Cuando los hogares cubanos se abrieron a la juventud mundial

Cuando los hogares cubanos se abrieron a la juventud mundial

Cada 12 de agosto, el mundo celebra el Día Internacional de la Juventud, una fecha que recuerda el papel transformador de las nuevas generaciones en la sociedad. Precisamente los jóvenes protagonizaron uno de los eventos más singulares de la historia cubana reciente: el XIV Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, una cita global que atrajo a miles de delegados a La Habana y convirtió los hogares insulares en escenario directo del evento.

Celebrado del 28 de julio al 5 de agosto de 1997, el festival reunió a más de 12 000 jóvenes de 132 países, bajo el lema “Por la solidaridad antimperialista, la paz y la amistad”. Fue la segunda vez que Cuba acogía esta cita, luego de haberla celebrado en 1978, pero esta edición marcó una diferencia sustancial: por primera vez en la historia de estos festivales los delegados fueron alojados en casas de familias.

En pleno Período Especial, cuando el país atravesaba una profunda crisis económica tras la caída del campo socialista, el gobierno y la juventud cubana apostaron por una fórmula nueva y arriesgada: abrir los hogares del pueblo para que los visitantes vivieran de cerca la realidad nacional, más allá de hoteles o campamentos.

Unas 10 000 viviendas en La Habana y otras provincias fueron habilitadas para recibir a los delegados. Familias comunes, muchas de ellas sin lujos y enfrentando carencias materiales, compartieron sus habitaciones, alimentos y costumbres con jóvenes de África, América Latina, Europa y Asia.

Este gesto fue un acto político y simbólico de primer orden: Cuba mostraba al mundo, sin filtros ni escenografías, su cotidianidad, sus valores y su resistencia. Para los visitantes, la convivencia directa con las familias fue muchas veces más impactante que los discursos en las plenarias.

Durante esos días, La Habana se transformó: los barrios se llenaron de idiomas diversos, banderas, cantos, tambores, consignas. Se realizaron conciertos, marchas, debates, encuentros culturales y deportivos. El malecón fue una pasarela interminable de colores y risas. Y en cada esquina, la juventud cubana ejerció de anfitriona con entusiasmo y orgullo.

Los comités organizadores locales, junto a organizaciones como la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), la FEU, la FEEM y otras, resultaron claves en la logística del evento que, a pesar de las dificultades económicas, logró completarse con una eficiencia notable.

El Festival de 1997 se convirtió en una lección de hospitalidad, resistencia y apertura. Mientras el mundo miraba con escepticismo a la pequeña isla bloqueada, Cuba mostraba al mundo lo mejor que podía ofrecer: la calidez de su gente.

Más de dos décadas después, muchos delegados siguen recordando la experiencia como uno de los momentos más auténticos de sus vidas. Y para miles de familias cubanas, aquellas jornadas siguen siendo ejemplo de que la solidaridad puede ser un puente real entre los pueblos.

 

Fuentes: Juventud Rebelde, Granma, Ecured

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