Una confusión

Una confusión

—Mi muy querido Arnaldo, ¿te acuerdas de Enrique Arredondo?

Le di el pie forzado para la décima:

—¡Claro, mi hermano! Ese hombre hizo época con sus personajes: Bernabé, Cheo Malanga, el doctor Chaaaa…potín…

—Pues me alegra que te acuerdes de Arredondo, porque esta vez te contaré de una confusión.

—A ver si es como aquella que contaba Arredondo —complacido, Arnaldo se dispone a contar—, cuando iba a dar una función en el teatro de un pueblo y para eso le dio una lista de artículos a un carretonero para que los consiguiera por ahí. Cuando el carretonero regresó, faltaba un buró que necesitaban para la escenografía. Y dijo: “Mire, yo conseguí todo, menos el burro. El burro no lo encontré por ninguna parte.” Arredondo le respondió muy molesto: “¿Cuál burro? Aquí dice buró, BURÓ, con acento en la O. ¿No lo ve?” Y el carretonero: “Sí, yo lo vi y pensé que era el rabo del burro, para que yo no me equivocara…”

—¡Sí… recuerdo el cuento!

—Entonces, Gaspar, ¿esa confusión es como esa del burro?

—A ver qué me dices cuando te cuente el cuento que cuenta Ricardo Reverón Rojas en su excelente libro El Ungüento de la Magdalena.

Ahora, mi turno para contar…

—Resulta, mi muy estimado Arnaldo, que un tal Perucho, hace tiempo, quería curarse del reuma.

—Por cierto, Gaspar —valiosa interrupción, vean—: esa palabra reuma se usaba mucho entonces para identificar lo que ahora, mayormente, conocemos como artritis. Yo no oigo ya a los médicos emplear esa palabra reuma.

—Tiene usted toda la razón, amigo Arnaldo. Pero, bueno, el caso es que este Perucho quería quitarse el reuma de arriba. Y un amigo le sugirió una cura.

—¿Cura a base de qué, si se puede saber?

—Con agua salada caliente para el baño.

— Bien, agua salada caliente para el baño… ¿Pero entonces? ¿Dónde está la confusión de la que íbamos a hablar?

—¿Qué dónde está la confusión? En que el pobre Perucho oyó agua salada y pensó enseguida: agua de mar.

—¡¿Pero cómo agua de mar?! Si el agua de mar tiene hasta eso que llamamos aguamala…

—Pero eso fue lo que entendió el pobre Perucho. Y eso no fue lo peor.

—¿Qué fue lo peor, Gaspar, con el pobre Perucho?

—Que su pueblo está muy lejos del mar. Se fue en botella hasta Caibarién, con un bidón de cinco galones, llegó a la costa, lo llenó y, de regreso, otra vez, en botella hasta el pueblo. Resultado: no le quedó otro remedio a Perucho que viajar a La Habana para verse con un dermatólogo. El remedio fue peor que la enfermedad. Con dos botellas y su bidón.

“…Amigos, suficiente por hoy”.

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Lo que por ahí se cuenta

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