Amores que matan…
Arnaldo me conoce bien. Sabe que amo la música cubana. Y que siempre ando detrás de cualquier detalle: autor, intérprete… ¡en fin!
—¿Sabes? —le dije a mi amigo— El otro día me sorprendieron cuando me preguntaron quién cantaba aquello que decía porque hay cariños que matan a cualquiera… / y yo no quiero que me quieran así… Dije que no sabía… ¡y no me acordé de La Lupe, compadre!
—Pues yo sí me acuerdo… —dice Arnaldo y recuerda— se mordía, se arañaba, le daba golpes al músico… Y mira tú hasta dónde llegó. Lástima que murió de modo tan lamentable…
—Quizás otro día hablemos de eso, amigo mío. Eso me trae a la mente una curiosa vivencia que la inolvidable Renée Méndez Capote recogió en su libro Amables figuras del pasado.
—¿Algún amor estilo Romeo y Julieta en el barrio de Jesús María, o algo así?
—Mira, déjame explicarte: Renée Méndez Capote, en su libro, menciona a Papá Ramón su Mercé. No lo llegó a conocer, pero lo recordaba, de oídas, como uno de los criollos que se hacían profesionales allá por el siglo diecinueve.
—Eso fue en La Habana, ¿no, Gaspar?
—Te cuento: Papá Ramón su Mercé era médico. Padre de familia de los Chaple, con sus muchísimos hijos y hermanos.
—Y ¿tiene que ver con alguna calle? Porque ese nombre de Chaple me es familiar en La Habana.
—¡Claro! En La Habana se inscribió una calle Chaple, entre Meireles y Palma. La otra es la famosísima Loma del Chaple, en la Víbora. Por cierto, desde allí se disfruta de una de las más bellas vistas de toda la ciudad.
—Bueno, todo eso está muy bien, Gaspar, pero… —Arnaldo, insistente al fin—¿qué tienen que ver la familia Chaple, las calles y Papá Ramón su Mercé con los amores que matan?
—¡Tenga paciencia, muuucha paciencia! —Petición estilo Chan Li Po—: Dice Méndez Capote que, una vez, el médico Papá Ramón su Mercé iba en calesa de paseo y, en eso, exactamente ante la casa de unos beneméritos pacientes suyos, oyó un grito de mujer.
—¿Como si la estuvieran golpeando?
—¿Tú estabas allí?
—No, hombre, no, ¡qué voy a estar allí! Imagino eso…
—Pues, Papá Ramón su Mercé oye ese grito, se baja de la calesa, sube corriendo a aquella casa y se encontró a los tórtolos, en el junto instante en que el apuesto Adán le propinaba a Eva una paliza soberbia.
—¡Dígame usted! ¿Y qué hizo Papá Ramón su Mercé?
—Lo lógico: el médico aguantó al supuesto Adán, precisamente por el brazo que alzaba el bastón con puño de plata con el que la estaba golpeando… Y ahí vino lo inesperado.
—¿Qué pasó? Ya me tienes demasiado intrigado…
—Que ¿qué pasó? Pues que la adolorida Eva toda amoratada, con más marcas en el cuerpo que un leopardo, montó en cólera y le dijo al médico: “¡No se meta, doctor, él es mi marido y puede hacerme lo que le dé la gana!” ¿Viste qué pareja más amorosa aquella? ¡Amores que matan!
“…Amigos, suficiente por hoy”.