Con Camilo siempre presente
Es difícil imaginar la historia de Cuba sin el nombre de Camilo. Los libros lo describen como un niño muy travieso, un joven larguirucho y flaco, risueño, de carácter jovial y con un afán de justicia.
Luego, ya como adulto, era leal, de voz enérgica, con espesa barba y larga cabellera, y su distintivo sombrero dibujaba su inconfundible apariencia. Héroe de mil batallas, hombre de la sonrisa amplia, amigo del Che e incondicional devoto de Fidel.
Un manojo de epítetos resguardan sus espaldas, cuánto valor en una misma estampa.
Los niños aún le cantan, los jóvenes lo siguen y un pueblo entero lo acompaña. Sea febrero u octubre, sus hazañas siguen siendo legendarias. Camilo no se perdió, ningún avión será tan fuerte para evitar que lo adoremos.
Cienfuegos ilumina su travesía de gloria, montones de caminos visten de verde olivo para homenajear a quien la dignidad nombra el Señor de la Vanguardia.
En la tierra de Yaguajay quedaron grabados los pasos de aquel gigante. Y dada mi admiración, he querido eternizarlo. Por eso, hace ya veinticuatro años, tengo un Camilo en casa.
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