Los colores del nuevo 26 espirituano (+ fotos)

No son los mismos tiempos, ni los mismos colores los que viste Sancti Spíritus en esta, su tercera vez de 26, aunque siga primando el rojinegro por el tamaño del suceso que celebra.

Porque es un 26 distinto, logrado en las circunstancias más adversas, cuando un gramo de esfuerzo y de trabajo puede hacer la diferencia, mucho más cuando el país, más que planes, busca satisfacciones que no siempre cubren exigencias.

Y en esa lucha colectiva, Sancti Spíritus sacó margen para alzarse con una sede que mide por encima de todo la capacidad de su gente para levantarse sobre adversidades y construir desde cada pedacito, la obra mayor, que es un país en su momento más complejo.

Es el 26 de la gente que trabaja desde el puesto más humilde hasta el más encumbrado en esa laboriosidad que nos distingue tanto como la nobleza.

Es el 26 de los hombres del campo que aruñan  la tierra  para hacerla parir sin más recurso que la voluntad y las necesidades que esperan; es el de los hombres y mujeres que sostienen, también sin recursos, tu salud y la de todos; es el de los que se deshacen las neuronas para hacer de la inventiva, la innovación y la inteligencia creativa una puerta de salida, de los que echan “p’alante”, como decimos los cubanos, porque de esos quedan muchos, por más  falta que haga seguirle quitándole pedazos a los problemas, que se cuentan por miles.

Es el 26 de los que escalan montañas y duermen en portales para alimentar desde el arte el alma de quienes viven más lejos, de los que a puro remiendo revitalizan algún que otro servicio y hasta de los que salen a pelear a la valla para acompañar también  esta fiesta con cantío y con espuelas.

Es el 26 de los que se levantan soñolientos y hasta huraños cuando el apagón no les dejó dormir en toda la noche, pero al final se levantan para escribir la épica de la resistencia más allá de un salario que no alcanza en medio de precios galopantes, de agobios, carencias  y agonías cotidianas y de despensas que no logran llenarse, como tampoco las jabas.

Es el 26 de los que luchan sin descanso, aunque igual protesten cuando las cosas no andan bien o la apatía desgarra, es el de los que llevan en sus manos o su cuerpo las marcas del sacrificio desde un puesto de trabajo donde falta de todo, menos la vergüenza y la dignidad como único recurso para mover un país.

Es el 26 de quienes pelean, anónimos, desde una zafra que se resiste a terminar aunque ya se sepa incumplida, o preservan desde las aulas esa conquista que ni la escasez ha logrado arrebatar: la tranquilidad y la sonrisa de los más pequeños de casa.

Es el Sancti Spíritus que enseña que los ecomóviles pueden teñir la alternativa de amarillo,  de los que estiran el pan para que aun alcance para todos, de los que hacen malabares para mitigar la saña del bloqueo.

No premia este 26 a un Sancti Spíritus de vitrina. Porque acá,  como en Cuba,  los planes distan de las necesidades, falta la comida del diario y el dinero se escabulle de los cajeros, las esquinas y rincones extrañan mejores momentos de lucidez y limpieza, la indolencia deja aun a  muchos al resistero del sol en medio de las paradas, el agua se ausenta en tierra de presas, las calles raídas aguardan por acicalarse, la indisciplina y la ilegalidad desafían al enfrentamiento, los presupuestos no cubren la vorágine de demandas, como tampoco las arcas empresariales.

Y hay hombros que esperan por esa mano que alivie dolores y ahuyente la desesperanza en esa suerte de ideal de país que pide a todos ponerse en la piel de los problemas de la gente.

Sancti Spíritus se vistió otra vez de 26. Y aunque algunos miren la noticia de reojo, por todo lo que aún nos falta, la tierra de Serafín se arropa en su historia y al conjuro de su héroe busca el aliento y las razones para celebrar y seguir.