Fidel: Memorias en tiempos de ciclones
Mencionarles a los yaguajayenses el ciclón Kate (1985) es hablarles del mismísimo Diablo. Las cifras semejan un parte de guerra; este fenómeno meteorológico destruyó casi 400 casas y más de 8 570 sufrieron otros perjuicios. A escasas horas del embate del huracán —recordó años atrás Joaquín Bernal Camero, primer secretario del Partido en la provincia en esa fecha— recibió una llamada urgente: debía ir a los límites entre las provincias de Villa Clara y Sancti Spíritus.
Allí aguardó por el Comandante en Jefe, quien lo invitó a subir a su carro. A ambos lados del Circuito Norte, postes eléctricos en el suelo, árboles que no volverían a serlo. “Fidel quería conocer todos los daños, y ahí mismo comenzó a asignar los primeros recursos”, apuntó Joaquín.
A los núcleos familiares con difícil situación económica se les entregaron los materiales de forma gratuita. Hasta linieros de Guantánamo vinieron a hacer la luz en esta comarca.
Portales de casas sirvieron de improvisados colegios. Las maestras Nilma Bravo y Norma Sánchez nunca supieron que por frente a su escuela primaria, que quedó con una sola pared en pie, en el batey de Agua Santa, pasó Fidel Castro rumbo a Ciego de Ávila, luego de instar a los espirituanos a la rápida recuperación.
HUÉSPEDES DISTINGUIDOS
En tiempo de ciclones, el Comandante en Jefe siempre permaneció atento a los espirituanos; en la memoria, los huracanes Gilbert (1988), Lili (1996), Georges (1998), Irene (1999), Michelle (2001) y Dennis (2005), entre otros. En esos días de urgencias, su voz trajo aliento y orientación. A la distancia de los años todavía hoy la gente agradece.
Zoila Rodríguez no cerró los ojos la noche del 15 de octubre de 1999, relató a este periodista años después. Otra vez las inundaciones despabilaron a Tunas de Zaza. Las precipitaciones asociadas al huracán Irene pusieron la presa Zaza de bote en bote.
El sábado 16, esta mujer ya estaba instalada con sus dos hijos en el hotel Zaza. “Cuando entré a la habitación no me lo creía; para allá mandaron a las embarazadas y las madres con niños chiquitos. Mi hija tenía cuatro meses y había acabado de salir del hospitalito (Hospital Pediátrico José Martí). En el tiempo que estuvimos allí el médico casi no salía de la habitación; mi niña tenía hasta una pantrista que le hacía su comida”.
La estancia de estos huéspedes especiales en el hotel Zaza, en tal coyuntura, se constituyó en un hecho inédito en esta parte de Cuba; más aún, fue la expresión del humanismo de Fidel llevado a altas cotas.
Así lo consideraría luego Juan Pedraja Lemas, miembro del Buró Provincial del Partido en aquella etapa y quien dialogó varias veces con el líder cubano.
“Con anterioridad, dada la situación de la presa Zaza —rememoró Pedraja, a instancias, Fidel orientó a la máxima autoridad del Partido en el territorio que debía estar en el lugar más complicado. Él me preguntó por dónde venían las caravanas de la evacuación, sobre los albergues; indicó crear las condiciones para realizarles un chequeo médico a los evacuados e, incluso, elaborar un plan de descanso para los cuadros, pues decía que no se sabía cuánto demoraría aquella situación”.
A menos de tres años, una eventualidad en extremo compleja estaba por venir.
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