Aniversario 509: La ciudad desde lo alto

Aniversario 509: La ciudad desde lo alto Sancti Spíritus cuenta con un valioso patrimonio arquitectónico.

Cuando uno vence, a jadeo puro, el último escalón de cedro de la torre campanario de la Parroquial Mayor y descubre la villa, sentada a los pies, se siente ser, por instantes, el propio rey Luis XIV; aunque jamás hayamos traspasado el umbral del parisino Palacio de Versalles. Al volver del ensimismamiento, advertimos que la ciudad vive otra tarde de junio, rociada por una llovizna intermitente.

Abajo, a la derecha, la estatua en honor al eminente doctor y científico Antonio Rudersindo García del Rijo sigue cortejando a la urbe desde el centro de la plaza más antigua de aquí, que lleva el nombre de su padre, el también médico, José Manuel García; caso inusual en cualquier sitio del mundo.

Al fondo del parque, asoma el hotel El Rijo, otrora residencia de Antonio Rudersindo, con sus cinco grandes arcos en la fachada azul, cuya majestuosidad pasa inadvertida para el grupo numeroso de personas, interesadas en alcanzar reservaciones hoteleras para la cayería norte. Hay una promoción, escuché antes de rematar la escalera, que lleva a cúpula del más emblemático templo

Próximo en los bajos del centro eclesial nace la calle Honorato, rematada en uno de sus flancos por el Café Real, con mesas encasquetadas en plena vía, de donde se desprende un aroma, que, al menos hoy, casi se huele en el pararrayo de la iglesia, de estilo arquitectónico indefinible; aunque exhibe elementos del prebarroco, como aclarara el catedrático español Francisco Prat Puig, hombre de estatura breve y sapiencia infinita, a quien conocí en mis días universitarios.

Aquí seguimos, a unos 30 metros de altura, disfrutando, además, de un intranquilo viento del sur, que parece no sentirse en las afueras de la Casa de la Trova Miguel Companioni, adonde arriban ahora músicos —las guitarras dormidas sobre las espaldas los delatan—, prestos a armarle una parranda a esta, la cuarta villa cubana; a pesar de hay quienes aseguran lo contrario.

Me comentan que allá, al norte, señorea el Edificio 12 Plantas, que añora lucir y escuchar de nuevo su reloj digital y los acordes de Pensamiento, que sorprendieron a Fidel mientras sostenía una conversación de tú a tú con los espirituanos, venidos hasta de Sopimpa y Tayabacoa y congregados en la plaza de Los Olivos para los festejos centrales del 26 de julio de 1986.

Ni el fotorreportero Oscar Alfonso —mi lazarillo en esta escapada a las alturas— ni este servidor vivimos aquella tarde, no rociada por la llovizna, como la de hoy, que ha traído de regreso a su cobija a una paloma blanca; lo advertimos pues desde hace rato merodea la cúpula de la Parroquial Mayor, tomada ahora por unos intrusos.

 

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