Arquitecta de la mirada

Arquitecta de la mirada

En la provincia de Sancti Spíritus, si alguien pregunta por el servicio de Optometría, el camino conduce, tarde o temprano, a un nombre: Adali Dima López Fariña. Ella no solo fue la primera en ejercer la profesión aquí, sino que fundó un servicio que, cuatro décadas después, sigue devolviendo claridad a miles de miradas infantiles.

Adali tiene 61 años, ya está jubilada en papeles, pero no en espíritu. Sigue levantándose cada mañana rumbo al Hospital Pediátrico José Martí Pérez para atender lo mismo a un niño inquieto que a un adolescente que se resiste al parche en el ojo bueno. No concibo mi vida sin lo que hago, confiesa.

La Optometría, disciplina de la salud visual enfocada en el cuidado primario de la visión, fue para ella más que un oficio. Desde 1983 cuando apenas se hablaba de esa especialidad decidió quedarse en Sancti Spíritus para consolidar el servicio en el Pediátrico. Entonces todo era intuición, horas de estudio y la certeza de que los ojos de los niños no podían esperar.

Mi labor consiste en hacer refracciones a los infantes, mediciones de los estrabismos, rehabilitación y otra serie de exámenes… Pero, sobre todo, tratar de compensar esas dificultades visuales causadas por ametropías o estrabismos y, en los casos que requieran de un proceder quirúrgico, ayudar a la compensación de la visión binocular, explica con una serenidad que contrasta con el ajetreo de la consulta.

Los pequeños, dice, son lo máximo y se convirtieron en su razón de ser. La población infantil es agradecida hasta en el proceso de rehabilitación. Y lo ejemplifica con la ambliopía esa enfermedad que, si no se trata a tiempo, condena al niño a una discapacidad visual permanente. De ahí su insistencia en orientar a los padres, en recordar que las pantallas no pueden convertirse en niñeras infinitas porque los ojos, como cualquier órgano, también se cansan.

Por ello advierte sobre este enemigo silencioso que se multiplica en los hogares: las pantallas. Tabletas, teléfonos y computadoras agrega están obligando a los ojos infantiles a un esfuerzo excesivo, con consecuencias que a veces pasan inadvertidas. Recomienda, entonces, limitar el tiempo de exposición a una hora diaria, porque de lo contrario aumenta el riesgo de fatiga visual, aparición temprana de ametropías y dificultades para el desarrollo de la visión binocular.

A nivel nacional Cuba reconoce que muchas de las causas de baja visión y discapacidad visual en niños como la retinopatía del prematuro, cataratas congénitas y defectos refractivos como la miopía, hipermetropía o astigmatismo son prevenibles o tratables si se detectan a tiempo.

El país tiene programas integrados de salud ocular donde la optometría juega un rol clave: en la refracción, en la detección temprana de ametropías y ambliopía, la rehabilitación visual, así como la consulta en servicios oftalmológicos y ópticos.

Más de una vez se ha sentido frustrada cuando un niño no avanza en el tratamiento; pero la regla ha sido otra: verlos crecer, estudiar, convertirse en profesionales plenos. Ya, tras 43 años de labor, veo adultos que atendí de niños. Médicos, ingenieros, maestros y saber que no están limitados visualmente me llena de satisfacción.

Afuera de la consulta, la historia se repite: saludos, agradecimientos, una madre que le recuerda cómo logró que su hijo dejara de tropezar con las paredes. Ella se encoge de hombros, sonríe, y asegura que nunca fue un sacrificio: Con gusto siempre lo he hecho y lo seguiré haciendo mientras la salud me acompañe.

Quizás la clave de su éxito está en el modo en que se gana la confianza de los pequeños: canta y habla de muñequitos, les presta un dinosaurio de juguete. A veces me da más trabajo manejar a un adulto que a un niño, comenta, con la picardía de quien sabe disfrazar de juego lo que en realidad es una terapia rigurosa.

En su puesto de trabajo, Adali no solo calibra lentes o mide desviaciones oculares; también cultiva la paciencia. Dice que cada infante le enseña algo distinto: el valor de la constancia, la manera de mirar el mundo con curiosidad, incluso la capacidad de convertir un examen visual en un juego. Por eso insiste en que la Optometría no se reduce a fórmulas ni aparatos, sino que lleva un componente humano imprescindible: la empatía.

Esa misma sensibilidad la ha acompañado fuera del hospital. Muchas veces ha sido llamada a las escuelas para orientar a maestros sobre cómo detectar a tiempo problemas de visión, o ha visitado a familias que no encuentran explicación a las constantes caídas de sus hijos. Allí, en la cercanía, ha demostrado que la prevención es tan vital como la cura, porque como asegura no hay nada más gratificante que evitar una discapacidad antes de que aparezca.

Al final de cada jornada, cuando regresa a casa para mimar al nieto o poner en orden las cosas del hogar, siente que todo encaja: Cuando no trabajo, me falta el sentido de la vida, admite. Fundadora, pionera y maestra en el arte de enseñar a mirar, Adali Dima López Fariña dejó de ser solo optometrista. Desde hace 43 años es, también, la arquitecta de las miradas en Sancti Spíritus.

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