Jorgito y las tres batallas en el reino de los pulmones (+Fotos, audio y video)
El viento frío soplaba suavemente por las ventanas del Hospital Pediátrico Provincial José Martí Pérez, de Sancti Spíritus. En la quietud de la madrugada, las paredes de la Unidad de Terapia Intensiva susurraban historias de lucha y resistencia, mientras la vida de Jorge Luis Rodríguez Calero pendía de un hilo como una hoja arrastrada por la tormenta. Eran los últimos días de noviembre de 2024.
Jorgito, un niño de apenas 18 meses, traía consigo, desde el municipio de Jatibonico, el peso de un diagnóstico que había enmudecido a su familia: neumonía grave, complicada con derrame pleural.
Desde la primera radiografía el panorama se presagiaba sombrío para el niño. Foto cortesía del pediátrico espirituano.
Desde la primera radiografía el panorama resultó sombrío. Su ingreso directo a la terapia intensiva encendió las alarmas. “Era un cuadro febril de 10 días con manifestaciones respiratorias severas”, recuerda Joan Manuel Varela Rodríguez, especialista de primer grado en Cirugía Pediátrica, quien lideró la cruzada contra la enfermedad.
La noche de su ingreso, el equipo médico se debatía entre la espera prudente o una intervención inmediata. Con el paso de los días, la decisión fue inapelable: una pleurostomía para drenar el líquido acumulado en el tórax. Su pulmón derecho se hallaba preso de un derrame pleural que no cedía y, luego, de un neumotórax.
La extracción de 200 mililitros de fluido purulento no fue suficiente. El enemigo, invisible pero voraz, se replicaba en el pulmón izquierdo. Un nuevo derrame pleural, esta vez de gran cuantía, reclamó otra pleurostomía.
A cada procedimiento, el equipo de cirujanos, intensivistas y neumólogos calibraba con exactitud sus próximos movimientos. Las horas se estiraban y Jorgito resistía, pero su cuerpo se hundía en un mar de dificultades. “Sabíamos que, si el neumotórax persistía más de siete días, la solución sería quirúrgica. En este caso, agotamos cada opción antes de abrir nuevamente su pequeño tórax”, explica el doctor Varela.
Las horas transcurrían al ritmo de los monitores y la respiración asistida. A pesar de los drenajes, el pulmón derecho se negaba a inflarse. El diagnóstico adquirió un nuevo rostro: piotórax; la infección había encapsulado el pulmón derecho, lo aprisionaba en una cárcel de fibrinas. “Se había convertido en un prisionero de su propia pleura”, cuenta el cirujano.
Luego la situación se tornó aún más complicada. El neumotórax persistente se convirtió en una sombra que amenazaba con truncar cualquier posibilidad de recuperación.
Las tres intervenciones quirúrgicas a las que fue sometido Jorgito fueron en extremo complejas. Foto cortesía del Hospital Pediátrico de Sancti Spíritus.
TRES BATALLAS EN EL QUIRÓFANO
En la aguda emergencia que representó la llegada de Jorgito al hospital, la joven doctora Elizabet García Gallo, especialista en Pediatría y diplomante en Terapia Intensiva Pediátrica, relató la magnitud de aquel caso: “El niño desarrolló una insuficiencia respiratoria aguda que nos obligó a iniciar la ventilación mecánica, y pronto se complicó con un neumotórax persistente”, puntualiza.
En una de las reuniones multidisciplinarias se analizó la posibilidad, incluso, de realizar una lobectomía —la extracción de un lóbulo del pulmón derecho— como medida extrema ante la persistencia del neumotórax.
Así llegó el 23 de diciembre y, con él, la primera intervención quirúrgica. El bisturí reveló un pulmón encapsulado, prisionero de una pleura engrosada por la infección. “Lo liberamos, lo limpiamos de fibrinas y lo ayudamos a expandirse”, detalla Joan Manuel Varela Rodríguez. Pero el combate no había terminado.
La segunda operación, el 29 de diciembre, reafirmó que el pulmón poseía una estructura saludable, pero carecía de fuerza para expandirse. “Era como si el pulmón temiera respirar”, reflexiona el cirujano. La incertidumbre, esa sombra que amenaza aún al más experimentado, se hizo dueña del quirófano.
El 30 de diciembre, la decisión fue radical: una tercera operación. La expectativa de hallar un pulmón perforado se esfumó en cuanto el equipo abrió el tórax de Jorgito. “Todo estaba en su sitio, sin fístulas, sin necrosis. No entendíamos por qué no lograba expandirse”, confiesa Varela Rodríguez.
Por su parte, la doctora Elizabet remarca la importancia del consenso y el trabajo en equipo: “En la tercera reintervención, tras intensas discusiones entre especialistas de Terapia Intensiva, Neumología, Imagenología y Cirugía, optamos por una toracotomía derecha con escarificación, para evitar así la lobectomía”.
Sus palabras evidencian el valor de la colaboración en el manejo de situaciones críticas.
Fue entonces cuando la medicina y la intuición se encontraron en un mismo latido: el pulmón de Jorgito no necesitaba más bisturí, sino tiempo. “Prolongamos la ventilación asistida por tres días más y dejamos que su cuerpo tomara el control”, relata el cirujano. Y fue así como, poco a poco, el milagro se obró.
Finalmente, la emoción tomó por asalto a familiares y especialistas: “Salvar la vida de un niño es una mezcla indescriptible de alegría y asombro. Cada pequeño avance, cada día en que se supera una crisis es una victoria que nos llena de gratitud y reafirma que el trabajo colectivo puede inclinar la balanza, incluso en las circunstancias más adversas”, agrega Elizabet.
EL SUSPIRO DE LA ESPERANZA
Entre ese torbellino de intervenciones y estrategias, la doctora Miriam González Oliva —especialista de segundo grado y profesora consultante—se convirtió en una voz de experiencia y sensibilidad que marcó un antes y un después en la lucha contra la adversidad.
Con el rostro sereno, pero lleno de determinación, la doctora explica que “lo que hace extraordinario este caso es que se trata de un paciente que precisó de reiteradas intervenciones para salir adelante. Intensivistas, pediatras, neumólogos, radiólogos, cirujanos y anestesistas trabajaron al unísono, impulsados por la convicción de salvar cada aliento”.
El 30 de diciembre se consagró como una jornada decisiva: “Ese día lo recordamos como el último del año y no el 31, porque, a pesar de la inminente posibilidad de retirar parte del pulmón, tomamos la determinación de luchar con el máximo compromiso, sabiendo que era la mejor opción para preservar la vida del niño”, afirma.
El relato de la doctora se adentra en el proceso mismo del quirófano, donde se prepararon meticulosamente todos los recursos: “Después de obtener el consentimiento familiar, se incorporó un cirujano de tórax y un segundo anestesista. En el salón de operaciones se realizó una exhaustiva revisión de la cavidad y del pulmón y, tras varios lavados, se constató que la decisión más sabia era no llevarse el pulmón”, comentó.
Así el niño emergió del quirófano en condiciones aceptables, confirmando que el enfoque menos agresivo había sido el camino correcto.
Para la doctora Oliva cada decisión estaba impregnada del inquebrantable espíritu del trabajo en equipo. “Como médico, mi función era aportar experiencia, alentar y, sobre todo, observar cada maniobra con la certeza de que abrir el abrir el tórax de un niño es abrir el corazón mismo de la vida y se tiembla de emoción, se tiembla ante lo que puede suceder”, añade.
¿Cuántos años lleva consagrada a la Pediatría?
“Llevo 48 años y cada vez que salvamos la vida de un niño siento que he vivido toda mi existencia en ese instante. No es fácil explicar esa emoción; es la mezcla de la satisfacción de haber salvado una vida y el profundo peso de la responsabilidad.
“El momento en que se les comunica a los familiares que no fue necesario retirar el pulmón es, en sí, una victoria. Sin embargo, el niño salió del quirófano aún con riesgos, y la estrategia pasó a ser esperar, ajustando los procedimientos para que fueran menos agresivos, pues el pequeño fue ventilado tras intervenciones previas.
“No es el primer caso que enfrentamos de esta magnitud y hemos tratado a otros niños con neumonías complicadas, en ocasiones realizando solo una limpieza de la cavidad torácica, sin necesidad de retirar parte del pulmón. Pero aquí la agresividad del germen, el estado inmunológico y otros factores de riesgo —como la desnutrición o la presencia de malformaciones— marcaron la diferencia”.
“Las patologías respiratorias infecciosas agudas están entre las principales causas de morbilidad en el mundo y, aunque muchos niños resuelven la neumonía de forma menos drástica, en este caso la situación exigió medidas extremas”, expresa la doctora Miriam González Oliva.
Hoy, al ver a Jorgito en casa y en proceso de recuperación, las palabras de la doctora Oliva resuenan con una fuerza que trasciende lo médico: una mezcla de satisfacción, responsabilidad y esperanza que ilumina el sendero de aquellos que, día a día, luchan para salvar lo más sagrado de las sociedades: los niños.
El niño espirituano Jorge Luis Rodríguez Calero volvió a la vida luego de una neumonía grave tratada en el Hospital Pediátrico Provincial José Martí. Foto cortesía de la familia.
EL VALOR DE UNA SONRISA
“Jorgito vivió momentos muy difíciles en la Unidad de Cuidados Intensivos Progresivos del Hospital Pediátrico de Sancti Spíritus, afirma el doctor Frank Felipe Martín, especialista en segundo grado en Pediatría y jefe del referido servicio”.
Durante ese fin de año, la tensión en la unidad era palpable; noches enteras se consumían en maniobras desesperadas, como aquel día en que, a altas horas de la noche, tuvieron que realizar un abordaje de emergencia para canalizar una vena durante una situación crítica de inestabilidad.
La lucha no se detuvo allí. Entre infecciones y ajustes continuos en la administración de antibióticos, el estado del niño osciló peligrosamente.
“El proceso de recuperación fue arduo y se extendió durante 46 días en la Unidad de Cuidados Intensivos, seguidos de un período en sala convencional para su recuperación nutricional y respiratoria. Cada día era un reto coordinado entre varios especialistas y un equipo de enfermería excepcional que vigilaba y ajustaba cada detalle para garantizar que este niño no solo sobreviviera, sino que lo hiciera con calidad de vida”, señala.
Actualmente, el pequeño se muestra con una sonrisa que refleja la victoria de una lucha ganada a pulso, un testimonio del esfuerzo colectivo y del compromiso inquebrantable del equipo médico: “Verlo respirar espontáneamente y sonreír es la mayor recompensa a la que podemos aspirar”, concluye el doctor Martín.
El momento en que se les comunica a los familiares que no fue necesario retirar el pulmón es, en sí, una victoria. Foto cortesía de la familia.
UN CANTO A LA GRATITUD
La angustia de Letty Laura Calero Carrazana, madre de, Jorgito, su papá Jorge Luis Rodríguez García y su abuela materna Yarabel Carrazana Hernández, se funde en un relato de desesperación, en el que cada latido se convirtió en un grito por la salvación de un ser amado.
Durante aquellos días de incertidumbre, cuando el destino parecía pender de un hilo, la familia vivió en un torbellino de angustia con el alma en vilo y la mirada clavada en cada intervención médica, mientras esperaban una respuesta que pudiera devolver la salud del infante.
Las lágrimas derramadas por Letty, Jorge Luis y Yarabel no solo reflejaban el sufrimiento, sino también la fe inquebrantable en la posibilidad de un renacer. Ellos vieron en la destreza del equipo médico, en su valentía y en su compromiso inquebrantable la salvación del niño y, en cada éxito quirúrgico, se esculpió un mensaje de humanidad que resonó en el alma de la familia.
“Nuestro agradecimiento eterno a la Medicina cubana y a todos los que de una forma u otra hicieron posible que hoy nuestro pequeño esté vivo. Incluso le tenemos que agradecer a los custodios del hospital que cada día estaban pendientes de su evolución”, expresa Yarabel.
En el eco de cada consulta posoperatoria y en cada sonrisa tímida de recuperación se preserva el testimonio de ese enfrentamiento titánico contra la adversidad. En la memoria colectiva de la familia, en el palpitar de un nuevo día y en el compromiso de un equipo médico que no ceja en su misión se escribe una historia de superación donde el dolor se convirtió en un tributo a la esperanza.
Hoy, Jorgito respira. Su pecho se infla sin cadenas, su risa desmiente la tragedia que lo acechó. En cada inhalación hay una victoria; en cada exhalación, un susurro de gratitud. La ciencia hizo su parte; la vida, la suya.
Conozca más sobre la historia de este niño en el siguiente video: