en poco tiempo las funciones vitales de los niños pueden colapsar. La situación era crítica, una emergencia quirúrgica en el sentido más puro.
“El niño tenía un compromiso de la saturación de oxígeno por la privación de la ventilación del pulmón derecho donde estaba alojado el cuerpo extraño”, explica Blanca González.
La tensión se elevó cuando los médicos descubrieron que el paciente ya tenía un diagnóstico previo de laringitis, lo que hacía que cada segundo contara aún más: “Es decir, ya existía un compromiso respiratorio que agravaba la situación y este era el escenario en el cual el niño llegaba a nosotros”, dice.
LA INTERVENCIÓN
En cuestión de minutos, la doctora Caridad y su equipo se prepararon para un procedimiento que era literalmente una carrera contra el tiempo y la muerte. La única esperanza era una técnica arriesgada que desafía, incluso, la experticia de los médicos más experimentados.
El proceder que habitualmente se emplea en el pediátrico espirituano es la broncoscopia rígida, es decir, un tubo rígido con el cual se accede al pulmón a través de la misma vía por donde entró el cuerpo extraño: “Por lo general entramos por la boca para llegar a la laringe, la tráquea, los bronquios principales o intermediarios, que era el caso de este paciente”, agrega.
La escena en la sala de operaciones era tensa, con cada miembro del equipo completamente consciente de lo que estaba en juego. Dicho de otro modo, en este tipo de técnica no se puede garantizar la ventilación y se convierte en una carrera por la vida. Para que se tenga una idea más clara, el procedimiento se realiza en un cuadro de apnea, es decir, de privación de oxígeno para el paciente.
En cualquier otro tipo de cirugía, el anestesiólogo coloca un tubo en la vía respiratoria del niño que asegurará su respiración mediante el empleo de máquinas especializadas, pero, en este tipo de casos, resulta imposible garantizar tal función vital porque el especialista debe abrirse camino por el mismo espacio por donde se coloca el tubo endotraqueal.
“El niño está en una parada respiratoria prácticamente y los anestesiólogos lo asisten casi siempre a través del canal de ventilación del equipo con que accedemos; pero esto lo que prácticamente ofrece es un 25% de oxígeno, que no garantiza la supervivencia del menor”.
“El procedimiento tratamos de hacerlo lo más rápido posible por el hecho de que la privación de oxígeno conduce a bradicardias y a paradas cardiorrespiratoria que llevan a la muerte. Esto lo hemos visto, desgraciadamente, y te puedo asegurar que es algo desgarrador”, confiesa la doctora.
El hecho de tener un cuerpo extraño alojado en un pulmón es un elemento crítico y si a esto se le añade, además, que el paciente presentaba un cuadro inflamatorio infeccioso de la vía respiratoria, pues prácticamente obligaba a los especialistas a sacar la pieza al primer intento o no habría solución, porque la mucosa de la vía respiratoria es hiperreactiva y responde inflamatoriamente cuando se manipula.
El equipo combinó aparatos y pericia: primero, guiados por un neumólogo, usaron un broncoscopio flexible para localizar la pieza. Luego, con el broncoscopio rígido, avanzaron «a ciegas» hacia el pulmón derecho.
“Por lo general, el cuerpo extraño es localizado primero por los neumólogos que sí cuentan con visión a la hora de hacerlo, pero luego me toca a mí su extracción, lo cual hago a visión propia porque no contamos en la provincia con instrumentos más avanzados. En honor a la verdad, es un proceder temido tanto por la especialidad nuestra como por los anestesiólogos”, comenta.
Para colmo de males, cuando la doctora accedió al interior de las vías respiratorias notó que no solo se trataba de una laringitis, sino de una laringotraquítis por lo cual toda la tráquea presentaba un cuadro inflamatorio.
LA ALEGRÍA DE UN FINAL FELIZ
Con precisión quirúrgica y nervios de acero, la doctora González y su equipo realizaron el procedimiento. Cada segundo parecía una eternidad. Finalmente, completaron la extracción del cuerpo extraño con éxito en el primer intento y en menos de 60 segundos: “Completar la misión nos da una alegría indescriptible, especialmente cuando has trabajado con pacientes que no lo han logrado”.
“Tengo que decir que realmente me sentía insegura porque sabía lo riesgoso de este caso y especialmente en el escenario de traer una laringotraquítis de base, pero antes de la cirugía le pedimos a Dios que nos ayudara y así salió el milagro”, expresó la doctora González.
¿Qué es lo más difícil de experiencias de este tipo?
“Al existir una obstrucción de las vías respiratorias estamos en presencia de una urgencia médica, o sea de una situación crítica y aunque ya tenga más de 30 años de experiencia en lidiar con situaciones de este tipo, siempre es un susto inmenso”.
“Cuando termina la cirugía y sabes que puedes dar la noticia de que todo salió bien te sientes en las nubes, pero, en otras oportunidades hemos tenido que salir a decirle a los padres que su hijo no lo logró o que fuimos nosotros, los médicos, quienes no lo logramos y eso es algo bien doloroso”.
“Ningún especialista quiere que su paciente fallezca y, cuando se trata de un niño, es doblemente doloroso porque por pensamiento natural no les corresponde y puede quedar una familia destruida; sabes que siempre hay un papá y una mamá con la esperanza de que su hijo salga vivo del salón y cuando tienes que mirarlos a los ojos y decirles que no pudo ser ese dolor te desgarra el alma”, apunta la especialista en Otorrinolaringología Pediátrica.
RIESGOS Y MILAGROS: LLORAMOS DE FELICIDAD
La alegría y el alivio llenaron la sala de operaciones cuando el pequeño paciente volvió a respirar con normalidad. La historia no solo fue un ejemplo de la pericia médica, sino también un testimonio del coraje y la dedicación de un equipo dispuesto a luchar por cada vida hasta el último aliento.
El niño fue monitoreado durante 48 horas en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Pediátrico José Martí, de Sancti Spíritus, donde mostró una notable mejoría. Luego fue dado de alta y sus padres, visiblemente emocionados, no dejaban de agradecer al equipo médico, tal y como cuenta Ailyn Cruz Guinaga, especialista en Anestesiología y Reanimación de primer grado.
El mayor peligro era la atelectasia (colapso pulmonar) o que la pieza se moviera y lacerara tejidos. “Monitorizamos cada latido y cada gota de oxígeno. Si los parámetros caían, teníamos que retirarnos y reintubarlo”, explica. Pero el milagro llegó y la pieza salió en el primer intento. “Todo el equipo lloró. La salud de los niños es lo principal para nosotros”, narra la especialista.
El niño, estable tras la cirugía, reveló una inocente verdad: “Quería reparar el relojito de su abuelo y esto casi le cuesta la vida”, dice la doctora Cruz Guinaga y agrega que sus padres, entre lágrimas, firmaron un consentimiento informado minutos antes de la intervención. “Les explicamos los riesgos, desde paros cardíacos hasta daños irreversibles. Ningún padre quiere ver a su hijo en el quirófano”.
Detrás de cada emergencia médica, hay rostros, decisiones y segundos que marcan la diferencia. En el caso de este niño trinitario, la doctora Ailyn, con 12 años de experiencia, fue una de las profesionales que sostuvo entre sus manos el hilo de la esperanza: “En todo momento se monitorizan la oxigenación, la frecuencia cardíaca, así como el estado hemodinámico del paciente y valoramos si hay necesidad de sacar el instrumento y recuperar al paciente para que la oxigenación esté en niveles óptimos.
“Pero, además, las presiones positivas que uno da en la vía aérea pueden mover de lugar al cuerpo extraño, aunque claro, esto depende del tamaño”, comenta.
Con seis casos similares atendidos en su carrera, la anestesióloga hace un llamado urgente: “La supervisión adulta es vital mientras los niños juegan en sus casas. Estos accidentes son evitables”. Y, aunque reconoció el miedo que sintió —“se me subió el corazón a la garganta”—, celebra el final feliz: “Este niño volvió a casa en Nochebuena. Eso nos devuelve la fe en lo que hacemos”.
Bajo el cielo plomizo de Trinidad, donde el tiempo parece detenerse entre adoquines coloniales y balcones carcomidos por el salitre, la historia de este pequeño duende parece sacada de un cuento.
Cada latido del pequeño fue un tictac resonando en el vacío de un quirófano, donde médicos y enfermeras, cual maestros de un ballet macabro, esquivaron las sombras de la asfixia con movimientos precisos, casi coreográficos. La pieza metálica, diminuta y letal, no fue solo un objeto extraño, sino también un recordatorio de cuán frágil es el hilo que separa la curiosidad infantil de la tragedia.
Hoy, mientras el niño corre de nuevo entre las calles empedradas, su risa se mezcla con el constante desvelo de especialistas como Caridad y Ailyn. En el aire aún flota el eco del pasado diciembre: el fantasma de un reloj roto, la memoria de un pulmón casi colapsado y la certeza de que, en este mundo, la vida a veces se sostiene por el oxígeno de un milagro y el temple de quienes desafían la muerte.
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Trabaje por mucho tiempo como enfermera en cuba q le puedo decir Bendiciones felecitaciones