Camilo, más que un estratega militar
El Señor de la Vanguardia conmina a los sitiados a la rendición. Foto: Perfecto Romero.
—¿Quién es Caballo Loco?
La pregunta de Camilo Cienfuegos sorprendió a la soldadesca enemiga. Era la segunda vez de ese 24 de diciembre de 1958 que el Comandante rebelde pisaba el cuartel del Escuadrón 37 del Regimiento Leoncio Vidal, de Yaguajay, en medio de la primera tregua de la que devendría la batalla más extensa de la campaña del Ejército Rebelde en Las Villas.
Cuando el Señor de la Vanguardia tuvo enfrente al soldado que por las noches le improvisaba y cantaba a la tropa rebelde, atrincherada alrededor de la guarnición, le dijo:
—Parece que eres guapo.
—No, Comandante, creo que son los nervios.
—Pues bien, hace falta que sigas cantando.
Y sin más allá ni más acá, se deshizo de su reloj y se lo regaló a Caballo Loco. En la propia visita —según testimonios de Roberto Calderón, de la Cruz Roja—, mientras Camilo obsequiaba tabaco y cigarro a los soldados, les afirmó: “Si se rinden, les pagamos los meses atrasados que les debe el ejército, y esta misma nochebuena nos comemos 20 lechones asados, todos juntos”.
Sin embargo, el Comandante retornó a las posiciones rebeldes con una certeza: el capitán Alfredo Abón Lee, al frente de las huestes castrenses, no depondría las armas, y el argumento de que esperaba la anuencia del mando superior para la rendición era la mayor de las falacias.
El hombre quería ganar tiempo. La jefatura del Tercer Distrito Militar de Santa Clara le había remitido un telefonema donde le comunicaba la autorización de evacuar sus fuerzas por los embarcaderos de azúcar de Vitoria y Estero Real con el empleo de la Marina de Guerra y el apoyo de la Fuerza Aérea del Ejército.
Consciente de la estratagema de Abón Lee, Camilo les subrayó a sus oficiales: “(…) debemos estar preparados para seguir el combate”. Y, ciertamente, la comida de nochebuena estuvo sazonada con disparos.
ACCIONES URGENTES
“Si algún refuerzo del enemigo lograra entrar por mar, o los guardias salir del cuartel, después de romper el cerco para irse por esa vía, debo suponer que haya sido después de haber pasado por encima del cadáver del último de ustedes”.
Así de tajante, el jefe del Frente Norte de Las Villas les habló a los suyos, luego de interpretar el curso de los acontecimientos por venir: la posible evacuación forzada del enemigo por las costas o el envío de refuerzos contrarios desde Camagüey, Caibarién o Remedios, como recuerdan Gerónimo Besánguiz y Osiris Quintero, estudiosos de la batalla de Yaguajay.
En consecuencia, el Señor de la Vanguardia determinó establecer posiciones en esos rumbos y un sistema de defensas desde los accesos lejanos al este y al nordeste del poblado. Para apoyar este despliegue, ordenó incorporar a la lucha a todos los efectivos de las milicias del Frente que recibían entrenamiento o no en las escuelas militares en Alicante y Jobo Rosado.
Particularmente, el Comandante Félix Torres y su tropa asumieron la defensa del litoral norte, desde la playa Carbó hasta el embarcadero de Vitoria, adonde acudieron dos fragatas enemigas.
En un acto, cuando menos audaz, hasta la Manzanillo C-4 llegó en una chalupa el capitán revolucionario Alberto Torres González, disfrazado de carbonero: “Vine porque los rebeldes, que están en toda la costa, me cogieron preso y me obligaron a traerles este mensaje. Si quieren me dejan preso aquí con ustedes; de todas formas yo me la estoy jugando”.
La comunicación enviada por Félix Torres imponía al mando de la fragata que se rindiera o retirara, y que el cuartel permanecía cercado. Apenas el “carbonero” tocó tierra de regreso, los Springfields y los Garands hicieron la otra parte. Debido al fuego rebelde, la nave optó por alejarse. Mientras tanto, los disparos también se cruzaban entre los revolucionarios y las fuerzas sitiadas en el cuartel.
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