Una cura para los callos
— ¡Menos mal que llegué a tiempo! —me dice, tratando de ocultar su sofocación, mi amigo Arnaldo. Él siempre ha cuidado su físico, pero, llegar casi corriendo…
— Tranquilo, tú sabes que siempre te espero hasta que llegues. Pero… ¿qué fue lo que te pasó?
— Nada, que acompañé a un amigo mío a verse con el quiropedista.
— Pues, ¡mira qué casualidad! De eso te comento hoy…
— ¿Del quiropedista? Chico, yo pensé que este espacio se dedicaba al costumbrismo. Y, ¿cuál es el asunto?
— El asunto es, amigo Arnaldo, que acabo de releer, con mucho gusto, el libro “El ungüento de la Magdalena”, de Ricardo Riverón Rojas. Lo publicaron las Ediciones La Memoria en 2008.
Arnaldo es un gran amante de la lectura, así es que le desperté el interés y olvidó la prisa…
— No lo he leído, Gaspar, pero sí he escuchado hace un tiempo algunas reseñas relacionadas con ese libro.
— Pues sucede que vale la pena repasarlo de nuevo. Y varias veces, que conste.
— Entonces —reafirma mi amigo—, el tema que presentas hoy es de ese libro, “El Ungüento de la Magdalena” …
— Sindulfo, como diría Ñico Rutina. Ese libro recoge cientos y cientos de testimonios que tienen que ver con curas y remedios que comenta la sabiduría popular.
Y, mira, esto le puede servir a tu amigo: es una cura para los callos.
El rostro de Arnaldo me recordó, de pronto, aquellos papelitos volantes que caían doblados en las calles y que decían: “Léame, le interesa”. Así es que voy al callo… digo, al grano:
— Pues resulta que, hace mucho tiempo, había un pelotero en el campo a quien llamaban El Calloso.
— Imagino por qué… —descubre Arnaldo.
— Desde luego. El caso era que este Calloso era un buen bateador y cubría los jardines. Pero daba pena verlo correr…
— Supongo —mi amigo la saca de su baúl de antaño— que parecería una de aquellas guaguas de la ruta 67, escoradas de un lado que parecía que se iban a volcar en plena calle.
— Bueno, pues al Calloso le dijeron que la leche de maboa era muy buena para eso.
— A ver, Gaspar. Según lo que he leído, la maboa es una planta medicinal que se usa para combatir el dolor de muelas. Pero no sabía que servía para tumbar los callos.
— Pues dicen que sí. Le recomendaron al Calloso que se echara gotas de leche de maboa después de lavarse bien los pies y echarles comino.
— ¿Y por qué dicen que ese remedio es… efectivo?
— El testimoniante le dijo al autor de este libro que la leche de maboa es como la piedra pómez, que raspa con cariño.
— Bueno, todo eso está muy bien. Pero… ¿y el comino?
— Ah, bueno, dicen que el comino sirve porque viene del desierto. ¿Por alguna casualidad los árabes tienen callos? Como diría Bartolo: Eso dicen.
Y, como yo digo: “…Amigos, suficiente por hoy”.