Los espirituanos que conocieron a Martí
No pisó nunca tierra espirituana, pero José Martí fue capaz de calar como pocos la muy particular idiosincrasia de por estos lares. Amigo íntimo de Serafín Sánchez y conocedor del talento y la hidalguía de otros notables hijos de esta tierra, el más cubano de todos los cubanos se apoyó en el hombro de varios yayaberos que le ayudaron a sobrellevar las penurias del exilio y de la preparación de la Guerra Necesaria.
El primer encuentro de Martí con un espirituano ocurrió en los albores de su incorporación a la lucha por la independencia, al ingresar, todavía adolescente, en la cárcel. Se trataba de Don Nicolás del Castillo y Díaz, a quien el Apóstol inmortalizó en un capítulo terrible del opúsculo El Presidio Político en Cuba, en el que describió las vejaciones inimaginables a las que era sometido aquel anciano venerable.
A otro espirituano conoció el Apóstol durante las labores preparatorias de la Guerra Chiquita. Recién llegado a Nueva York tras escapar de su segundo destierro a España, entró en contacto con el joven Alejandro Rodríguez Velazco (Sancti Spíritus, 1852-La Habana, 1915), veterano del 68, quien terminaría la Guerra de Independencia con los grados de General de División y sería el primer alcalde electo por votación popular en La Habana republicana. En 1880, Alejandro colaboraba con el Mayor General Calixto García en los preparativos de la Guerra Chiquita y en esas gestiones hizo amistad con Martí. Fracasada la nueva gesta, ambos jóvenes, casi contemporáneos, coincidieron en Nueva York.
Por la profundidad alcanzada, no hay lugar a dudas en cuanto a la trascendencia de los vínculos entre Martí y el gran paladín espirituano, el general de las tres guerras, Serafín Sánchez Valdivia (Sancti Spíritus, 1846-Paso de Las Damas, 1896). Desde junio de 1891, en que Serafín llegó a Nueva York y se presentó ante Martí, este le brindó toda su confianza. Entre 1891 y 1895, el Apóstol envió más de 100 cartas, telegramas y cables a Serafín, el segundo hombre a quien más escribió, solo superado por su amigo mexicano Manuel Mercado.
Otro espirituano ligado directamente a Martí fue el héroe de El Jíbaro, el prócer Néstor Leonelo Carbonell Figueroa (Sancti Spíritus, 1846-La Habana, 1923), iniciador de la Guerra de los Diez Años en el territorio del actual municipio La Sierpe. En la etapa de la Tregua Fecunda fue Néstor Leonelo una figura distinguida de la Revolución en la Florida y de él partió la iniciativa de invitar a Martí para que visitara Tampa. Tras aquel viaje histórico en el que el Apóstol pronunció discursos trascendentales como Con todos y para el bien de todos y Los Pinos Nuevos, Néstor Leonelo lo secundó en su proyecto revolucionario y fue uno de sus colaboradores en los preparativos de la Guerra Necesaria.
Una de las páginas más hermosas de las relaciones de Martí con hijos de Sancti Spíritus la encontramos en su vinculación con el primogénito de Máximo Gómez, el joven Francisco Gómez Toro (La Reforma, Sancti Spíritus, 1876-Punta Brava, 1896). Los primeros peldaños de aquella relación se erigieron durante la estancia del Apóstol en Montecristi y luego, entre abril y julio de 1894, cuando Panchito acompañara a Martí en un periplo por las emigraciones de los Estados Unidos y la Cuenca del Caribe.
La profunda amistad entre el Apóstol y el general Serafín Sánchez Valdivia es bien conocida, pero pocos saben de la simpatía que sintió Martí hacia otros miembros de la familia, como el también general Raimundo Sánchez Valdivia (Arroyo Blanco, Sancti Spíritus, 1865-La Habana, 1928) y Josefa Pina Marín, la Pepa (Arroyo Blanco, 1857-1930), esposa y colaboradora de Serafín.
El primer contacto entre Martí y Raimundo tuvo lugar en Cayo Hueso, en noviembre de 1892, al coincidir la llegada al exilio del joven espirituano, estudiante de medicina, con el arribo de Martí a esa localidad. Pronto el Delegado escogió a Raimundo como amanuense, para redactarle las cartas secretas que enviaría a los conspiradores en la isla. Posteriormente Martí le asignó otras tareas más complicadas e importantes, entre ellas varias misiones a Cuba.
Sobre el vínculo de Martí con Pepa Pina es de destacar que no se trata solo de la relación amistosa y cordial con la esposa de un amigo íntimo, sino que la inteligencia y el valor de la espirituana fueron reconocidos y admirados por el Apóstol en varias oportunidades.
En 1893, durante su peregrinaje por las emigraciones revolucionarias de la Cuenca del Caribe, Martí conoció al viejo conspirador espirituano Manuel Coroalles Pina (1836-1906), establecido desde años atrás en Panamá, donde fue nombrado Agente Especial de la Revolución. Al llegar Martí al istmo fue atendido por Coroalles, quien compartió con él su mesa y lo presentó a la comunidad de emigrados.
La vinculación de Martí con revolucionarios espirituanos exiliados se amplió al llegar a República Dominicana, en febrero de 1895, en vísperas de su incorporación a la manigua. En esas circunstancias, el Apóstol conoció al joven César Salas Zamora (Sancti Spíritus, 1868-Bolondrón, Matanzas, 1897), hijo del doctor Indalecio Salas, patriota del 68, y amigo íntimo de Panchito Gómez Toro, ansioso como él de poder participar en la Guerra Necesaria.
Llegada la hora de partir hacia Cuba, César fue escogido por Martí y Gómez para formar parte del grupo de cuatro compañeros, de entera confianza, que los acompañaría a Cuba. Ya a punto de zarpar, Martí y Gómez dieron otra prueba de su confianza en el joven Salas, al confiarle los fondos que llevarían consigo para costear el viaje y comprar suministros en Cuba.
Con esa responsabilidad adicional el espirituano abordó el histórico bote en el que desembarcan por Playitas de Cajobabo el 11 de abril de 1895. Todo parece indicar que fue César Salas Zamora el último espirituano en ver a José Martí con vida, pues lo acompañaba, como Teniente Alférez adscripto a la escolta del General en Jefe, cuando ocurrió el desastre de Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895.
Fuente: Los amigos espirituanos de José Martí (Mario Valdés Navia)