La hora de La Demajagua

La hora de La Demajagua

El 10 de octubre de 1868, en el ingenio La Demajagua, Carlos Manuel de Céspedes cambió para siempre el curso de la historia nacional: en una acción que conjugaba ideales políticos y profundo sentido moral, proclamó la independencia de Cuba y liberó a sus esclavos, gesto de gran simbolismo con el que marcó el inicio de un conflicto bélico que pasaría a la posteridad como la Guerra de los Diez Años.

Aquel suceso fue la expresión plena de una personalidad forjada en el humanismo, el patriotismo y la convicción de que la libertad no admite condiciones.

Hombre ilustrado, formado en Derecho en España, conocedor de la filosofía liberal y del pensamiento moderno, Céspedes comprendía la necesidad de romper las cadenas coloniales que oprimían a Cuba. Sin embargo, lo que convierte a la acción del 10 de octubre en una prueba de carácter excepcional es la dimensión humana de su decisión: liberar a sus esclavos no era un requisito para iniciar la rebelión, pero sí una condición moral ineludible para él.

“Todos los hombres son iguales”, expresó al declarar su libertad. Ese acto rompía con el dominio español y con el sistema esclavista sobre el que se apoyaban las élites económicas criollas, muchas de las cuales también soñaban con independencia, pero no con justicia social.

La personalidad de Carlos Manuel de Céspedes no puede comprenderse sin destacar su valentía, que no fue solo física —como la que exige tomar las armas contra un imperio—, sino ética y política. En una época donde la esclavitud era aún una práctica aceptada y rentable, Céspedes eligió ponerse del lado de los oprimidos, incluso a costa de su fortuna personal y de gran parte del apoyo de sus contemporáneos.

Como abogado y estadista, desde el primer momento buscó dotar al movimiento independentista de una estructura política y de legitimidad. Apenas semanas después del alzamiento, impulsó la redacción de la Constitución de Guáimaro, que sentó las bases de un gobierno republicano en plena guerra. Aunque posteriormente surgirían tensiones entre su figura y el poder civil que se estableció, este gesto habla de su deseo de fundar una nación basada en leyes, no en caudillismos personales.

A lo largo de su presidencia como líder de la República en Armas, mostró capacidad de conciliación y apertura, aunque también fue criticado por decisiones autoritarias. No obstante, hasta sus detractores reconocieron la integridad con la que actuaba. Cuando fue depuesto en 1873 por la Cámara de Representantes, aceptó su destitución y se retiró, sin intentar provocar divisiones en las filas independentistas. Esa humildad también define su carácter.

El sacrificio personal de Céspedes alcanzó su máxima expresión con la muerte de su hijo Oscar, quien fue capturado por los españoles y ejecutado como represalia. Lejos de ceder ante el chantaje, el bayamés sostuvo que la Patria estaba por encima de todo, incluso del amor de padre. Este doloroso episodio cimentó aún más su leyenda como un hombre que estaba dispuesto a pagar cualquier precio por la libertad.

Fuentes: Cubadebate, Escambray, Instituto de Historia de Cuba

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