Yen, un ayudante sui generis en la construcción del parque fotovoltaico de Cabaiguán (+Fotos)
El sol cae implacable sobre la tierra rojiza. En este paisaje espirituano donde la roca se niega a rendirse, avanza una obra que reconcilia lo épico con lo cotidiano; la motocarga abre su camino entre jirones de polvo y promesas de luz.
Al volante, Carlos Manuel Valdivia tensa los músculos bajo la camisa empapada de sudor. Cada movimiento del timón es cálculo puro porque también lleva entre sus manos el pulso de esta revolución energética.
A su lado, desafiando gravedad y calor, viaja Yen. El pitbull de seis meses sostiene la mirada en el horizonte como un vigía ancestral. El brillo de sus ojos, ámbar líquido que atrapa el sol, parece hacerles guiños a los paneles que aguardan por las últimas conexiones. Juntos, hombre y perro, son el corazón con latido doble del Parque Solar Fotovoltaico de Cabaiguán, una de las tres fortalezas energéticas (21.8 MW cada una) que emergen este año en la provincia para desafiar la oscuridad.
Detrás del gesto alegre de Carlos y la curiosidad de Yen late un sacrificio colectivo. Foto Yosdany Morejón.
AQUÍ SE VINO A GUAPEAR
Mientras los últimos paneles encuentran su lugar y los técnicos afinan la sincronización al Sistema Electroenergético Nacional (SEN), la motocarga de Carlos traza sus rutas sobre la tierra rebelde. Yen descansa su hocico en el asiento del copiloto, vigilante. Para la provincia, este parque, junto a sus hermanos de Taguasco y Jatibonico, significa un salto de unos 65 MW de energía limpia, un rayo tangible de esperanza hacia la ansiada soberanía energética.
Pero, más allá de los megavatios que pronto fluirán a la red nacional, perdurará la bella historia del joven motocarguero y su fiel compañero de cuatro patas. Dos seres unidos por el polvo, el ruido del motor y la rutina del esfuerzo. Ambos son un recordatorio de que, en las grandes obras que iluminan naciones, son a menudo los gestos pequeños los que verdaderamente electrizan el alma de un pueblo y le dan sentido a la lucha.
Al volante, Carlos Manuel Valdivia tensa los músculos bajo la camisa empapada de sudor. Foto Yosdany Morejón.
«Yo trabajaba de motocarguero en Almacenes Universales cuando me dijeron de venir para los parques solares, y entonces, sin siquiera pensarlo una vez, dije: Hay que dar el paso al frente. Imagínate tú, en la situación que está el país hay que guapear», relata Carlos y afinca sus manos curtidas por el timón.
A los 25 años, este joven conoce la madrugada que hiela los huesos. A las 6:00 a.m., cuando Sancti Spíritus aún bosteza entre sombras, ya él espera en la parada. Para las 7:45 a.m., cuando el sol empieza a afilar sus garras sobre el terreno, él está allí, enrojeciendo motores y preparándose para la batalla del día a día.
Su jornada rara vez claudica antes de las 6:00 p.m., incluso, lo ha sorprendido la noche entre contenedores, mientras Cuba duerme.
Toneladas de mesas metálicas que brillan como espejos ciegos, contenedores que gruñen al ser desplazados, paneles solares frágiles como alas de libélula; todo sobre un territorio de 32 hectáreas donde la roca, testaruda y ancestral, exige vencerla 16 380 veces: un ejército de pilarotes que debieron clavarse en Cabaiguán para sostener los sueños de la luz.
EL GUARDIÁN DE CUATRO PATAS
En el municipio de Cabaigúan ya trasciende la bella historia del joven motocarguero y su fiel compañero de cuatro patas. Foto Yosdany Morejón.
Yen se roba el show en el ajetreo. «Desde que siente el motocarga, empieza a ladrar y a chillar. Entonces hay que montarlo», explica Carlos, mientras sonríe. No es su dueño —pertenece a José, quien labora como almacenero en el parque solar que también se edifica en el municipio de Taguasco, el cual debe quedar inaugurado para finales del próximo mes—, pero el vínculo es innegable.
El animal viaja erguido junto a Carlos y observa el ballet de grúas y obreros. «Se queda sentadito al lado mío. Es un pitbull, pero jamás le ha ladrado a nadie como no se apara jugar o pedir comida», bromea.
Su fama creció tras una travesura: «Se comió la bola del timón. ¡Es un loco!», cuenta. El episodio, lejos de molestar, lo convirtió en leyenda.
Rolando Conde, almacenero del parque de Cabaiguán, recuerda cuando Carlos faltó: «Yen se subió a la motocarga y se sentó en el asiento del conductor. No se movió hasta que el chofer regresó al día siguiente». En jornadas de 12 horas bajo el sol, donde máquinas y brigadas de múltiples provincias luchan contra el tiempo, Yen ofrece alivio. «Todo el mundo le da de comer, juega con los trabajadores… Es un apoyo», comenta Rolando.
EL PRECIO DE LA LUZ: SACRIFICIO Y SOLIDARIDAD
El parque solar de Cabaigúan deberá sincronizar al SEN antes de que finalice el mes de julio. Foto Yosdany Morejón.
Detrás del gesto alegre de Carlos y la curiosidad de Yen late un sacrificio colectivo. Cientos de trabajadores —constructores, electricistas, soldadores— laboran sin descanso, aunque ya el parque está a punto de sincronizar. Las lluvias retrasan el trabajo, pero no la determinación: “Trabajamos fuerte porque el país lo necesita y creo que el perro también lo sabe porque me ladra a toda hora como pidiéndome que no pare”, confiesa.
Para Carlos, los días son tensos: «Llego tarde a casa, donde está mi familia. Ellos entienden la importancia de lo que hacemos aquí, pero no te puedo mentir, es un gran sacrificio porque no tienes tiempo para resolver los problemas del hogar».
Aun así, una hermandad nace entre cubanos de distintas provincias. «He conocido amigos de otras regiones. Aquí también se forma una familia», dice.
CUANDO LA LUZ LLEVA COLLAR
Desde que siente el motocarga, Yen empieza a ladrar y a chillar. Foto Yosdany Morejón.
Detrás de los 42 588 paneles instalados emerge una rutina que define el espíritu de Cabaiguán: al terminar cada jornada, los trabajadores dejan a Yen con agua fría (la única que acepta) y su cena en un plato de acero. El pitbull, entonces, cambia de actitud. De compañero juguetón pasa a guardián nocturno: patrulla el área, alerta ante ruidos extraños y protege la obra hasta el amanecer.
Su recompensa llega con las primeras luces, cuando espera impaciente el regreso de Carlos. «Aquí muchos me dicen que José es su dueño legal —repite—, pero este perro me eligió a mí. Me sigue como si fuera yo quien lo adoptó y estoy seguro de que me quiere más que al dueño» (ríe).
Esta lealtad espontánea sintetiza lo que las cifras no capturan. El parque solar es un triunfo técnico, pero su verdadero legado está en los empeños invisibles: los electricistas que tendieron 240 kilómetros de cable con precisión quirúrgica, los constructores que laboraron 14 horas diarias bajo sol implacable y un perro que vigila equipos valorados en millones de pesos mientras duerme sobre tierra caliente.
Cuando los primeros megavatios fluyan a la red nacional para aliviar los apagones en Cuba, dos imágenes persistirán: el timón de la motocarga con marcas de dientes y el ritual cotidiano de los obreros llenando el cuenco de agua fresca para su vigilante de cuatro patas. Porque en esta hazaña colectiva los gestos simples fueron tan vitales como la tecnología china.
Carlos lo resume con pragmatismo: «Cuando terminemos aquí seguimos para el parque solar de Taguasco», lo cual representa un paso significativo en el impulso de las fuentes renovables de energía en Cuba. Luego, aclara que, en Cabaiguán, esta determinación también se mide en perros que custodian paneles de noche y hombres que guapean de día.
«Esto va para toda la vida», dice mirando el horizonte donde ya brillan las celdas fotovoltaicas. Encima del montacargas y en su asiento preferido, Yen mueve la cola. La construcción de parques solares, al menos aquí, tiene nombres, apellidos… y ladridos.
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