La supuesta actriz
—A ver, a ver, a ver… —me dice Arnaldo, mi gran amigo, cuando le digo que hablaremos de una actriz que no lo era—: Si no recuerdo mal, la última vez que conversamos me hablaste de alguien que parecía un imitador de Chicharito, aquel personaje de negrito que hacía Alberto Garrido.
—Anjá… Eso fue lo que conté la última vez —claro que lo recuerdo.
—Entonces, no me vayas a decir entonces que el tema de hoy tiene que ver con otra imitadora.
—Como dicen los muchachos… Estás tibio, tibio…
—Mira, mejor te dejo que hagas la historia… —mi amigo es la sagacidad hecha persona.
—Eso haré enseguida. Vuelvo al libro titulado “El ungüento de la Magdalena”, escrito por Ricardo Riverón Rojas.
—¿Es otra cura, entonces?
—¡Otra cura, de las que se conocen hasta de oídas! Resulta que, en un colegio de la ciudad de Santa Clara, hace muchos años, había una estudiante con un padecimiento muy común entre los jóvenes.
—Te refieres al acné juvenil, ¿no?
El lanzador viene con recta al medio. Yo, en tres y uno, aprovecho y…
—¡Qué buena memoria tienes! ¡¿Tú te acuerdas de cuando tuviste acné juvenil?!
Arnaldo ríe, sorprendido entre bases, en el rundown.
—Pues, sí —prosigo—: precisamente, aquella joven tenía ese molestísimo padecimiento. Imagínate: en la edad en que se empieza a presumir y comienza la evolución de niño o niña a joven, tener las marcas en el rostro del acné juvenil puede traer consecuencias a veces muy, muy difíciles.
—Te lo creo, desde luego. Bueno, Gaspar, ¿y qué pasó con esa joven de Santa Clara? Tú hablabas de una supuesta actriz. ¿Ella se dedicaba al teatro por alguna casualidad?
—Oye la historia que contóme un día… etcétera, etcétera…: A aquella muchachita le aquejaba el acné juvenil de modo tal que su rostro estaba marcado por baches y granos a más no poder.
—¿Y entonces?
—Un amigo de ella se la encuentra en la calle con una máscara de color oscuro en toda la cara. Cuando la vio, su amigo enseguida llegó hasta ella y la felicitó.
—¡¿Felicitarla?! ¡¿Por qué?!
—Sencillamente por haberse convertido en actriz.
—¡Acabáramos! —Arnaldo cae mansito en la trampa…
—El caso es que a la joven le habían dicho que se echara fango medicinal en la cara todos los días. Y la pobrecita, desesperada por zafarse del acné, se echaba ese fango ¡tres veces al día! Aquel amigo contaba que era tanto el fango que se echaba la joven que, si un carro le rodaba por encima, ¡el carro se atascaba!
“…Amigos, suficiente por hoy”.