19 de mayo de 1895: El día que murió «el alma de la revolución»
Cuando cayó mortalmente herido en los montes del Oriente profundo, José Martí dejó huérfana a la revolución que recién comenzaba. El 19 de mayo de 1985 marcaría no solo un punto de inflexión en la Guerra Necesaria contra el colonialismo español, sino también el inicio del mito de un mártir que encarnó los más altos ideales de libertad, justicia y dignidad para la isla.
Aquella mañana, la contienda había comenzado a tomar un ritmo más definido. Martí, delegado del Partido Revolucionario Cubano y líder político del movimiento independentista, se encontraba en la zona de Dos Ríos. Lo acompañaba Máximo Gómez, con quien había llegado a Cuba el 11 de abril por Playitas de Cajobabo.
Ambos llevaban poco más de un mes reorganizando las fuerzas y tratando de consolidar un mando único sobre las distintas partidas mambisas que ya combatían desde febrero, cuando se había dado el grito de independencia.
El día anterior, el 18 de mayo, Martí había escrito una de sus últimas cartas, dirigida a su amigo mexicano Manuel Mercado. En ella resumía con una carga emocional profunda su concepción sobre la guerra y su papel dentro de ella.
“Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber”, escribió en una misiva que, considerada su testamento político, tuvo también una visión premonitoria: tenía la conciencia clara de que su lucha podía costarle la vida en cualquier momento; lo que no sabía es que este fatídico momento acontecería apenas unas horas después.
El 19, durante un reconocimiento del terreno y una escaramuza con fuerzas españolas dirigidas por el coronel José Ximénez de Sandoval, Martí insistió en avanzar junto a Gómez y el también general Bartolomé Masó.
Aunque se trataba de una zona peligrosa, con tropas enemigas cerca y poca cobertura, Martí, con su conocida voluntad de asumir riesgos y su deseo de participar en todos los aspectos de la campaña, pidió entrar en combate. Gómez, de mayor experiencia militar, le advirtió del peligro. “No es tiempo de exponerse así. Usted es el alma de la revolución”, le dijo el Generalísimo, según cuentan los cronistas de la época.
Pero Martí montó su caballo Baconao, vistiendo un traje oscuro que lo destacaba en el monte, y cabalgó hacia la línea enemiga. Fue entonces cuando recibió múltiples impactos de bala. Cayó del caballo y su cuerpo quedó tendido en tierra de nadie, entre las líneas cubana y española. El ejército peninsular se apropió del cadáver, lo identificó y le rindió honores militares, lo cual muestra el respeto que incluso sus adversarios sentían por él.
La noticia de su muerte se propagó lentamente por la isla. La conmoción fue inmediata entre los mambises. Gómez escribió en su Diario de Campaña: “¡Murió el alma del levantamiento! ¡Se ha perdido lo mejor de nuestra causa!”.
Sin embargo, la muerte de Martí no detuvo el movimiento independentista. Por el contrario, muchos historiadores coinciden en que su caída en combate dotó al movimiento de un nuevo símbolo, un mártir que representaba la unidad, el sacrificio y la idea de una Cuba libre y soberana.
Hoy, el 19 de mayo es recordado en Cuba y entre los cubanos del mundo como el día en que cayó el Apóstol. Su figura ha sido interpretada, reinterpretada y utilizada por distintas corrientes políticas a lo largo del siglo XX y XXI, pero más allá de estas apropiaciones, permanece el hecho histórico de un hombre que dio su vida por un sueño que no vería cumplido, pero que ayudó a sembrar con una convicción inquebrantable.
Fuentes: Web del Centro de Estudios Martianos, La Jiribilla, Cubadebate, periódico Escambray
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