Columna No. 8: Bajo el hostigamiento enemigo

Columna No. 8: Bajo el hostigamiento enemigo Infografía: José A. Rodríguez

Rumbo al macizo del Escambray, la Columna No. 8 Ciro Redondo, al mando del Ernesto Che Guevara, procedente de la Sierra Maestra, al amanecer del 9 de octubre de 1958 en El Tamarindo, a 14 kilómetros al este del río Jatibonico del Sur, ya en suelo espirituano.

La exploración guerrillera vuelve al camino. Los aviones persisten en la caza de las llamadas “ratas”, calificativo empleado por los oficiales batistianos para aludir a los rebeldes. Como auras desesperadas, ametrallan los montes al sur de Tibisial; un jet estalla en el aire, según lo consigna un reporte de operaciones del Estado Mayor del Ejército de esa fecha. Al decir del Che, la aviación les seguía “matemáticamente” los pasos.

Aún sin atardecer, el jefe de la columna se adelanta a la tropa, y desde el bohío de Emilio Escobar disfruta por primera vez las siluetas, difusas, de las lomas de Banao. Lejos estaban, pero estaban, y las ubica de prisa en su ajado mapa.

La noche brilla. A marchar con los mismos pies destrozados y ripios de zapatos —afortunado el que tuviera—, con los mismos huesos en el cuerpo con que salieron de Oriente, pero más adoloridos. A desafiar fangales, nubes de jejenes. A cruzar un canal, que deja chiquito al río Toa. Montado en su caballo, el Che va de una orilla a otra para auxiliar a su gente. De nuevo, a los potreros cenagosos; de prácticos, Otten y el guajiro Rafael Echemendía.

Monte Domingo Díaz, finca El Macío. Es 10 de octubre. Linterna en mano, a las cuatro de la madrugada, el Che indica el sitio de cada uno de los pelotones en el nuevo campamento, ubicado a 14 kilómetros al suroeste de El Jíbaro, que parecía por esa fecha en toque de queda, por tanto guardia llegado hasta allí.

Una noticia corre como pólvora entre los rebeldes en la mañana: las nubes dejan entrever “una visión en lontananza”, “la mancha azul del macizo montañoso de Las Villas”, como lo describió Guevara.

Pero ese ánimo por el cielo dura hasta media tarde, cuando dos avionetas ametrallan el campamento. Un milagro salva la tropa, que no sufre pérdidas. “Era evidente que estábamos localizados por el enemigo, y que trataban de impedir nuestro paso por el río Jatibonico del Sur”, comentó años después Joel Iglesias, miembro de la Columna No. 8, en su libro De la Sierra Maestra al Escambray.

—No cruzaremos el río esta noche, determina el Che, al no disponer de la suficiente información para pasarlo.

El 11 de octubre, el retorno de la aviación es inminente. Porque el jefe guerrillero lo siente en el aire, decide el traslado de sus hombres hacia una casa próxima, escoltada únicamente por la llanura. Nadie pensaría que permanecían allí. Decenas de hombres en un bohío; las hamacas, unas encima de otras.

Afuera, llueve a más no poder; a lo mejor, también en la ciudad de Ciego de Ávila, desde donde el coronel Leopoldo Pérez Coujil, jefe del 2do. Distrito Militar (DM) en Camagüey, envía un telefonema a Armando Suárez Suquet, al frente de la Zona de Operaciones No. 2.

“Nuestra misión clara y específica —le recuerda Coujil— es la captura vivo o muerto del Che Guevara y de todos los forajidos que lo acompañan. (…) El 2do. Dto. se llena de gloria en este día o demostramos que no servimos para nada”.

A esa hora, la Punta de la Vanguardia de la columna invasora ya había tomado el batey de Atollaosa y ocupado una vivienda sin moradores, cuyo teléfono era un suceso arqueológico. Al rato, suena el artefacto; por curiosidad, uno de los guerrilleros levanta el auricular y oye el diálogo entre un oficial del 2do. DM  y el jefe de la Guardia Rural de El Jíbaro. Otras escuchas, otras referencias sobre las emboscadas, las postas y el armamento de las fuerzas de la tiranía.

—¿Las “ratas” ya cruzaron el río?, pregunta desde El Jíbaro el capitán Urbano Matos, al frente de la compañía 34 de Las Villas.

—Creo que no y no deben hacerlo esta noche, le responde el primer teniente Lázaro Castellón, al mando de un centenar de soldados del 2do. DM, acantonados en el batey de Pozo Viejo.

—Si vienen por el puente de Paso Viejo, les tengo preparada una buena recepción, añade socarronamente el capitán Matos.

Impuesto de toda esa información, el Che toma las diligencias; pero en la noche el cruce del Jatibonico del Sur de que va, va.

 

Fuentes:

Jorge Meneses, Historiador de La Sierpe.

Iglesias, Joel: De la Sierra Maestra al Escambray.

García, Raúl, y Pardillo, Mayra: Ecos de Che.

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