Barbados: una herida que no cicatriza
Para quienes nacieron en Cuba en los años 80, el crimen de Barbados no es solo un episodio del pasado: es una herida viva, tejida en la memoria colectiva desde la infancia. Muchos recuerdan, incluso antes de entender del todo su magnitud, las imágenes en blanco y negro del discurso de Fidel Castro en la Plaza de la Revolución, pronunciado con la voz quebrada por la indignación y el dolor al despedir a las 73 víctimas del atentado terrorista contra el vuelo 455 de Cubana de Aviación.
Ese avión, que regresaba de Caracas con el equipo juvenil de esgrima —recién coronado campeón del torneo Centroamericano y del Caribe—, explotó en el aire poco después de despegar de Barbados. A bordo viajaban 24 adolescentes, una niña de apenas nueve años, entrenadores, funcionarios, tripulantes y otros pasajeros. Todos perdieron la vida en lo que se convertiría en uno de los actos terroristas más atroces del siglo XX en América Latina.
Las imágenes de madres abrazando fotos de sus hijos, de esgrimistas adultos escoltando con dignidad los ataúdes de sus compañeros más jóvenes, se grabaron para siempre en la conciencia nacional. Y también aquella frase que Fidel pronunció frente a un pueblo en duelo: “Cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla”.
Años después, José María Uranga, padre de la floretista Nancy Uranga Romagoza, aún balbuceaba al hablar de su hija:
“Hoy, igual que el primer día, siempre la estoy recordando. Yo, la mujer… ¿Pero qué vamos a hacer? Veintipico o treinta años poniéndole flores…”
Su gesto, al recostarse lentamente en el asiento como buscando refugio en un vacío que no tiene fin, resume un dolor que no se apaga con el tiempo. Porque hay pérdidas que se vuelven eternas, que acompañan hasta el último aliento.
Haymel Espinosa, cuyo padre Miguel Espinosa Cabrera era copiloto del vuelo siniestrado, lo expresó con una crudeza conmovedora en el documental Explosión a bordo:
“Lo lloré más en la infancia, pero lo extrañé y lo necesité mucho más en la adultez. Lo quise conmigo el día que me casé. En la foto de boda estoy con mi madre, pero falta mi padre. Le puse flores en el lugar donde están las fotos de los mártires de Barbados. Se las dediqué a él…
Cuando te lo quitan así, tan de pronto, queda esa esperanza absurda de que regrese. A veces sueño que me lo encuentro, que ha sido un náufrago.”
Terrorismo con impunidad: la sombra de Estados Unidos
El atentado de Barbados no fue un acto aislado. Formó parte de una campaña sistemática de terrorismo organizada por grupos extremistas de la emigración cubana, muchos de ellos asentados en Estados Unidos y con vínculos comprobados con agencias de inteligencia estadounidenses.
Uno de los principales responsables intelectuales fue Orlando Bosch, fundador de la Coordinación de Organizaciones Revolucionarias Unidas (CORU), una alianza terrorista creada en junio de 1976 en Bonao, República Dominicana. Allí, representantes de distintas organizaciones anticastristas planificaron más de veinte acciones violentas, incluyendo el sabotaje a vuelos civiles, embajadas y representaciones diplomáticas de países que mantenían relaciones con Cuba.
El otro cerebro detrás del crimen fue Luis Posada Carriles, agente de la CIA desde 1963, quien ejecutó decenas de operaciones encubiertas y murió en Miami sin haber rendido cuentas por sus crímenes.
Aunque Bosch fue detenido en Venezuela en octubre de 1976 y permaneció once años en prisión, fue liberado en 1988. Al llegar a Estados Unidos, el Servicio de Inmigración lo declaró “excluible” por su historial terrorista. El dictamen del fiscal general adjunto Joe D. Whitley, fechado el 23 de enero de 1989, fue contundente:
“Bosch fundó y dirigió CORU, organización que asumió la responsabilidad de numerosas explosiones en Miami, Nueva York, Venezuela, Panamá, México y otros países. Existen pruebas de que los autores materiales del atentado contra el vuelo 455 estaban en contacto directo con él antes y después del hecho.”
El documento también señalaba que Bosch “abogaba por el asesinato de funcionarios de gobiernos extranjeros” y que “probablemente se involucraría en sabotaje, espionaje o acciones subversivas contra el interés nacional de EE.UU.”
Sin embargo, en una decisión que desafió tanto al Departamento de Justicia como al de Estado, el entonces presidente George H. W. Bush —quien había sido director de la CIA en 1976— lo indultó en 1990 y lo declaró públicamente “un hombre de bien”.
La CIA sabía… y calló
Los documentos desclasificados de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) confirman lo que durante décadas se denunció: la agencia tenía conocimiento anticipado del atentado y no hizo nada para evitarlo.
Ya el 22 de junio de 1976, cuatro meses antes de la tragedia, un informe clasificado advertía con precisión que “un grupo extremista liderado por Orlando Bosch planeaba colocar dos bombas en un vuelo de Cubana entre Panamá y La Habana”, específicamente en el vuelo 467 del 21 de junio. Aunque ese plan no se concretó, el modus operandi era idéntico al que se ejecutaría en octubre.
Peor aún: el 13 de octubre de 1976, apenas una semana después del crimen, otro documento de la CIA citaba declaraciones de Posada Carriles diciendo: “Vamos a atacar un avión cubano”, y añadía que “Orlando tiene los detalles”. La fuente era un exfuncionario venezolano considerado “habitualmente confiable”.
Copias de estas alertas fueron distribuidas al Departamento de Estado, al FBI, al Pentágono y a las fuerzas armadas… pero nunca se informó a Cuba. La CIA prefirió el silencio. El odio ideológico fue más fuerte que la obligación moral de salvar vidas.
Memoria y justicia pendiente
En Cuba, el 6 de octubre se conmemora oficialmente como el Día de las Víctimas del Terrorismo de Estado, en homenaje a las 73 personas asesinadas en Barbados —57 de ellas cubanas— y como denuncia permanente contra la impunidad que ha protegido a sus verdugos.
El monumento erigido en la isla caribeña, con los nombres de todas las víctimas grabados en piedra, es un recordatorio silencioso: el terrorismo no fue obra de “lobos solitarios”, sino de redes organizadas, financiadas y, en muchos casos, toleradas por gobiernos que eligieron la política sobre la humanidad.
Mientras los responsables murieron en libertad y los documentos siguen revelando complicidades, el pueblo cubano mantiene viva la memoria. Porque, como dijo Fidel aquel día de octubre, cuando un pueblo llora con dignidad, la injusticia tiembla… y la historia no olvida.
Con información de Cubadebate
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