Las flores de Esperancita (+ fotos)
Rosas, girasoles, bugambilias y azucenas adornan el día a día de Esperancita. La generosidad florece también en su jardín. Andar pausado, voz baja y una que otra sonrisa, sobre todo cuando sirve al prójimo.
“Yo siempre he sido así, trato bien a las personas. Todo el que viene aquí es porque lo necesita; casi siempre les trae el dolor por la pérdida de un ser querido. Entonces les ofrezco las flores que tengo, y me dicen: Lo que usted haga está bien, y se van muy complacidos”.
Esperancita nunca dice no.
“No tengo día ni noche para el descanso. Hasta enferma he venido aquí, debajo de agua, tempestades, a cualquier hora, porque me gusta ayudar a los demás en los momentos más difíciles”.
Esperanza Iznaga Palacios tiene bien ganados el cariño y la consideración de Trinidad. La sensibilidad innata se complementa en ella con la paciencia y creatividad que exige el oficio de florista.
Ella sabe lidiar con el dolor ajeno. Coronas, ramos y cojines salen a diario de sus sexagenarias manos.
“Mi vida, aquí hay fechas importantes en el año en las que este local se llena de personas. Por ejemplo, el 14 de febrero, los días de las madres y de los padres, el 8 de marzo, el 7 de diciembre —tributo a los caídos en misiones internacionalistas— y el 17, San Lázaro”.
Su profesión de florista le impone aclimatarse a diferentes momentos y circunstancias. La impronta de Esperancita está además en obsequios que se hacen a la pareja, a los amigos, en festividades, espectáculos, cumpleaños y casamientos; en esos encargos la felicidad se le nota a primera vista.
Graduada en 1982 del politécnico Ángel Montejo Lorenzo, en la especialidad de técnico medio en Agronomía, laboró por muchos años en la Empresa de Servicios Comunales como especialista de flores y plantas ornamentales. Fue responsable además de todos los jardines del municipio de Trinidad. Durante ese tiempo aprendió a vivir entre flores y personas que le ayudan a cultivarlas.
“Aquí yo tengo cinco trabajadores que me ayudan a cosechar las flores. Otros me injertan, me hacen las labores culturales, me buscan la materia prima, como la hoja de plátano, para confeccionar los marcos de coronas y cojines. Somos un grupo muy unido que hacemos de todo y nos queremos mucho”.
El jardín de Esperancita cura el cuerpo también. La pequeña familia que se teje a su alrededor, además del cultivo de las flores, se dedica a la siembra de plantas medicinales como albahaca, romero, limoncillo, tilo, sábila y otras.
Esperanza Iznaga, con 64 años a cuestas, regresó a la vida laboral. La cooperativa Frank País le abrió las puertas, le encomendó la vitalidad de su terreno y lo ha logrado, pero necesita más apoyo de quienes tienen la responsabilidad de mantener la fertilidad de ese pedazo de tierra.
Los recursos le han faltado, pero no se amilana. “Por suerte, el problema del agua está resuelto”, comenta oronda y de inmediato confirma:
“Tengo sembrados varios tipos de flores, entre ellas un campo de girasoles con 1 500 posturas y una parcela también grande de azucenas, pero estas últimas tienen su tiempo. Es una planta que produce más en julio y agosto; ahora hay pocas con espigas. Mi mayor satisfacción es verlas progresar”.
Del jardín de Esperancita germina gratitud: sus flores y su alma noble acompañan las alegrías y las tristezas.
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