Anatomía de un robo violento en Sancti Spíritus
El miércoles 13 de noviembre se deslizaba sin estridencias sobre Sancti Spíritus. A un costado de la Carretera Central, justo donde el Puente de Palo vigila la entrada del hotel Zaza, la tarde parecía suspendida: el sol aplastaba el asfalto, los motores surgían y desaparecían como ráfagas lejanas, y un silencio improbable se adueñaba de la escena. Ni un transeúnte a la vista, como si el paisaje hubiese decidido quedarse solo para lo que estaba por ocurrir.
Nada anunciaba que la normalidad iba a quebrarse. Hasta que un sonido —brusco, cortante, ajeno al ritmo habitual del tráfico— partió en dos la quietud. Ese instante mínimo —un golpe en el aire— fue el punto de partida de un caso policial que, con rapidez, revelaría una cadena delictiva con ramificaciones más allá de la provincia.
La víctima, un hombre de 57 años, trabajador por cuenta propia con licencia para transportar pasajeros, jamás comprendió cómo una jornada aparentemente ordinaria se transformó en agonía. Había viajado con un cliente que él mismo recogió horas antes: primero hasta el poblado de Alicante; luego, hasta Tuinucú para adquirir un medicamento. Todo indicaba un servicio rutinario. Hasta que llegó el pedido final:
—Llévame hasta la entrada del hotel Zaza, que necesito coger botella para Ciego de Ávila.
Ninguna señal de alerta. Nada que insinuara que, en ese punto, a la altura del hotel, el crimen ya estaba decidido.
El pasajero se incorporó sin aviso y lo golpeó con violencia en la nuca —un martillazo humano a traición—, con la moto todavía en movimiento. Ambos salieron disparados contra el pavimento. Aturdido, el conductor sintió entonces el verdadero infierno: una mano de hierro le apretó el cuello mientras lo amenazaban de muerte si gritaba, si intentaba moverse, si respiraba de más.
Rogó por su vida. Quizás ese ruego —la súplica cruda de quien siente la muerte cercana— contuvo al agresor de ir más lejos.
Minutos después, el atacante huyó en la moto Panther 125 CC (centímetros cúbicos) negra, propiedad del agredido. También se llevó una mochila con dinero, documentos legales y su teléfono móvil. El sol siguió brillando. La carretera continuó abierta. Pero en Sancti Spíritus ese mediodía dejó de ser uno más.
CUANDO EL MININT ENTRA EN ESCENA
El parte policial llegó poco después a la Unidad Provincial de Investigación Criminal de Sancti Spíritus y la urgencia quedó registrada.
“De inmediato, se conformó un equipo integrado por varias especialidades del Ministerio del Interior para el total esclarecimiento de los hechos”, declaró el teniente coronel Rolando Rodríguez Carmenate.
Las pistas condujeron rápidamente hacia Ciro Redondo, Ciego de Ávila, donde fue detenido el presunto autor del asalto. Tras su traslado a Sancti Spíritus, la víctima lo reconoció sin margen de dudas: era el mismo hombre que lo golpeó, lo inmovilizó por el cuello y lo dejó tirado en el asfalto.
Pero el caso apenas comenzaba. El robo de la moto no fue una acción aislada: formaba parte de una cadena delictiva perfectamente articulada: “Gracias a información anónima de la población, la efectividad investigativa y la cooperación entre varias especialidades del Minint, los cuatro implicados fueron detenidos”, aseguró Rodríguez Carmenate.
Las detenciones se sucedieron como piezas de dominó: primero, en el poblado avileño de Fallas, fue capturado el receptor de la moto robada, quien entregó a cambio una motorina de procedencia investigada; luego, en Chambas, cayó el hombre que desarmó la Panther en piezas y comercializó la Unidad en Camagüey y, finalmente, en Pina — también en Ciego de Ávila—, fue localizado el implicado que ocultó la motorina que le había sido entregada al autor del asalto.
LOS DETENIDOS Y LA CONFESIÓN
“Todos los implicados se encuentran confesos y se recuperó la moto sustraída en partes y piezas, queda solo pendiente de ocupar la Unidad en Camagüey, así como el teléfono celular de la víctima”, confirmó el teniente coronel Rodríguez Carmenate.
Nada de improvisación: hubo transporte del vehículo hacia otra provincia, intercambio por una motorina, despiece, comercialización fragmentada, camuflaje de bienes…; un circuito económico clandestino, frío y calculado.
De acuerdo con el Código Penal vigente, se abrió un proceso por robo con violencia e intimidación en las personas, una de las figuras delictivas de mayor severidad en Cuba.
PUDO SER PEOR
Más allá del esclarecimiento del caso, la verdad que estremece es otra: la víctima pudo haber muerto: “El agresor no solo golpeó a la víctima con la moto en movimiento, sino que, una vez en el suelo, lo apretó fuertemente por el cuello y lo amenazó de muerte si hacía algo o si denunciaba a la Policía”, explicó el oficial del Minint.
La línea entre un robo violento y un homicidio fue tan fina como el espacio que separa el aire de una tráquea comprimida.
EL REGRESO A LA RUTINA
El hombre de 57 años sobrevivió. Camina. Respira. Intenta volver a la carretera. Pero no es el mismo. Ahora duda ante un pasajero. Ahora conduce con un recuerdo en la garganta: el de unos dedos cerrándole el aire.
La escena del Puente de Palo no se ha ido; continúa ahí como un eco terco. Y mientras la justicia sigue su curso, otra herida colectiva vuelve a abrirse: el asesinato del profesor Santiago Diosdado Morgado Morgado en julio de 2022, también para robarle su motocicleta, sigue demasiado cerca en la memoria espirituana.
Que este nuevo episodio nos recuerde —como comunidad— la importancia de permanecer alertas, cuidarnos entre todos y defender la vida humana muy por encima de cualquier bien material; porque cada hecho violento deja una marca que no se olvida.
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