Bajo la sombra del café y la esperanza

Bajo la sombra del café y la esperanza El productor trinitario Leovanys Hernández Batista ha convertido su finca Las Minas en referente de agroecología y tradición cafetalera. Foto: Yosdany Morejón

Apenas tenía 17 años cuando llegó desde Birán, tierra natal de Fidel, hasta el corazón montañoso de Trinidad. Lo que encontró fue un mar de marabú, maleza y silencio. Nadie hubiera apostado que de aquellas tierras ásperas y cerradas nacería una finca próspera. Pero Leovanys Hernández Batista, machete en mano y sueños en el alma, se propuso lo imposible: hacer brotar café donde apenas había monte.

Hoy, casi tres décadas después, la Finca Las Minas no solo es un referente productivo de la Cooperativa de Crédito y Servicios (CCS) Rafael Saroza, enclavada en pleno lomerío del Escambray, sino también un símbolo de constancia. Sus plantaciones de café abrazan hasta el patio de la casa, se entremezclan con frutales y reverdecen gracias a prácticas agroecológicas que han convertido aquel paisaje hostil en un vergel.

Aquí limpiamos todo poco a poco, con mis manos y las de mi esposa. Ella trabaja igual que yo, de sol a sol. El secreto es caerle al cultivo todos los días y ponerle amor, porque la tierra siente cuando la tratas con cariño”, confiesa el productor, mientras muestra con orgullo los injertos de mango que aprendió a dominar y que hoy regalan frutos de diferentes variedades en un mismo árbol.

El café, sin embargo, late como corazón de la finca. Aunque los precios actuales no retribuyen el sacrificio y lo obligan a diversificar con frutales y cría de cerdos, Leovanys no renuncia a esa tradición heredada de su padre. “Nací entre cafetales y moriré entre cafetales —asegura—. Esa es mi vida”.

El productor sabe que no todo ha sido triunfo. “Lo más duro —admite— es ver cómo el café ha perdido valor en el mercado. Una lata, a como nos la compra el Estado, ya no paga ni el esfuerzo del día. Y, sin embargo, uno sigue, porque el café es parte de la historia y no se puede abandonar lo que heredamos”. Esa mezcla de decepción y terquedad lo mantiene buscando alternativas para no dejar caer lo tanto ha costado levantar.

A su obra productiva se suma la vocación comunitaria: cada mes, la familia abastece de viandas y frutales a la escuela cercana y, de noche, cuando repasa el camino recorrido desde aquel 1998 hasta hoy, Leovanys siente que la recompensa mayor no son las medallas ni los diplomas, sino la certeza de haber domado la tierra y sembrado futuro. “Uno se acuesta agradecido, conforme con la vida. Porque esto que tenemos no lo compramos: lo levantamos con las manos”.

Leovanys Hernández Batista, productor de café en pleno Escambray. Foto: Yosdany Morejón

Leovanys Hernández Batista, productor de café en pleno Escambray. Foto: Yosdany Morejón

Vivir en el lomerío del Escambray no es fácil. Las pendientes empinadas y los caminos de piedra desafían hasta a los más curtidos, sobre todo en los meses de lluvia, cuando la montaña parece cerrarse sobre sí misma. Pero para Leovanys, ese entorno es más que un reto: es el hogar perfecto. “Aquí uno respira diferente. El silencio solo lo rompen los pájaros y el viento entre los árboles. No cambio esta vida por ninguna otra”, asegura, mientras recorre los cafetales como quien recorre su propia biografía.

La CCS Rafael Saroza, a la cual pertenece, agrupa a campesinos que, como él, mantienen vivo el pulso agrícola en las montañas espirituanas. Allí, la finca de Leovanys suele ser citada como ejemplo en las asambleas y visitas técnicas porque resume el espíritu de resistencia y creación que caracteriza a los hombres del campo. “Siempre he tratado de que mi finca sea referencia —explica—. No por vanidad, sino para demostrar que sí se puede, que con disciplina y amor la tierra responde”.

La agroecología se ha convertido en la columna vertebral de su proyecto. Consciente de que los fertilizantes químicos encarecen los costos y dañan el suelo, Leovanys apostó por soluciones naturales: elabora compost con restos de café y otros residuos de la finca, aplica abonos orgánicos, diversifica cultivos y protege la biodiversidad del entorno. “Uno aprende que todo tiene valor: la cáscara del café, la hoja seca, la fruta que no se come…; nada se bota, todo vuelve a la tierra”, explica, con la convicción de quien ha comprobado en la práctica lo que otros repiten en los manuales.

Gracias a esa estrategia, hoy Las Minas produce frutas y viandas más saludables, libres de químicos, que se destinan tanto al autoconsumo familiar como a la comunidad. Esa filosofía le valió un reconocimiento provincial que lo cataloga como Finca de Referencia en Agroecología, un título que lleva con humildad. “Yo no trabajo por los diplomas —dice—; trabajo por la tierra, que es la que nos da de comer”.

Para él, la agroecología es también una forma de resistencia en tiempos difíciles: menos dependencia de insumos externos, más soberanía para decidir qué y cómo producir. “Las montañas nos enseñan eso todos los días: si no te adaptas, pierdes. Y la mejor manera de adaptarse es escuchando a la tierra y dándole lo que pide sin envenenarla”, reflexiona mientras acaricia las ramas.

El vínculo con las lomas se expresa en pequeños gestos: una jardinera a la entrada, donde su esposa siembra flores “para que la finca reciba a todos con alegría”; la costumbre de compartir frutas con los vecinos; o la certeza de que, aun en los días más difíciles, la finca ha sido refugio y sostén.

Yo nunca me acostumbré a la ciudad. Aquí tengo todo lo que necesito: aire limpio, alimento, trabajo. Aquí uno se siente libre. No será la vida más fácil, pero sí la más digna”, dice con la serenidad de quien sabe que ha cumplido con su tiempo y con la tierra.

En Las Minas, Leovanys no solo cultiva café; cultiva la certeza de que, aun cuando los precios flaqueen y la vida apriete, siempre habrá hombres capaces de hacer fértil hasta la tierra más dura.

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