Julio Llanes y la refundación de Trinidad
Entre las novedades de la trigésima primera Feria Internacional del Libro de La Habana se encuentra la novela Los caminos del viento, del espirituano Julio Llanes. La obra, galardonada en el año 2020 con el Premio Alejo Carpentier, narra cómo Trinidad se transforma, en el siglo XIX, en una de las villas más importantes de Cuba, con el encanto, el esplendor, la fantasía y los misterios que la distinguen todavía en nuestros días. Como dice Lydia Cabrera en esta ficción, Trinidad «es el único lugar del mundo donde una nunca llega a saber si lo contado es un mito, una leyenda o una verdadera historia, si es que la verdad está en la historia».
Para tratar de descifrar esa «historia», Llanes escribe una especie de caleidoscopio, narración en la que se entrelazan dialógicamente diversas macrohistorias con las microhistorias de los subalternos, contraste en el que la sacarocracia azucarera insular se enfrenta de modos disímiles a sus esclavos o cimarrones y, sobre todo, a quienes abogaban por el separatismo y la independencia de Cuba. Tales acciones revelan cómo los poderosos fabricantes de azúcar erigen sus fortunas a costa del trabajo esclavo y de la trata negrera. Los Borrell Padrón, los Iznaga, los Bécquer, los Brunet, y otras renombradas familias, dejan las huellas de su paso por la urbe mediante la construcción de plazas, calles, monumentos, teatros y fastuosos palacetes, construcciones reconocidas a lo largo del tiempo con los referidos patronímicos. No es fortuito que la obra comience por mostrar la lujosa residencia y el banquete ofrecido en ella por el aristócrata don José Mariano Borrell y Padrón, con motivo de haber hecho la mejor zafra del año, incluso a nivel mundial.
No deja el texto poner al descubierto las contradicciones internas de estas familias, los hechos de cómo, a pesar de las duras hostilidades existentes, fue configurándose la realidad cubana que estallaría en 1868. Así, junto al pensamiento ultraconservador de los patriarcas, aparecen familiares cuyas posturas ideológicas son radicalmente opuestas a las de aquellos, como ocurre con José Aniceto Iznaga y Borrell, poeta y seguidor de las ideas de Simón Bolívar y de Félix Varela, por lo que debió vivir en permanente exilio. En tal sentido, uno de los instantes más emotivos de la historia se produce cuando José Aniceto asiste a una de las misas ofrecidas por el padre Varela en Estados Unidos.
La visión sobre los esclavos, cimarrones y libertos es conmovedora, el autor la simboliza en Ngongo (Carlos Ngongo), Caniquí, Domingo Criollo y Plácido. Se narra la presencia del poeta en su dual condición de bardo y artesano, y más tarde la muerte terrible que sufre a manos del colonialismo español.
Los caminos del viento invita a ver tras las distintas narraciones un propósito superior: la manera en que Trinidad alcanza la imagen, la atmósfera y los misterios que hoy por hoy hechizan a nacionales y foráneos. Quizás sea esta la razón de las múltiples recepciones que sugieren sus páginas (desde el carpentieranismo intertextual hasta el feminismo), y que estremecen a la joven protagonista, la cual, desde una perspectiva actual, visita el país de sus ancestros y a Trinidad, para tratar de comprender el porqué de la magia de la tierra que con tanto ardor le hablase Lydia Cabrera en Estados Unidos: «Yo no sé –nos dice– si realmente el viaje ha terminado o no. (…) Esta isla maravillosa sigue siendo un misterio, Lydia, una madeja inmensa donde no se ve la punta del hilo. Presiento que se necesitan muchas vidas para que las voces del viento soplen en la dirección deseada, o, al menos, para descifrar con nuestros propios ojos los senderos. Ojalá que podamos, como dice Rolando, seguir caminando los caminos del viento. (…) Ojalá».
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